Testimonios | Isabel Orellana/Zenit*
Charles de Foucauld, Apóstol de los tuaregs
“Apóstol de los tuaregs, este Hermano universal de
origen aristocrático, que se convirtió siendo adulto, se dejó literalmente la
vida en su misión. A él se debe la proliferación de numerosas fundaciones
asentadas en su espiritualidad”
Este “misionero del Sahara”, apóstol de los
tuaregs, nació en Strassbourg, Francia, el 15 de septiembre de 1858. Su origen
aristocrático –fue vizconde de Foucauld– inicialmente no le otorgó a su
carácter la distinción que cabría esperar en alguien de su alcurnia. Él y su
hermana María perdieron a sus padres.
El beato Charles de Foucauld tenía 6 años. Creció
junto a ella bajo la tutela de su abuelo, encaminándose a la vida militar.
Antes había estudiado con los jesuitas, pero en los tres años que estuvo con
ellos no parece que sus enseñanzas hicieran mella en su espíritu. Desde sus 16
años vivía alejado de la fe. Como el hijo pródigo, dilapidó la copiosa herencia
que le legaron tiñendo su existencia con las sombras de ese ambiente licencioso
al que se asomó.
Fue en 1878 cuando se integró en el ejército y dos
años más tarde convertido en oficial prestó sus primeros servicios en Sétif,
Argelia. Dios no existía entonces para él. Otros intereses mundanos llamaban su
atención y al año siguiente su mala conducta supuso su expulsión.
A partir de ese momento tuvo una vida ajetreada.
Se convirtió en explorador, aunque a la par sondeaba, inquiría íntimamente una
respuesta espiritual que, todavía difusa, le inquietaba.
El beato Charles de Foucauld participó en la
revuelta de Bon Mama en Orán del Sur, estudio árabe y hebreo, y en 1883 inició
una expedición a Marruecos por la que fue condecorado con la medalla de oro de
la Sociedad Geográfica; recorrió Argelia y Túnez.
Fue un viaje que preparó su espíritu para ser
fecundado por la gracia divina ya que al ver cómo vivían su fe los musulmanes,
brotó de su interior esta ardiente súplica: “Dios mío, si existes, haz que te
conozca”. Esta sinceridad y apertura fueron suficientes para que penetrase la
luz divina en su corazón a raudales.
En octubre de 1886 cuando se hallaba en París
preparando el texto sobre su viaje por Marruecos, inició su itinerario
espiritual llevado de la mano del padre Huvelin. Obedeciendo sus indicaciones,
se confesó, pese a declararse no creyente, y se sintió totalmente renovado:
“Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa
sino vivir para Él; mi vocación religiosa es del mismo momento que mi fe: Dios
es tan grande”.
Peregrino en Tierra Santa
Durante siete años la Trapa fue su hogar.
Primeramente pasó uno en la casa de Nuestra Señora de las Nieves, en Francia, y
de allí, a petición suya vivió otros seis en la que tenían en Akbés, Siria.
Impactado por la experiencia, pero sin terminar de encajar allí totalmente,
regresó a Roma para cursar estudios por indicación de sus superiores, pero en
1896 abandonó la comunidad trapense y peregrinó a Tierra Santa.
El beato Charles de Foucauld permaneció allí un
tiempo asistiendo a las hermanas clarisas en Nazareth. Fue otro momento
importante para su vida espiritual que recorrió impregnándose de la pobreza que
hallaba encerrada en estos matices: “No tenemos una pobreza convencional, sino
la pobreza de los pobres. La pobreza que, en la vida escondida, no vive de
dones ni de limosnas ni de rentas, sino sólo del trabajo manual”.
Presencia en África
Después de una profunda experiencia casi
eremítica, saboreando la riqueza de la contemplación, regresó a Francia donde
prosiguió los estudios que en 1901 culminaron con su ordenación sacerdotal en
Viviers. Tenía 43 años y una idea apostólica tan clara que no dudó en
materializarla: la evangelización de Marruecos.
Al no poder residir en el país, como hubiera sido
su deseo, se afincó lo más cerca posible, en Beni-Abbés, Argelia. Ya tenía
clavada esta convicción: “Haré el bien en la medida en que sea santo”. El
espíritu de sacrificio, la pobreza, el desvelo por los enfermos y los más
necesitados se habían convertido en el objetivo prioritario de su vida que
había encendido con sus largas horas de adoración ante la Eucaristía: “La
Eucaristía es Dios con nosotros, es Dios en nosotros, es Dios que se da
perennemente a nosotros, para amar, adorar, abrazar y poseer”. Sabía por
experiencia y así lo expresó que “cuanto más se ama, mejor se ora”.
Emulando a los mercedarios, liberó esclavos en
1902, y entre 1904 y 1905 se estableció en Tamanrasset junto al pueblo tuaregs
del Hoggar argelino. Parecía como si tuviese la impresión de que debía apurar
el tiempo.
El beato Charles de Foucauld trabajó con denuedo
en una formidable labor de inculturación, primeramente traduciendo al tuareg
los evangelios, labor que continuó a la inversa, traduciendo al francés poesía
tuareg. Es autor de un diccionario bilingüe francés-tuareg y tuareg-francés, de
una gramática y de varias obras sobre esta tribu nómada. Este era su anhelo:
“Yo quisiera ser lo bastante bueno para que ellos digan: ‘Si tal es el
servidor, ¿cómo entonces será el Maestro…’?”.
La Unión de Hermanos y Hermanas
En 1909 puso en marcha la Unión de Hermanos y
Hermanas del Sagrado Corazón con el objetivo de llevar la fe a África. En los
once años que convivió con los tuaregs se hizo uno con ellos sin escatimar
esfuerzos, con el gozo de saber que de ese modo cumplía fielmente la misión a
la que se sintió llamado por Cristo.
Amó al pueblo hasta el fin, y allí entregó su
vida. El 1 de diciembre de 1916 una bala de fusil en medio de una emboscada
bereber acabó con este gran apóstol que fue beatificado por Benedicto XVI el 13
de noviembre de 2005.
El influjo de su espiritualidad se halla en diversas instituciones: los Hermanitos y las Hermanitas de Jesús, las Hermanitas y los Hermanitos del Evangelio, las Hermanitas de Nazaret, las Hermanitas del Sagrado Corazón, la Fraternidad Jesús Caritas, y la Fraternidad Charles de Foucauld.
*Publicado en www.zenit.org
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