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    jueves, 25 de octubre de 2018

    “¡Tiempo de decir adiós!” (A. Bocelli)

    Apuntes Misioneros | Pedro   Ruquoy, cicm 


    “¡Tiempo de decir adiós!” (A. Bocelli)  

    Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol:
    tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar;
    tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir;
    tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar;
    tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras;
    tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse;
    tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar;
    tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar;
    tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.” (Eclesiastés 3, 1-8)

    A estas palabras sabias escritas unos 200 años antes de Cristo podríamos añadir las de la canción de Andrea Bocelli. “Tiempo de decir adiós”.
    Esas palabras bíblicas del libro del Eclesiastés, las he retomado y comentado decenas de veces a lo largo de estos doce años en tierra africana. Varias noches por semana, antes de empezar la oración de la noche, me he referido a esas palabras tan realistas de la poetisa del libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo para todo! Ahora es el tiempo de dar gracias a Dios por su amor sin límite, en la mañana es el tiempo de ir a la escuela, en la tarde es el tiempo de trabajar en el jardín y de jugar. No es el tiempo de fundar una familia y hacer niños: ¿cómo los van a alimentar, educar y darles una vida decente? Dios nos ha dado este tiempo para construir esta gran familia de “las Flores de Sol” y para descubrir el camino para ser felices!”

    Respetar cada tiempo supone una gran disciplina y un profundo respeto de los demás. A nuestros carajitos les cuesta entender que la noche no es el tiempo de escuchar música sino el tiempo de descansar y no se dan cuenta que al hacer ruido impiden a los demás dormir y ponen en peligro la convivencia entre todos nosotros y nosotras.
    Yo mencionaba que, al leer el capítulo 3 del libro del Eclesiastés, añadía el tiempo de decir adiós. Ya conocí ese tiempo hace trece años cuando me tocó dejar la República Dominicana. Es un tiempo muy doloroso pero muy intenso que da la oportunidad de acercarse de corazón a la Cruz, ¡Árbol de la Vida! Cuando ustedes leerán estas líneas, espero que todavía estaré vivo en mi tierra natal recuperándome de la extracción de un tumor canceroso. Por lo tanto, como en 2006 fue el tiempo para los zambianos de decirme “¡Bienvenido aquí!” ahora es el tiempo de dejarles desfilar delante de mí para balbucear algunos deseos de “buen viaje y de buena suerte”. Como para todas las cosas importantes, esta procesión coloreada de mucha emoción, se hace bailando, al ritmo de los tambores. 
    Por cierto, nuestra vida está en las manos de Dios y no sabemos cómo ni cuándo pasaremos la puerta del más allá. Pero frente a mi situación de salud, no me hago demasiadas ilusiones y trato de convencerme que quizás ha llegado el tiempo de empezar una nueva etapa de mi vida.
    Los pobres de Quisqueya
    Mis últimos días en la sabana de Zambia fueron muy especiales: Unos diez días antes de mi salida, recibo un mensaje de un tal Padre Christopher quien me anuncia que él piensa visitarme en unos cuantos pocos días. Conozco a varios padres Christopher pero como el mensaje me llega a través de las hermanas de Santa Teresa de Calcuta, no me fue difícil concluir que se trataba de mi amigo el Padre Christopher Hartley quien trabajó en la parroquia de Los Llanos en la Diócesis de San Pedro de Macorís y quien siempre ha tenido una estrecha relación con las Hermanas de la Caridad. Christopher y yo, pasamos unos dos días sabrosos. Sin ningún rencor, ni amargura, recordamos los momentos más intensos de comunión con los más pobres de la Isla de Quisqueya. Decenas de personas, dominicanas y haitianas de corazón sencillo y puro, desfilaron por nuestras mentes, compartimos noticias, especialmente de la Iglesia dominicana y nos dimos cuenta una vez más, que parte de nuestro corazón se había quedado en la República Dominicana.
    Durante la misa de bienvenida presidida por el visitante, la cruz del batey 5 tenía el lugar de honor y sirvió de punto de referencia para la pequeña homilía dirigida a los huérfanos y huérfanas de nuestra casa. A partir de esa Cruz que cruzó el océano, Christopher subrayó la importancia de la misión que consiste en anunciar a Jesús-Cristo a todas las naciones. Él es la fuente de la Vida y de la Felicidad. En ese marco, el sacerdote misionero nos presentó su trabajo en un inmenso territorio de Etiopía vecino de Somalia que nunca había tenido la presencia de un sacerdote católico. Nos contó con entusiasmo cómo costaba anunciar la Buena Nueva de Jesús en esa región donde el 99% de la población era musulmán.
    Antes de regresar a Etiopía, el Padre Christopher se cruzó con Hellen Flaherty, una misionera laica originaria de Irlanda. Al llegar a estos montes, Hellen fue acogida como una reina por nuestros muchachos y muchachas y ofreció a cada uno un regalito: un rosario fabricado por ella misma y unos amigos.
    Culturas diferentes
    En la oración de la noche, los cantos fueron acompañados por dos tipos de instrumentos representando dos culturas muy diferentes. Nuestros tambores zambianos fueron sazonados con el bodhrán de Hellen. Pero ¿qué es este famoso bodhrán? Con razón es famosos por ser el latido de la música tradicional irlandesa. Se trata de una gran pandereta cubierta de piel de animal estirada y que se golpea con un palito. Al mirar y al oír los tambores de Zambia unidos armoniosamente con el bodhrán irlandés, pensé que nuestra misión consistía también en lograr un matrimonio respetuoso y enriquecedor entre culturas diferentes y en descubrir, en  esa combinación hermosa, al corazón de Dios que late con los pueblos de diferentes culturas que se dan  la mano para que el mundo entero dance de alegría. ADH 824

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