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    martes, 19 de mayo de 2020

    Vivir la fe en la Iglesia doméstica

    La Iglesia Hoy | Redacción Amigo del Hogar


    Vivir la fe en la Iglesia doméstica

    En estos días el teólogo Anselmo Borges se preguntaba: "¿De qué sirven las iglesias sin la Iglesia de la fe vivida por cada cristiano y sin las 'iglesias domésticas' en cada casa y familia?". Esta interrogante, como otras tantas que buscan y merecen respuestas, surge en este momento crítico de confinamiento en que la Iglesia católica vive la interrupción de las celebraciones religiosas sin poder acudir a los templos, a puertas cerradas, y sin la necesaria mediación de sus ministros para acceder a los sacramentos.

    De las reacciones iniciales que se regaron como pólvora en las redes sociales, constatamos la sensación de desamparo y abandono experimentados en fieles y comunidades, como si Dios hubiera desaparecido. Pero también las preguntas sobre la actuación de Dios en esta amenaza de muerte global: ¿Por qué Dios permite la pandemia y calla?  ¿Por qué nos castiga de esta manera? ¿Dónde está Dios?



    Ya iniciada la cuarentena, la proximidad de la Semana Santa aumentó la tensión entre los fieles y, poco a poco, las miradas se volvieron hacia esa realidad vital descuidada en la práctica, pero tan urgente en pleno siglo XXI: la Iglesia doméstica y con ella, la necesidad de repensar, como afirma el teólogo, “lo que la Iglesia es realmente, que es ante todo el conjunto de todos los bautizados”. Esto supone un gran esfuerzo, pues no se trata de acomodarse a lo “virtual”, rezar en casa o transmitir la fe de los mayores. Implica un modo de ser iglesia desde las raíces neotestamentarias hasta los desafíos que presenta el mundo actual. Veamos algunas reflexiones sobre la Iglesia doméstica.

    1.    Las comunidades cristianas

    El padre Eugenio Pizarro, en sus comentarios litúrgicos nos recuerda que “Los hombres y las mujeres suelen buscar a Dios en los templos, en la contemplación de la naturaleza creada por Dios, o bien en el recogimiento de su ser”. “Pero Jesús quiere hacerse presente y vivir resucitado en la comunidad cristiana. Está presente en la comunidad cuando ésta se reúne para orar en su Nombre: "Pues donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, ahí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Y además, “Jesús está también presente en el desarrollo y crecimiento de la comunidad cristiana, también en sus crisis y en sus problemas”.

    El autor se refiere a la Iglesia doméstica como base de la Iglesia, Pueblo de Dios. “Y como base de la Iglesia, se hace presente, en Jesús, que vive en ella, en la historia misma de su Iglesia”. Esa promesa de Jesús, “hace que la comunidad tenga una importancia y prioridad pastoral. Yo diría: hace de la comunidad cristiana, también, a través de sus miembros, una base importante y un cimiento verdadero de la Iglesia en el corazón del mundo”.

    2.    El Hogar: Aquila y Priscila

    En Corinto, “Pablo encontró la hospitalidad con una pareja casada, Aquila y Priscila, forzados a mudarse de Roma a Corinto después de que el emperador Claudio había ordenado la expulsión de los judíos”, nos recuerda el papa Francisco. Dos perseguidos, como tantos de hoy.

    “Esta sensibilidad los lleva a descentrarse para practicar el arte cristiano de la hospitalidad y a abrir las puertas de su casa para acoger al apóstol Pablo”, indica el Papa. Al abrir sus puertas, esa casa “se convierte en 'domus ecclesiae', lugar de escucha de la Palabra de Dios y de celebración de la Eucaristía”. Gracias a dos extraños. “Incluso hoy, en países donde la libertad religiosa está perseguida, hay familias que hacen lo mismo”, y agrega “cuántas familias, arriesgando su cabeza, siguen acogiendo como una familia a los extraños”.

