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    jueves, 5 de abril de 2018

    El valor de la Vida

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, MSC


    El valor de la Vida  

    He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Juan 10,10)
    Aquí está la Pascua, lejos de nosotros la Cuaresma con su austeridad y sus sacrificios. Lo nuestro ahora es el derroche de alegría, la fiesta y los signos de vida a granel. Si el valor del mes de marzo fue la responsabilidad es porque así se disfruta más y mejor de la vida que trae la Pascua. Ahora nos corresponde vivir libremente lo que Jesús nos ha traído, Vida en abundancia. En sintonía con este Tiempo Litúrgico de Pascua, el Plan Nacional de Pastoral ha propuesto para abril el valor de la vida.

    Valor de la Vida
    Alrededor de Jesús se observa mucha práctica religiosa, muchos grupos que están pendientes de la religión y sus leyes rigurosas, pero no se experimenta la fiesta ni la alegría como consecuencia de esa práctica religiosa. Aparentemente el Dios en el que creen no les aporta ningún bienestar que le cause admiración y esperanza. Nuestra realidad también nos habla mucho de situaciones calamitosas que van desde la violencia integral, la inseguridad que ella genera, las crisis en los diferentes ángulos de la vida, hasta la secularización de la sociedad, que pone de lado los valores comunitarios y fraternos que realza Jesús y proyecta los paradigmas promovidos por los colectivos que solo buscan su propio confort.
    La humanidad en general y las comunidades cristianas en concreto, se ven tentadas a abandonar su fe y su práctica ante las dificultades que afronta en cada época. Lo más fácil sería buscar atajos, encontrar salidas fáciles a los problemas y las dificultades. Las tentaciones han existido siempre, Jesús también Jesús las ha atravesado y nos ha mostrado el camino para salir de ellas sin perder la fe. Cuando sentimos la vida amenazada o disminuida por las limitaciones de todo tipo podemos recordar la enseñanza de Jesús: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. ¿Cómo muestra Jesús la vida que aporta? ¿Cuál es la evidencia de que Jesús aporta vida?

    Sanando
    Las primeras tradiciones cristianas describen a Jesús como alguien que pone en marcha un profundo proceso de sanación tanto individual como social. Ésa fue su intención de fondo: curar, aliviar, restaurar la vida. Los evangelistas ponen en boca de Jesús frases que lo dicen todo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10). Por eso, las curaciones que Jesús lleva a cabo a nivel físico, psicológico o espiritual son el símbolo que mejor condensa e ilumina el sentido de su vida. Jesús no realiza sus señales de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Lo que busca es la salud integral de las personas: que todos los que se sienten enfermos, abatidos, rotos o humillados, puedan experimentar la salud como signo de un Dios amigo que quiere para el ser humano vida y salvación. La sensibilidad de Jesús frente a los enfermos muestra sus deseos de que las personas estén bien, de que disfruten y se alegren de vivir en paz. De Jesús brota una gran fuerza curadora que comunica vida y ganas de vivir sin límites.

    Transformando
    Nosotros y nuestras comunidades no somos especialistas, somos discípulos de Jesús. Hemos de comunicar su mensaje, no nuestras tradiciones. Hemos de enseñar dando vida, no adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu… No hemos de pensar sólo en las curaciones. Toda la actuación de Jesús encamina a las personas hacia una vida más sana: su rebeldía frente a tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo vacío de amor...); su lucha por crear una convivencia más humana y solidaria; su ofrecimiento de perdón a gentes hundidas en la culpabilidad y la ruptura interior; su ternura hacia los maltratados por la vida o por la sociedad; sus esfuerzos por liberar a todos del miedo y la inseguridad para vivir desde la confianza absoluta en Dios, nos hablan de su consagración a dar vida

    Evangelizando
    Quizás por todo lo anterior, al confiar su misión a los discípulos, Jesús los imagina no como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como grandes sanadores: «Proclamen que el Reinado de Dios está cerca: curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios». La primera tarea de la Iglesia no es celebrar cultos, elaborar teología, predicar moral, sino curar, liberar del mal, sacar del abatimiento, sanear la vida, ayudar a vivir de manera saludable. Esa lucha por la salud integral es camino de salvación. Jesús no actuó así, fue acompañando su anuncio con muestras de salvación en pequeño, aliviando y sosteniendo.

    Salvando       
    Cuando no alcanzamos a detectar alguna alternativa como salida a situaciones, cuando nos sentimos acabados, perdidos; las ocasiones que experimentamos que nada se puede hacer, nos sentimos hundidos y sin vuelta atrás. Nos sobreviene una sensación de estar muriendo. Expresiones tales como: no doy para nada más, me estoy volviendo loco, no hay nada que hacer, nadie me entiende, nadie me quiere, nadie me ayuda, no tengo ganas de vivir, nada me llena, me da igual… Lo mismo sucede personalmente frente al pecado: «Mi vida es un desastre. He dado muchos pasos equivocados. Poco a poco me he ido alejando de Dios, y ahora no sé cómo salir de este impase.» No es lo mismo vivir que sobrevivir. ¿Cómo salir de esa situación?

    Las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido (Lucas 15, 1-32) insisten todas ellas en lo mismo: Dios es alguien que se alegra con la recuperación de todo hombre o mujer que se veía fracasado. No hay desgracia ni pecado, no hay cansancio ni soledad, no hay crimen ni oscuridad que nos pueda destruir definitivamente. Dios siempre tendrá algo que hacer para levantarnos, para darnos vida. Nadie debe decretar su final, Dios se ocupa de darnos vida. Esta es la Buena Noticia del evangelio: No hay desesperación definitiva; siempre se puede seguir esperando incluso «contra toda esperanza». La resurrección de Jesús nos anuncia que la vida no acaba nunca, así lo experimentaron los discípulos de Jesús Dios es Salvador para todos aquellos que se ven desbordados por el mal, el pecado, la impotencia o la fragilidad.

    A nosotros nos toca actuar hoy como verdaderos seguidores de Jesús en nuestras comunidades. Que quienes nos vean y traten en ellas experimenten alivio y recobren fuerza y esperanza. Como Jesús, luchemos para erradicar el sufrimiento, la enfermedad, el hambre, la tristeza, la desesperación y la muerte. La promesa de Resurrección y Vida Eterna está contenida en estos signos de vida humana. ADH 822

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