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    domingo, 26 de enero de 2020

    La transformación del campo religioso dominicano y la actividad política

    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella / Instituto Superior Bonó 


    La transformación del campo religioso dominicano y la actividad política

    Existen muchos enfoques para estudiar la religión desde las ciencias sociales. Uno de los más destacados en las últimas décadas es el propuesto por el sociólogo francés Pierre Bourdieu a través de su teoría de los campos.

    En la terminología de Bourdieu, un campo es una esfera de acción individual o grupal en torno a una temática concreta de la vida social. Por ejemplo, todas las actividades sociales en torno a la salud constituyen un campo.

    Un campo se compone de los siguientes elementos: participantes o actores, grupos articulados, instituciones y el capital simbólico. Lo iluminador de la teoría de Bourdieu es la manera en que se relacionan estos elementos. De todos ellos, el más novedoso es el último, el capital simbólico. Este consiste en cualidades no materiales que se reconocen socialmente en un sujeto o un grupo, gracias a las cuales ese sujeto o grupo adquieren una posición de prestigio y legitimidad con relación al resto de los actores. Bourdieu observa que estas cualidades intangibles solo se alcanzan después de conquistar otras formas del capital: el capital económico (medios de producción, recursos financieros, propiedades), el capital cultural (control de los saberes socialmente aceptados) y el capital social (vínculos con diversos grupos y personas de la sociedad). Así por ejemplo, el control de instituciones influyentes o la captación de importantes recursos financieros sirven de plataforma para ampliar las opiniones propias en la esfera pública. Los sujetos y grupos compiten para conquistar el capital simbólico del campo al que pertenecen porque esto les permite aumentar la acumulación de las otras formas de capital.

    No debe de perderse de vista que el capital simbólico depende esencialmente del reconocimiento de los demás actores. Por eso, la posesión de capital simbólico le otorga la hegemonía social al sujeto o grupo que lo conquista, o dicho de otro modo, sus posicionamientos se pueden imponer sin violencia física a las concepciones de los demás sujetos o grupos del campo. Por ejemplo, en nuestras sociedades se le reconoce autoridad científica a alguien que haya obtenido un título universitario, sobre todo un doctorado. Pero más prestigio gana esa persona si preside la institución más influyente en esa área del saber. Si además de conquistar un título de médico una persona gana el puesto de director del centro de salud más prestigioso, podrá apropiarse con mucha facilidad del capital simbólico en el campo de la salud. También viceversa: si un centro médico recluta a los especialistas más prestigiosos acabará posicionándose en primer lugar en los servicios de salud.
    La teoría de Bourdieu corrige la noción mecánica y dicotómica clásica de lucha de clases marxista, aunque no se libera del todo de cierto mecanicismo. Según esta teoría, los actores y grupos de nuestras sociedades complejas modernas no luchan tan solo por el control de los medios de producción, es decir, de un componente del capital económico. El sociólogo francés entiende que los actores sociales de los diversos campos sociales y los grupos de interés viven luchando por conquistar ante todo el capital simbólico.

    Sin convertir la teoría de Bourdieu en la explicación última de la sociedad y la religión, vale la pena que la apliquemos metódicamente a la realidad dominicana. Ello nos permitirá visualizar cómo la transformación del campo religioso dominicano plantea desafíos profundos al campo político dominicano.

    1.     Elementos clave del campo religioso latinoamericano y caribeño
    Siguiendo libremente a Bourdieu, podemos destacar cinco elementos clave del campo religioso en América Latina y el Caribe.

    En primer lugar, habría que hablar de las iglesias cristianas, reconociendo el sitial principal a la Iglesia católica. El subcontinente latinoamericano fue constituido por la imposición del catolicismo sobre las religiones aborígenes y gracias al control posterior de las Iglesias protestantes y de otras manifestaciones religiosas no autóctonas, como lo son las religiones africanas o el islamismo. Hasta los años 90, alrededor del 80% de la población de la región se consideraba católica. El mero hecho de ser católico daba, pues, una posición de preferencia en la esfera pública.

    En segundo lugar, hay que hablar de las personas creyentes individuales, especialmente de las personas con un poco de carisma para convertirse en figuras públicas. En la Iglesia católica, se tiene más posibilidad de ser escuchado si se ocupa una posición jerárquica, preferentemente la posición de obispo. En franca mayoría demográfica en la historia latinoamericana, los miembros del episcopado o las conferencias episcopales como un todo se convertían con mucha facilidad en voces influyentes y decisivas.

