“La escucha de la Palabra”
«… Las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración» (OGMR 29).
Este octubre misionero y bíblico nos sigue ofreciendo la oportunidad de profundizar en la liturgia. Les propongo continuar reflexionando en torno a la Palabra, en este caso, la escucha de la Palabra.
Escuchar viene del latín “auscultare”, que quiere decir: oír prestando atención. Y escuchar es una condición fundamental para poder dialogar. Es una actitud necesaria, tanto humana como religiosa.
El Primer Testamento nos deja saber que Dios es el primero en escuchar. Al pueblo esclavizado, que grita sus sufrimientos, Dios le oye y baja para salvarlo. De ahí en adelante, podríamos hablar de una historia de escucha de Dios a su pueblo. Al pueblo, por su parte, le corresponde escuchar a Dios, estar dispuesto ante Él. Por eso se le invita: “escucha Israel” (Dt 6,4). Es el “Shema Israel”, que se considera como un resumen de la fe del pueblo.
Fruto de esa disposición de escucha encontramos una serie de relatos en toda la Biblia. Uno muy elocuente es el del joven Samuel: “habla, Señor, que tu siervo escucha” (1S 3,10). Y al llegar la plenitud de los tiempos, escuchamos al mismo Jesús decir: “Dichosos los que escuchan la Palabra y la cumplen” (Lc 11,28).
En la liturgia escuchamos la Palabra. Se nos invita a una escucha atenta. La liturgia nos educa para escuchar. Un escuchar que hace propio lo que se proclama. Una actitud positiva y activa, que atiende y va asimilando lo que se oye, y reconstruye interiormente el contenido del mensaje. Eso es la fuente y el alimento de la fe.
Los documentos de renovación litúrgica, fruto de Vaticano II, son muy elocuentes al motivarnos a cultivar esta actitud de escucha. Así nos encontramos con afirmaciones como estas: «Cuando Dios comunica su palabra, siempre espera una respuesta, que consiste en escuchar y adorar "en el Espíritu y en la verdad" (Jn 4, 23)… Por eso, los fieles tanto más participan de la acción litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que aquello que celebran en la liturgia sea una realidad en su vida y costumbres, y, a la inversa, que lo que hagan en su vida se refleje en la liturgia» (OLM 6).
También la Ordenación de las Lecturas de la Misa (OLM) expresa: «En la liturgia de la palabra, por la fe con que escucha, también hoy la asamblea de los fieles recibe de Dios la palabra de la alianza, y debe responder a esta palabra con la fe para que se vaya convirtiendo cada vez más en el pueblo de la nueva alianza… En la celebración de la misa, escuchen los fieles la palabra de Dios con tal veneración interior y exterior que cada día aumente más en ellos la vida espiritual y los introduzca cada vez más en el misterio que se celebra» (OLM 45).
Además afirma: «Es muy conveniente que todos los fieles estén siempre dispuestos a escuchar con gozo la palabra de Dios. La palabra de Dios, cuando es anunciada por la Iglesia y llevada a la práctica, ilumina a los fieles, por la actuación del Espíritu Santo, y los impulsa a vivir en totalidad el misterio del Señor. Pues la palabra de Dios, recibida con fe, mueve al hombre desde lo profundo de su corazón a la conversión y a una vida esplendorosa de fe, personal y comunitaria, puesto que la palabra de Dios es el alimento de la vida cristiana y la fuente de toda la oración de la Iglesia» (OLM 47).
En definitiva, la primera actitud cristiana al participar en la liturgia, es la de escuchar, saber escuchar, poner todos los sentidos en la escucha. Tener la disposición de escuchar la voz de Dios, escuchar a la Iglesia orando a su Señor, escuchar la voz del Espíritu, para dejarse llevar por él hasta lo más íntimo del misterio de la liturgia.
Sólo quien, desde la fe, escucha con todo el corazón, podrá cantar, dialogar, responder. Escucha el que es humilde, el que reconoce que no lo sabe todo, que es “pobre” en la presencia de Dios y de los demás. El autosuficiente y orgulloso no escucha. Adh 838
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