Volver a construir
Como la mayorÃa de la gente en el mundo entero, el 31 de diciembre del 2017, aquà en nuestro hogar de “las Flores de Sol”, hemos esperado el año nuevo con una buena cena, música y bailes. Unos minutos antes de la medianoche, Joyce, una de nuestras niñas, se puso a bailar frenéticamente con un largo cuchillo en la mano derecha. Poco a poco se acercó de la mesa donde descansaban unos 7 biscochos que yo habÃa preparado en la tarde con dos de los muchachos. Cuando las dos agujas negras alcanzaron la cima del reloj de pared, el cuchillo de Joyce despertó los pasteles y magnÃficos fuegos artificiales pintaron la sabana con decenas de colores luminosos en medio de truenos asombrosos.
Yo me preparaba a saborear un pedacito de biscocho cuando Kim, un joven compañero sacerdote me dijo al oÃdo: “¡La enramada se está quemando!” Yo le sonreà y le respondà que eso era imposible. Pero por si acaso, me asomé pa´fuera del comedor y me di cuenta que la enramada se habÃa transformado en una bola de fuego; tuve que aceptar la evidencia: nuestra enramada estaba volviéndose cenizas. Por cierto, ella se encontraba en el centro del orfanato y muy cerca de los dormitorios de los varones. Por lo tanto, habÃa un fuerte riesgo de que el incendio se propagara hacÃa varias de nuestras chozas poniendo en peligro la vida de los niños. Además, la enramada tenÃa un valor simbólico: fue el primer edificio que construimos hacÃa 10 años y era allà que nos reunÃamos y recibÃamos a los visitantes
El fuego se puso tan fuerte que nos sentimos impotentes y nos contentamos con mirar las llamas subir hacÃa la luna que era especialmente brillante en esa primera noche del nuevo año. No abrimos la boca. Nos quedamos mudos de estupor. Sólo se oÃa el ruido de la madera gritando delante del ataque del fuego… Cuando, por fin, el incendio se apagó dejando sólo escombros y cenizas, todos nos fuimos a acostar pensando que el nuevo año habÃa empezado de una manera muy extraña.
Después del incendio
Al amanecer, oà ruidos en el patio de nuestro centro pero no quise levantarme: yo estaba amargado y no querÃa ver el espectáculo de nuestra enramada destruida. Pero pensé que tenÃa que acepar el hecho y alrededor de las 8 de la mañana, salà al patio: ¡Sorpresa! Desde las 5 de la madrugada, los muchachos se habÃan fajado como locos: habÃan removidos los escombros, habÃan limpiado el lugar y, con nuestro tractor, habÃan ido rápidamente a los montes para traer la madera necesaria para reconstruir el lugar central de nuestra vida. Una semana después del incendio, una nueva enramada más hermosa que la otra parecÃa haber caÃdo del cielo.
Al enviar mis deseos de próspero año nuevo a varios amigos y amigas, les habÃa comunicado lo que habÃamos vivido durante la primera noche del año 2018. Una de las respuestas me llamó mucho la atención:
“¡Si la obra de tu vida puedes ver destruida
Y, sin decir palabra, volver a comenzar…
¡Serás un hombre, hijo mÃo!”
Se trata de un verso de un famoso poema de Rudyard Kipling, poeta, periodista y novelista inglés que nació el 30 de noviembre de 1865 en Bombay, India, y fue Premio Nobel de Literatura en 1907.
El incendio de nuestra enramada y su reconstrucción en menos de una semana me hicieron pensar en una de las cualidades que deben tener los misioneros y misioneras: aceptar con serenidad los fracasos e intentar superarlos con valentÃa. Me acuerdo de un joven compañero que habÃa sido nombrado en el suroeste de la República Dominicana para realizar una experiencia pastoral de dos años antes de emprender los estudios de teologÃa. Al terminar esos dos años de pasantÃa misionera, él se sentÃa frustrado porque estaba convencido que él habÃa fracasado. Yo le dije que, según mi pequeña experiencia, la vida de los misioneros estaba llena de fracasos y que el arte consistÃa en volver siempre a empezar y a levantar de nuevo los proyectos caÃdos. Me respondió que nunca, en su vida, él podrÃa aceptar los fracasos.
Nuestra enramada quemada y reconstruida me hizo leer de nuevo un libro que me ayudó muchÃsimo a evitar una depresión cuando tuve que salir de la República Dominicana hace doce años: “l’échec, une chance” * (“el fracaso, una suerte”) del monje benedictino Anselm Grün, En las últimas páginas de ese libro, el autor evoca la experiencia de Moisés quien después de haber fracasado en su misión huyó al desierto y allá fue atraÃdo por una zarza seca que ardÃa sin consumirse (Ex 3).
Para Grün, la zarza ardiente ilustra la experiencia del fracaso. Moisés en el desierto está profundamente consciente de su fracaso. El se siente inútil. La zarza simboliza este estado de ánimo pero en este arbusto seco e inútil, brilla la llama divina. Moisés debe retirar sus sandalias es decir que él debe despojarse de todo. Entonces Dios le entrega una nueva misión. De esa forma, el fracaso y la perdida de todas las seguridades llevan a Dios, hacen descubrir el misterio de su amor y permiten oÃr su llamada a cumplir con su misión. Como lo dice San Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Cor 12,10).
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Anselm Grün – Ramona Robben, L’échec, une chance, Ed Desclée de Brower, Paris, 2004, p 120.
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