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    jueves, 8 de mayo de 2025

    Antes del “Habemus Papam”


    Actualidad | Alcedo A. Ramírez

     


    Antes del “Habemus Papam”

     

    Casi todo el mundo tiene sus miradas puestas en el Vaticano, donde se lleva a cabo el Cónclave para la escogencia del Nuevo Papa, sucesor de Francisco en la Silla Apostólica de Roma y representante de San Pedro a la cabeza de la Iglesia Católica. Sin embargo, antes de poder escuchar la declaración alegre de “Habemus Papam”, los cardenales electores se enfrentan a un reto inmenso y difícil, ya que esta decisión para determinar la sucesión de Francisco resulta crítica y compleja.

     

    Entre otras cosas, esta es una decisión critica, difícil y compleja porque no sabemos el resultado final de la misma, ni el desempeño de la persona escogida, a la vez de que estamos considerando la sucesión de quizás es líder internacional más importante del mundo. Además de las funciones propias de un Jefe de Estado, el Papa tiene la responsabilidad de guiar la mayor feligresía sobre la tierra, con presencia y ramificaciones en todos los rincones y continentes del globo, concomitantemente con la continuación del Magisterio Católico, tan importante para mantener actualizados los fundamentos y principios de la Fe Cristiana.

     

    Caso particular de la sucesión de la Jefatura de un Estado, o cabeza de la Iglesia Católica, la dificultad estriba en que no hay forma de que la persona seleccionada tenga la experiencia y los conocimientos adecuados y propios para calzarse las Sandalias del Pescador de Roma. Este tipo de función es tan singular que ninguna otra le sirve como preparación para tan elevada posición, con tantos compromisos, matices y relaciones que la hacen prácticamente inmanejable, desde el punto de vista administrativo y gerencial.

     

    La mayoría de las veces es más fácil indicar los casos que no son apropiados para esta significativa sucesión, ya que la información y experiencia se han ido acumulando con el paso del tiempo. Las copias y similitudes con la persona anterior a ser sustituida, ya que nunca resultan ser buenas o mejores que el original. Los asistentes especiales, porque casi siempre son protegidos por razones sentimentales y no por resultados positivos obtenidos. Finalmente están los príncipes herederos, que casi nunca tienen una experiencia adecuada, de haber hecho el trabajo necesario.  En definitiva, el proceso de sucesión tiene que ampliar el círculo de búsqueda, para poder dar con la decisión y el objetivo correctos.

     

    Ante estos grandes escollos que nos encontramos, hay una fórmula que se puede seguir, que resulta muy lógica y que conduce a buenos resultados, en la gran mayoría de casos. El proceso se inicia con la simple cuestión o pregunta fundamental: ¿Cuál es el trabajo o función a realizar? Ojalá que los cardenales electores hayan podido tener la oportunidad de afinar la respuesta a esta interrogante, en las varias congregaciones que sostuvieron antes de comenzar el Cónclave.

     

    Una vez tenemos a mano las posibles respuestas a la pregunta anterior, entonces tenemos que dirigir nuestra atención a otra cuestión o interrogante, pero que en esta oportunidad se ubica y localiza en la persona llamada a ocupar la posición o función: ¿Cuáles son los atributos, características, conocimientos y experiencias necesarios para poder cumplir con los retos y requerimientos antes señalados? Pregunta que parece inocente y simple, pero que casi siempre es muy difícil de contestar. En vista de que los cardenales electores son relativamente pocos y el conocimiento que se tienen entre ellos mismos, creemos que en el caso particular de la Sucesión de Francisco no va a ser muy prolongado el tiempo para arribar a una decisión final, acertada y esperanzadora.

     

    Hasta que veamos el humo blanco, de “Habemus Papam”, solo resta pedir las orientaciones del Espíritu Santo y ponerse bajo su Gracia, todos en Comunión Fraterna, junto con el Manto Protector de la Santísima Virgen María, quien como Madre de la Iglesia vela por su bienestar y permanencia, al lado de su Hijo Cristo Jesús. Amén, Ahora y Siempre.





     

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