Consideraciones | Antonio
Lluberes, sj
Recuerdos
de las Escuelas Radiofónicas Santa María
Volver a la escuela en
medio de la pandemia no se hace fácil. Buscando diferentes recursos alternativos
se ha hablado de las Escuelas Radiofónicas Santa María. Como yo laboré ocho
años y medio en ellas, comparto unos recuerdos de valor pedagógico y de entusiasmo
humano.
Los alumnos de las
Escuelas tenían diversos perfiles. Eran personas adultas, preferentemente
jóvenes. Estaba el grupo más reducidos que eran los plenamente analfabetas. Después estaban los analfabetos por desuso, es
decir, aquellos que en sus años jóvenes habían ido a la escuela, aprendido
algo, pero al desertar y no volver a manejar el lápiz y la lectura, poco a poco
volvían a un analfabetismo práctico. Y, por último, estaban los alfabetizados
pero que necesitaban una certificación oficial para mejorar su condición de
trabajo y vida y hacían los cursos faltantes hasta conseguir su certificado de
octavo.
Pero, lo más bonito y
entusiasmante eran las motivaciones que ellos tenían y que uno se iba
encontrando en el caminar.
Les cuento tres muy
particulares.
Una primera tuvo lugar
en Tavera Arriba, por detrás de la presa. Allí veía venir desde lo lejos a un
hombre de edad madura en su caballito y con sus esquemas de las clases y cuaderno
metidos en el árgana de su caballo. Un día, le pregunté si vivía lejos y me
dijo que estaba a dos horas a caballo e insistí y por qué a su edad y con tanto
esfuerzo venía al encuentro de los alumnos con el profesor y su respuesta me
marcó y la recuerdo para siempre: “es que mi hija vive en Nueva York y yo me
quiero comunicar con ella y yo no sé ni leer ni escribir.”
Otro día, en el barrio
Cienfuegos de Santiago había un hombre joven, fuerte, animoso, dispuesto que nunca
faltaba a los encuentros semanales y siempre traía sus tareas escritas. A los
días le pregunté porque tenía tanto interés en los estudios y me dijo: “yo trabajo
en la línea de producción de la zona franca y quiero ser supervisor y para eso tengo
que dar informes escritos, claros y correctos y yo no sé escribir lo suficiente
para hacerlos.”
Y tercero, en Blanco
Arriba, en las lomas de Tenares había un señor mayor que mostraba interés en
aprender, sobre todo en la lectura, que al principio balbuceaba y cada semana progresaba
dando a entender que se ejercitaba en la casa. También a él le pregunté por qué
esa disposición y me dijo “es que yo soy presidente de asamblea y desde la
parroquia de Tenares me mandan papeles que no puedo leer y tengo que poner a un
muchachito para que los lea y yo tengo que aprender a leer porque a mí me gusta
mi trabajo.”
La motivación era la
clave, lo que movía a esa gente adulta a estudiar. Esa es la enseñanza.
Publicado
en Semanario Católico Camino, 13 de septiembre de 2020
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