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    miércoles, 4 de abril de 2018

    Volver a construir

    Apuntes Misioneros | Pedro  RUQUOY, cicm 


    Volver a construir

    Como la mayoría de la gente en el mundo entero, el 31 de diciembre del 2017, aquí en nuestro hogar de “las Flores de Sol”, hemos esperado el año nuevo con una buena cena, música y bailes. Unos minutos antes de la medianoche, Joyce, una de nuestras niñas, se puso a bailar frenéticamente con un largo cuchillo en la mano derecha. Poco a poco se acercó de la mesa donde descansaban unos 7 biscochos que yo había preparado en la tarde con dos de los muchachos. Cuando las dos agujas negras alcanzaron la cima del reloj de pared, el cuchillo de Joyce despertó los pasteles y magníficos fuegos artificiales pintaron la sabana con decenas de colores luminosos en medio de truenos asombrosos.
    Yo me preparaba a saborear un pedacito de biscocho cuando Kim, un joven compañero sacerdote me dijo al oído: “¡La enramada se está quemando!” Yo le sonreí y le respondí que eso era imposible. Pero por si acaso, me asomé pa´fuera del comedor y me di cuenta que la enramada se había transformado en una bola de fuego; tuve que aceptar la evidencia: nuestra enramada estaba volviéndose cenizas. Por cierto, ella se encontraba en el centro del orfanato y muy cerca de los dormitorios de los varones. Por lo tanto, había un fuerte riesgo de que el incendio se propagara hacía varias de nuestras chozas poniendo en peligro la vida de los niños. Además, la enramada tenía un valor simbólico: fue el primer edificio que construimos hacía 10 años y era allí que nos reuníamos y recibíamos a los visitantes
    El fuego se puso tan fuerte que nos sentimos impotentes y nos contentamos con mirar las llamas subir hacía la luna que era especialmente brillante en esa primera noche del nuevo año. No abrimos la boca. Nos quedamos mudos de estupor. Sólo se oía el ruido de la madera gritando delante del ataque del fuego… Cuando, por fin, el incendio se apagó dejando sólo escombros y cenizas, todos nos fuimos a acostar pensando que el nuevo año había empezado de una manera muy extraña.

    Después del incendio
    Al amanecer, oí ruidos en el patio de nuestro centro pero no quise levantarme: yo estaba amargado y no quería ver el espectáculo de nuestra enramada destruida. Pero pensé que tenía que acepar el hecho y alrededor de las 8 de la mañana, salí al patio: ¡Sorpresa! Desde las 5 de la madrugada, los muchachos se habían fajado como locos: habían removidos los escombros, habían limpiado el lugar y, con nuestro tractor, habían ido rápidamente a los montes para traer la madera necesaria para reconstruir el lugar central de nuestra vida. Una semana después del incendio, una nueva enramada más hermosa que la otra parecía haber caído del cielo.
    Al enviar mis deseos de próspero año nuevo a varios amigos y amigas, les había comunicado lo que habíamos vivido durante la primera noche del año 2018. Una de las respuestas me llamó mucho la atención:
    “¡Si la obra de tu vida puedes ver destruida
    Y, sin decir palabra, volver a comenzar…
    ¡Serás un hombre, hijo mío!”

    Se trata de un verso de un famoso poema de Rudyard Kipling, poeta, periodista y novelista inglés que nació el 30 de noviembre de 1865 en Bombay, India, y fue Premio Nobel de Literatura en 1907.
    El incendio de nuestra enramada y su reconstrucción en menos de una semana me hicieron pensar en una de las cualidades que deben tener los misioneros y misioneras: aceptar con serenidad los fracasos e intentar superarlos con valentía. Me acuerdo de un joven compañero que había sido nombrado en el suroeste de la República Dominicana para realizar una experiencia pastoral de dos años antes de emprender los estudios de teología. Al terminar esos dos años de pasantía misionera, él se sentía frustrado porque estaba convencido que él había fracasado. Yo le dije que, según mi pequeña experiencia, la vida de los misioneros estaba llena de fracasos y que el arte consistía en volver siempre a empezar y a levantar de nuevo los proyectos caídos. Me respondió que nunca, en su vida, él podría aceptar los fracasos.
    Nuestra enramada quemada y reconstruida me hizo leer de nuevo un libro que me ayudó muchísimo a evitar una depresión cuando tuve que salir de la República Dominicana hace doce años: “l’échec, une chance” * (“el fracaso, una suerte”) del monje benedictino Anselm Grün, En las últimas páginas de ese libro, el autor evoca la experiencia de Moisés quien después de haber fracasado en su misión huyó al desierto y allá fue atraído por una zarza seca que ardía sin consumirse (Ex 3).
    Para Grün, la zarza ardiente ilustra la experiencia del fracaso. Moisés en el desierto está profundamente consciente de su fracaso. El se siente inútil. La zarza simboliza este estado de ánimo pero en este arbusto seco e inútil, brilla la llama divina. Moisés debe retirar sus sandalias es decir que él debe despojarse de todo. Entonces Dios le entrega una nueva misión. De esa forma, el fracaso y la perdida de todas las seguridades llevan a Dios, hacen descubrir el misterio de su amor y permiten oír su llamada a cumplir con su misión. Como lo dice San Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte.  (2 Cor 12,10).
    __________________________________
    Anselm Grün – Ramona Robben, L’échec, une chance, Ed Desclée de Brower, Paris, 2004, p 120.


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