    En tercer lugar, debe hablarse de la relación con el Estado y los financiamientos o facilidades que este puede ofrecer para el desarrollo de la misión evangelizadora de las iglesias. La Iglesia católica ha tenido el monopolio en este sentido, como se puede constatar sin mayores dificultades en la historia. Siguiendo la costumbre colonial del Patronato Regio, los Estados latinoamericanos consagraban fondos importantes o privilegios para las actividades eclesiales. Igualmente, puestos oficiales para actividades cúlticas (las capellanías) eran copados por el clero católico. No se debe de olvidar que otras posiciones de influencia no religiosas también se ofrecían a miembros del clero, sobre todo en el área educativa. La Iglesia católica ha acumulado en este sentido mucho capital cultural. El control sobre el currículo escolar ofrece una ocasión preciosa para propagar las propias ideas. Existen dos excepciones en América Latina en este sentido: Uruguay y México; pero ya que otros aspectos del campo religioso estuvieron también vigentes en esos países, como la prevalencia demográfica del catolicismo, este no dejó de ser la religión socialmente dominante.

    Como cuarto componente clave del campo religioso latinoamericano debe señalarse la autoridad moral en la esfera pública. Naturalmente esta autoridad se logra en base a un testimonio coherente de vida. Pero cabe observar que quien tiene la autoridad moral ha de desarrollar un control del flujo de información pública. Esto, a su vez, supone dos cosas. Primero, articular una imagen amable siguiendo los principios del marketing moderno. Segundo, contar con el poder de mantener en secreto los propios pecados o los actos de corrupción. Concretamente, esto implica un poder importante influencia y veto en los medios de prensa. La tarea se vuelve difícil hoy día con el impredecible e incontrolable activismo de las redes sociales.

    En quinto lugar, para concluir sin pretensión de exhaustividad, para analizar el campo religioso ha de tomarse especialmente en cuenta la autoridad para interpretar la tradición cristiana. Esta autoridad se gana a través de tres mediaciones: la interpretación viva de la Biblia, el aumento de la participación de los fieles y el control del sacramento del matrimonio y de la sexualidad. Este quinto aspecto constituye, a nuestro entender, el capital simbólico del campo religioso latinoamericano. Esta cualidad de intérprete autorizado por excelencia del cristianismo se publicita como espiritual, pero se confunde con la moralidad en los comportamientos personales, especialmente en las prácticas de la vida sexual.

    2.     El cambio del campo religioso dominicano
    La principal característica del cambio del campo religioso dominicano es la pérdida de hegemonía del catolicismo ante un doble fenómeno: primero, el decrecimiento porcentual del catolicismo ante el crecimiento del evangelismo; segundo, el crecimiento del número «sin religión». Según el Barómetro de las Américas 2008-2019, El porcentaje que se autoidentifica como evangélico en suelo dominicano subió de 12.1% en 2008 a 26% en 2019, para un incremento de 13.9%, mientras los que declaran no tener religión aumentaron de 10.2% en 2008 a 18.4% en 2019, para un aumento de 8.2%. El catolicismo, en cambio, perdió un 18.4 %, pasando de un 67.6 % a un 49.2%. Puede decirse que el crecimiento del evangelismo protestante resulta el dato más relevante para comprender el cambio del campo religioso; pero no debe desdeñarse el crecimiento de la laicidad.

    Para comprender mejor las implicaciones de la transformación del campo religioso dominicano, vamos a seguir el orden en que enunciamos los elementos clave del campo religioso en el apartado anterior.

    Es fácil inferir que el importante declive porcentual de quienes se dicen católicos implica una erosión seria de la hegemonía de la Iglesia católica. La otra cara de este proceso también se infiere fácilmente: las iglesias protestantes irán ganando paulatinamente hegemonía en la opinión pública dominicana.
    De esta transformación se desprenderá un declive del protagonismo social de los obispos dominicanos y de la Conferencia del Episcopado como un todo. Difícilmente emergerán en este nuevo escenario nuevas figuras carismáticas y hegemónicas dentro de la jerarquía católica, como el cardenal López Rodríguez o monseñor Agripino Núñez. Muy por el contrario: posicionamientos fuertes de figuras carismáticas de la jerarquía católica se verán severamente cuestionados por los grupos crecientes de personas sin religión o adscritos al protestantismo. En contraste, se verán emerger nuevas figuras carismáticas no católicas por el aumento porcentual de personas que profesan el protestantismo o la laicidad y que podrán carearse con las figuras socialmente debilitadas de la jerarquía católica.

    Ya estamos asistiendo en la esfera pública a debates sobre el otorgamiento de fondos y privilegios a la Iglesia católica. Es de esperar que este cuestionamiento se profundice y que las instituciones estatales dominicanas practiquen una separación de Iglesia y Estado más radical. Como resultado, las iglesias tendrán que reinventarse para lograr la sostenibilidad de sus obras apostólicas. Por el modo marginal en que se han expandido las iglesias protestantes, contando con los diezmos de sus feligresías, es de esperar que veamos quebrar o hundirse varias obras apostólicas de la Iglesia católica.