    La casa de Aquila y Priscila “se convirtió en un lugar de catequesis”, y ellos mismos emergen como "modelos de vida conyugal comprometidos responsablemente al servicio de toda la comunidad cristiana" y nos recuerdan que, “gracias a la fe y al compromiso de evangelización de tantos laicos como ellos, el cristianismo ha llegado hasta nosotros”.

    3.    El inicio de la Iglesia

    Si volvemos a la Iglesia primitiva, encontramos la Iglesia doméstica, formada por los que se reunían en las casas de algún cristiano o cristiana con una casa más grande y quien presidía era el dueño o la señora de la casa. Allí se celebraba la memoria de Jesús haciendo lo que él mandaba: dar la bendición y compartir el pan y el vino, recordándolo en acción de gracias, como decimos en la Eucaristía.

    Fue en los primeros siglos, nos recuerda el teólogo José María Castillo, “cuando las prácticas sacramentales no estaban tan organizadas y reglamentadas como ahora, ni siquiera se sabía cuántos eran los sacramentos, entonces precisamente fue cuando el cristianismo floreció con más vigor y más pujanza. Este asunto -tan determinante- está bien documentado y analizado. 

    Cuando el Imperio Romano empezó a debilitarse, sigue diciendo, fue cuando el cristianismo arraigó en lo más vivo de la población. “No por la multiplicación y exactitud de sus ceremonias. Eran tiempos en que los cristianos no tenían ni templos. Y hasta les era impensable el simple hecho de enseñar la cruz. Entonces, se pregunta: ¿qué es lo que impresionó tanto a la gente, que aquella Iglesia, en tan poco tiempo atrajo a tantos adeptos? Y encuentra la respuesta en el sentido comunitario tan fuerte, que unía a los individuos y a las familias, más que por unos determinados ritos religiosos, sobre todo por una forma común de vida, como acertadamente dejó escrito Orígenes (Contra Cels., 1, 1), esto fue decisivo, incluso determinante”.

    “Por eso la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida; tenía un fondo para los funerales de los pobres y un servicio para las épocas de epidemia. Pero más importante que estos beneficios materiales era el “sentimiento de grupo”, que acogía sobre todo a los que vivían como desarraigados en las grandes ciudades”.

    4.    Revitalizar la Iglesia doméstica

    Antes de la pandemia la teóloga Consuelo Vélez decía que “Mucho se habla de la urgencia de revitalizar la iglesia doméstica, es decir, la familia, para despertar la vivencia de fe de los niños y niñas que constituyen el futuro de la Iglesia”.

    Concluía su reflexión afirmando: “La iglesia doméstica no se vive por el mero hecho de invocar la urgencia de revitalizarla. Surge de la toma de conciencia del papel que juega en la vida de la familia y en lo que se transmite a los hijos. Nadie da lo que no posee. Nadie comunica lo que no vive. Por eso esta pregunta puede llevar a que unos decidan no bautizar a sus hijos. Pero puede hacer que otros revitalicen su propia fe y constituyan verdaderas iglesias domésticas. Y la renovación de nuestra comunidad cristiana vendrá de la autenticidad personal y de la profundidad con que respondamos por las razones de nuestra fe.

    5.    La Iglesia de cara al futuro

    Esta crisis que atravesamos ha de ser una oportunidad para sacudirnos como Iglesia. Crecer en una comunidad horizontal, de fuertes lazos; lugar de reconciliación y atenta siempre a la acogida. Una comunidad, como dice el papa, “que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador. Esa comunidad es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre”.

    Formarnos en esta realidad nos dará la alegría de una Iglesia servicial, que se sabe libre sin poder; que no domina ni acapara la verdad; que practica la misericordia, sin exclusión; que ofrece vida y esperanza y, por tanto, no condena; que da el testimonio de vivir fraternalmente, como expresión de su discipulado.

    Y, como dice el primer teólogo citado: “Cuando esta pesadilla pase, los católicos, porque el cristianismo es a la vez una fe personal de una experiencia íntima, y una fe comunitaria, se reunirán de nuevo festivamente en asamblea comunitaria, para celebrar juntos la Eucaristía”. ADH 845

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