Una imagen viajera
“Imágenes de Nuestra Señora del Sagrado Corazón hay por todo el mundo cristiano, y es fácil encontrarse alguna en los lugares más remotos, a veces distinguidas por tratarse de una presentación novedosa y vinculada a las peculiaridades culturales de cada lugar; pues ya se sabe que no se trata de una devoción a una imagen sino a lo que ésta representa”. Asà comienza su reflexión el misionero José MarÃa Alvarez, MSC, en la revista Madre y Maestra n. 587, quien subraya el plan de Dios, que “quiso servirse de esta advocación para dar a conocer su misericordia infinita”. La devoción, como sabemos, se extendió con gran rapidez y a nivel mundial.
MarÃa, misionera del corazón
Nosotros, que también la invocamos con el tÃtulo de Nuestra Señora del Sagrado Corazón somos testigos privilegiados de esta presencia materna y misionera de MarÃa, ella nos ha precedido muchas veces a donde vamos y nos conduce a la fuente de agua viva que brota del corazón de su Hijo, derramando sobre el mundo la esperanza y la salvación, la justicia y la paz.
Cuando los Misioneros del Sagrado Corazón llegamos a la República Dominicana, en el año 1936, ya nos esperaba su presencia materna. Un pueblo acogedor y sencillo, en el ambiente de una dictadura cruel que se iba consolidando, expresarÃa en su fervor religioso el rostro de un Dios cercano y compasivo, al encontrar en la espiritualidad del Corazón de Jesús un manantial de vida. Y con Jesús, su madre, Nuestra Señora. Como dice el papa Francisco, no somos huérfanos, tenemos una madre.
Efectivamente, se nos adelantó el signo de la presencia materna en la vida de la Iglesia y en el rostro de la vida consagrada y misionera. Antes de que los MSC pusieran pie en esta isla bendita ya Nuestra Señora del Sagrado Corazón se adelantaba. Al entrar en la Catedral Metropolitana de Santo Domingo, en una de las capillas del lado derecho, allà encontraron su imagen, un busto colorido que invitaba a la oración y a la confianza misionera.
Los textos evangélicos donde está presente MarÃa nos revelan su permanente seguimiento de Jesús y su acompañamiento a la pequeña comunidad de discÃpulos. Desde esa experiencia en los primeros siglos de la Iglesia se pronunciaba ya su nombre como Madre de Dios, por ser la madre de Jesús.
Ella permanece con nosotros
Es la madre viajera, como hace notar el padre José MarÃa Alvarez, para ilustrar el recorrido de la imagen que se encuentra hoy en Alcalá de Henares (España), traÃda desde Francia. Sin embargo, no son andanzas de turistas, ella llega para quedarse en cada corazón, en cada comunidad, configurando la realidad de una iglesia de ternura y compasión, madre solÃcita alrededor de la cual se va tejiendo el tramado de un itinerario espiritual, eclesial, misionero que hace posible realizar el deseo de todo seguidor y seguidora del Señor: “Amado sea en todas partes, el Sagrado Corazón de Jesús”.
La búsqueda permanente de la voluntad de Dios, de comprendernos desde su amor y su elección para realizar el sueño de un mundo reconciliado, de una iglesia servidora y dichosa, “siempre en salida”; para ser fieles al don recibido y la tarea encomendada de discÃpulos y apóstoles, son posibles desde esta apertura al amor, sintiéndonos amados y amando también nosotros con un corazón humano, capaz de la acogida, de la ternura, de la solidaridad; capaces de crear las condiciones para que reine la justicia y el derecho, que el nombre del Señor resuene con alegrÃa y confianza en la vida personal y en el ámbito de las comunidades que anuncian y testimonian.
Al pie de la cruz, Jesús mira a su madre y mira al discÃpulo. Desde esa mirada de amor incondicional, en la culminación de su vida entre nosotros, Jesús confirma el vÃnculo entre MarÃa y la Iglesia, desde aquel dÃa el discÃpulo se la llevó a su casa. Asà como Jesús vivió Ãntimamente unido a su madre, ella vivirá Ãntimamente unida a la comunidad que se hace visible en el mundo para anunciarle. Ella permanece en la memoria del pueblo de Dios, ella comparte sus rasgos maternales con una Iglesia que debe manifestar ternura y compasión, una Iglesia “madre y maestra” para acompañar a sus hijos.
El espÃritu de familia
Dentro del plan de salvación de Dios está unirnos en un espÃritu de familia. Jesús mismo nació y vivió en el seno de una familia humana. MarÃa y José colaboraron en el proyecto de salvación divino con un sà comprometido con la vida del Hijo de Dios. Jesús vivió como suya toda la realidad humana, menos el pecado. En la biografÃa del itinerario espiritual de los cristianos aparece siempre el encuentro con la madre, la experiencia del amor materno que marca toda la vida. ¿Quién puede olvidar momentos significativos de esa experiencia familiar?
En el hogar aprendemos una espontánea familiaridad, unos lazos de afectos y reconocimientos que nos marcarán para toda la vida. La casa es también escuela, centrada en el amor. Decimos por esta razón que podemos aprender en la escuela del discipulado, en la escuela de MarÃa, inspirarnos en sus enseñanzas. Como ella, aprendemos a acoger y guardar dentro del corazón todo lo de Dios.
MarÃa es formadora eminente de sus hijos predilectos. Ella modela un corazón misionero y protege de males y peligros: cansancio, desánimos… Ella vela con solicitud materna para que podamos avanzar en sabidurÃa, edad y gracia, delante de Dios y de los hombres. Ella, que vio crecer su hijo, espera que nosotros también alcancemos la estatura del ser cristiano según Jesús, crecer en humanidad, en gracia.
1. Compara imágenes de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y descubre los detalles que marcan su realidad de madre y las diversas expresiones culturales presentes en ella.
2. Recuerda momentos significativos de encuentro con MarÃa en la religiosidad dominicana: fiestas, lugares, advocaciones. ¿Recuerdo cómo se inició mi devoción a Nuestra Señora?
3. ¿Cómo entiendo pedir al Señor que “haga nuestro corazón semejante al suyo”, desde el testimonio de Lucas, quien dice que MarÃa guardaba todo en su corazón?
ADH 817
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