Actualidad | Alcedo A. Ramírez
Antes
del “Habemus Papam”
Casi todo el mundo tiene sus miradas puestas en el Vaticano,
donde se lleva a cabo el Cónclave para la escogencia del Nuevo Papa, sucesor de
Francisco en la Silla Apostólica de Roma y representante de San Pedro a la
cabeza de la Iglesia Católica. Sin embargo, antes de poder escuchar la
declaración alegre de “Habemus Papam”, los cardenales electores se
enfrentan a un reto inmenso y difícil, ya que esta decisión para determinar la
sucesión de Francisco resulta crítica y compleja.
Entre otras cosas, esta es una decisión critica, difícil y
compleja porque no sabemos el resultado final de la misma, ni el desempeño de
la persona escogida, a la vez de que estamos considerando la sucesión de quizás
es líder internacional más importante del mundo. Además de las funciones
propias de un Jefe de Estado, el Papa tiene la responsabilidad de guiar la
mayor feligresía sobre la tierra, con presencia y ramificaciones en todos los
rincones y continentes del globo, concomitantemente con la continuación del
Magisterio Católico, tan importante para mantener actualizados los fundamentos
y principios de la Fe Cristiana.
Caso particular de la sucesión de la Jefatura de un Estado,
o cabeza de la Iglesia Católica, la dificultad estriba en que no hay forma de
que la persona seleccionada tenga la experiencia y los conocimientos adecuados
y propios para calzarse las Sandalias del Pescador de Roma. Este tipo de
función es tan singular que ninguna otra le sirve como preparación para tan
elevada posición, con tantos compromisos, matices y relaciones que la hacen
prácticamente inmanejable, desde el punto de vista administrativo y gerencial.
La mayoría de las veces es más fácil indicar los casos que
no son apropiados para esta significativa sucesión, ya que la información y
experiencia se han ido acumulando con el paso del tiempo. Las copias y
similitudes con la persona anterior a ser sustituida, ya que nunca resultan ser
buenas o mejores que el original. Los asistentes especiales, porque casi
siempre son protegidos por razones sentimentales y no por resultados positivos
obtenidos. Finalmente están los príncipes herederos, que casi nunca tienen una
experiencia adecuada, de haber hecho el trabajo necesario. En definitiva, el proceso de sucesión tiene
que ampliar el círculo de búsqueda, para poder dar con la decisión y el
objetivo correctos.
Ante estos grandes escollos que nos encontramos, hay una
fórmula que se puede seguir, que resulta muy lógica y que conduce a buenos
resultados, en la gran mayoría de casos. El proceso se inicia con la simple
cuestión o pregunta fundamental: ¿Cuál es el trabajo o función a realizar?
Ojalá que los cardenales electores hayan podido tener la oportunidad de afinar
la respuesta a esta interrogante, en las varias congregaciones que sostuvieron
antes de comenzar el Cónclave.
Una vez tenemos a mano las posibles respuestas a la pregunta
anterior, entonces tenemos que dirigir nuestra atención a otra cuestión o
interrogante, pero que en esta oportunidad se ubica y localiza en la persona
llamada a ocupar la posición o función: ¿Cuáles son los atributos,
características, conocimientos y experiencias necesarios para poder cumplir con
los retos y requerimientos antes señalados? Pregunta que parece inocente y
simple, pero que casi siempre es muy difícil de contestar. En vista de que los
cardenales electores son relativamente pocos y el conocimiento que se tienen
entre ellos mismos, creemos que en el caso particular de la Sucesión de
Francisco no va a ser muy prolongado el tiempo para arribar a una decisión
final, acertada y esperanzadora.
Hasta que veamos el humo blanco, de “Habemus Papam”, solo
resta pedir las orientaciones del Espíritu Santo y ponerse bajo su Gracia,
todos en Comunión Fraterna, junto con el Manto Protector de la Santísima Virgen
María, quien como Madre de la Iglesia vela por su bienestar y permanencia, al
lado de su Hijo Cristo Jesús. Amén, Ahora y Siempre.
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