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    lunes, 5 de noviembre de 2018

    Comunión, Familia y Vocación

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, msc


    Comunión, Familia y Vocación  

    Durante el mes de noviembre, mes que la Iglesia dedica a la familia, promovemos el valor de la Comunión, Familia y Vocación. Celebramos la semana vocacional, oramos por las vocaciones sacerdotales y religiosas y todo esto lo hacemos en familia.  En un mundo roto y deseoso de unidad es necesario proclamar con gozo y fe firme que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres y mujeres a que participen de la misma comunión del Dios trinitario. Es necesario proclamar que esta comunión es el proyecto magnífico de Dios Padre; que Jesucristo, que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión, y que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiera roto. Es necesario proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino… Esta comunión, existente en la Iglesia y esencial a su naturaleza, debe manifestarse a través de signos concretos… La familia es el mejor ambiente para hacer visible la comunión entre los seres humanos y de ellos con Dios.

    En los retiros de espiritualidad hemos recordado que la Iglesia tiene el reto de irse convirtiendo en comunidades, escuelas o casas de comunión. Dondequiera que se forma un cristiano hay que promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo. Al hablar del valor de la Comunión, unido a la familia y la vocación, estamos mirando desde el corazón hacia el misterio de La Trinidad. Comunión familiar significa capacidad de sentir al hermano o a los hermanos de la familia y de la comunidad en la unidad profunda del amor de Jesús que nos amó con un corazón humano. Capacidad para ver ante todo lo que hay de positivo en los otros, para acogerlos y valorarlos como regalo de Dios. Saber dar espacio al hermano.

    Convocados a la comunión

    En el Documento de Aparecida, 155-156, nos dice que los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre y con su Hijo muerto y resucitado, en la Comunión en el Espíritu Santo (2cor 13, 13). La comunión de los miembros de las familias, de los fieles de las comunidades y de las Iglesias particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad. La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay vocación cristiana sin comunión. Lo que vivimos en cada familia lo llevamos a las comunidades y allí se comparte y enriquece en un ambiente de Iglesia. La fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión.

    Espiritualidad de comunión

    Nuestro Plan Nacional de Pastoral quiere ayudarnos a crecer en la Espiritualidad de comunión. Esta es la espiritualidad que posibilita el crecimiento del reino de Dios. El encuentro entre los miembros de la familia prepara desde niños para el encuentro con los demás en las comunidades cristianas y crear conciencia de comunión, generando vocaciones cristianas para el servicio y la entrega generosa por el reino de Dios. “La maduración en el seguimiento de Jesús y la pasión por el reino que él anuncia requieren que las comunidades y la Iglesia particular se renueven constantemente en su vida y ardor misionero. Sólo así puede ser, para todos los bautizados, casa y escuela de comunión, de participación y solidaridad”.
    Cuando en un sector de la parroquia o en una comunidad eclesial, los miembros se tienen pendiente y se ayudan unos a otros a crecer en todos los sentidos de la vida, las personas integradas a verdaderas comunidades que viven atentas a su vocación cristiana, viven unas relaciones primarias entre ellas y permiten que cada uno y cada una encuentre un lugar en la Iglesia que le permite desarrollarse como ser humano y aportar sus experiencias a la Comunidad Eclesial. Los seguidores de Jesús son personas que han dejado de ser masas amorfas y se han vuelto al discipulado del Maestro. Personas que después de un encuentro profundo con Cristo cambian sus vidas y las ponen al servicio de todas y todos.  Ser cristiano es hacer éxodos, es vivir la dinámica pascual del Mesías en todos los ámbitos de la vida y de las relaciones familiares. ADH 828

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