    Igualmente conflictivo se va tornando la lucha por mostrar coherencia moral. Como en otros países, los escándalos sexuales de los sacerdotes católicos han sido un campo de batalla para la prensa y una comidilla de la opinión pública. Lo mismo puede decirse de los escándalos financieros del Vaticano. A esto se suma la opinión extendida acerca de la laxitud moral de los católicos. En este sentido se pronunció a fines de noviembre de 2019 la Alianza Cristiana Dominicana (ACD), una organización que agrupa a personas católicas, bautistas, episcopales, evangélicas, metodistas y pentecostales. Este grupo descalificó las declaraciones del Arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, descalificando a los católicos que se pronuncian a favor del aborto. A partir de la Encuesta Nacional sobre el Aborto realizada en el país, los miembros de este colectivo protestante argumentaban que la mayoría de los católicos aprueba la despenalización de la interrupción del embarazo en las tres causales. Estas declaraciones, inauditas hasta hace poco en suelo dominicano, apuntan al cuestionamiento de la autoridad moral del episcopado católico.

    Puede concluirse que las articulaciones novedosas de colectivos protestantes están orientadas a la conquista del capital simbólico del campo religioso dominicano. En su gran diversidad, estos colectivos buscan constituirse en los verdaderos referentes e intérpretes de la tradición cristiana. Como ya se señaló, en este proceso resulta clave el control de la vida sexual. Junto a la discusión sobre la despenalización del aborto, las discusiones sobre la llamada «ideología de género» polarizan la atención y las energías, dejando de lado otros temas sociales sumamente delicados. Este recurso estratégico produce una situación social paradójica en el campo religioso: por un lado, se verá a las Iglesias cristianas aliarse para luchar contra las legislaciones laicas que a su entender introducen desórdenes en la vida afectivo-sexual; por el otro, se verán a estas mismas Iglesias competir por conquistar otros privilegios que proceden del Estado.

    3.     Cómo se transforma la actividad política ante el cambio del campo religioso
    La actividad política experimentará un aumento de tensión considerable en 2020 por causa de las elecciones. Ante el cambio del campo religioso, los actores políticos partidarios tendrán que ajustar sus discursos y prácticas afectando la manera en que se comprenden a sí mismos.

    En primer lugar, los políticos profesionales ya no pueden ignorar a las iglesias protestantes como interlocutoras. Por eso, se verán poco a poco más empoderados frente a la hegemonía histórica de la jerarquía de la Iglesia católica. De todos, a pesar del aumento de los dominicanos que se consideran sin religión, el discurso de la laicidad tardará en tomar cuerpo, pues a efectos electorales, todas las iglesias cristianas cierran filas en temas legislativos sobre moralidad, especialmente en temas de sexualidad. Para los crecientes sectores laicistas dominicanos, se creará una gran insatisfacción, pues verán a los actores políticos dominantes tomando posiciones que ellos consideran conservadoras.

    Por otra parte, se experimentará un aumento de tensión en el momento de asignar los fondos públicos y otros favores. Difícilmente se cambiará de la noche a la mañana la gran asignación presupuestaria que, comparativamente, recibe la Iglesia católica. Por razones históricas, la Iglesia católica cumple funciones cuasi-estatales en áreas clave como la educación y la salud. En otros privilegios, como el poder realizar matrimonios con efecto civil, se producirán soluciones variadas de compromiso dependiendo sobre todo del capital social de cada denominación eclesial cristiana.

    Desde el punto de vista cultural, es de esperar que los actores políticos adopten una posición liberal sobre el campo religioso, afectando la manera en que se han comprendido a sí mismos hasta ahora. Cada vez más se afirmará entre nuestros políticos la idea de que el Estado de derecho no discrimina por razones de creencia religiosa y se sentirán más libres para decir que no a las diversas solicitudes de las Iglesias en temas de financiamiento y de exoneraciones. Entenderán la práctica religiosa como un asunto privado. Resulta previsible, entonces, que al cabo de unas pocas décadas se verifique la separación radical de Iglesia y Estado en suelo dominicano. En el ínterin, los grupos protestantes formarán bloques políticos como en otros países de América Latina, mientras se verá decaer vergonzosamente la solución ya tradicional de la Iglesia católica que auspició por años la formación de partidos demócrata cristianos. El tema cristiano seguirá siendo importante por un buen tiempo, como lo evidenció el gran debate público de sordos ocasionado por una intervención de la diputada Faride Raful en la cámara baja, en la cual observaba la inconstitucionalidad de obligar por ley a leer la Biblia en las escuelas.

    Es imposible saber desde las ciencias sociales cómo se transformará la vida espiritual cristiana de las personas que habiten este suelo quisqueyano, tanto los políticos de profesión como los ciudadanos comunes. Sería conveniente que los católicos retomemos de manera sistemática y profunda el tema del compromiso político de los cristianos a la luz de los cambios que ha experimentado la doctrina social de la Iglesia a raíz del Vaticano II. Invitados al diálogo y al sano pluralismo, los católicos podrán vislumbrar escenarios ecuménicos en que significativos sectores cristianos y verdaderamente laicos trabajemos realmente por el bien común y no por cuotas de privilegios o por la conquista del capital simbólico en el campo religioso. Así, los políticos que se identifican públicamente como cristianos no se verán tentados a pactar con discursos agoreros y prácticas reaccionarias que satanizan a los sectores históricamente excluidos. ADH 841


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