Ecología Integral | Amerindia
Declaración del encuentro “Teología de la
Liberación en tiempos excepcionales de crisis y esperanza”
1. Al culminar los Encuentros convocados por
Amerindia a lo largo del mes de octubre 2020, animados/as por las conferencias,
diálogos y celebraciones que compartimos con hermanas/os de 25 países de
América Latina, del Caribe e hispanos de Estados Unidos, nos sentimos llamados
a recoger esta experiencia en una Declaración que exprese con pasión y en
perspectiva de futuro el compromiso que asumimos.
2. Como consecuencia de las restricciones
vinculadas a la pandemia del coronavirus, lo que iba a ser un encuentro
presencial de coordinadores/as de nuestra red que tendría lugar en la ciudad de
Manaos (Brasil), se transformó en algo distinto. No sólo porque tuvo que
realizarse en forma virtual sino porque así participó un número mucho más
amplio y diverso de militantes cristianos/as del continente y - lo decimos con
inocultable alegría - numerosos jóvenes de distintos países de la región.
3. Todos quienes participamos nos sentimos parte
de una entrañable tradición latinoamericano-caribeña que quiere mantener viva
la novedad que el Espíritu de Jesús ha regalado a nuestras iglesias. Novedad
fecunda que dio a luz la radical opción por los pobres y excluidos, la
participación en las luchas de los sectores marginados, las comunidades
eclesiales de base, el martirio de laicos/as, religiosas/os y ministros de la
comunidad y, una misión vivida desde el diálogo y la reciprocidad. También dio
a luz a la teología de la liberación, entendida como momento segundo que
acompaña el descubrimiento del rostro de Cristo en los rostros y la pasión de
las/os más pobres y excluidos/as así como en sus incesantes luchas. Reflexión
de fe hecha desde dentro de los procesos a través de los cuales el mundo es
transformado precisamente para abrirse al don del reino de Dios. Teología que
hoy realizamos en el esfuerzo por incorporar la ecología integral, asumir el
giro decolonial, la lucha por los derechos de las mujeres y el clamor de los
pueblos originarios y afrodescendientes.
4. Hoy nos encontramos en plena crisis provocada
por la pandemia del coronavirus. Estamos conmovidos por la tragedia sanitaria
que ha producido 11.000.000 de contagios y 400.000 muertos sólo en nuestra
región. Pero también por las terribles consecuencias socioeconómicas,
psicológicas, culturales y espirituales que ha desencadenado. Esta pandemia,
originada por intervenciones territoriales de empresas que alteran el hábitat
de animales salvajes, generó rápidamente una cadena de contagios que
convulsionaron procesos, situaciones y relaciones que configuran nuestra convivencia
social. Nos hemos transformado en espectadores y víctimas de un ‘efecto
mariposa’ que muestra que el mundo es un sistema en el que cada uno de los
elementos, por insignificante que parezca, interactúa con los otros y termina
por afectar el conjunto. Hemos aprendido, a un costo altísimo, que todo está
interrelacionado, como repite con insistencia la encíclica ‘Laudato si’. En tal
sentido la pandemia no ha hecho sino agravar aún más el desastre ecológico y
cultural de alcance planetario perpetrado contra la región del Amazonas, con la
tala de selvas, los incendios voluntarios, la contaminación ambiental y la
destrucción de la biodiversidad, todo ello inseparable del desconocimiento del
derecho de los pueblos originarios al territorio y el asesinato de muchos de
sus líderes.
5. Más allá de las cifras, sin embargo, nos
conmueven los múltiples rostros marcados por el hambre, la desocupación, la
violencia de género e intrafamiliar, la migración expuesta a mil formas de
explotación, la situación de quienes viven en la calle, el racismo y el
menosprecio de los pueblos originarios. La pandemia, fue democrática en los
contagios, pero muy desigual en sus consecuencias. Ella ha desnudado un sistema
mundo radicalmente inhumano y violento que ofrece protección a algunos, pero
deja en la indefensión a las mayorías populares. Un sistema que genera
creciente desigualdad y saquea nuestra casa común, reproduce una ideología
patriarcal que oprime a las mujeres y promueve una mentalidad colonial que
menosprecia los hábitos y la sabiduría de los pueblos originarios y
afrodescendientes.
6. Por otro lado, esta crisis nos está mostrando
la conmovedora solidaridad vivida sobre todo a nivel de los trabajadores y
sectores populares con extraordinaria ternura, creatividad y valentía como lo
vemos, por ejemplo, en los funcionarios de la salud, los servidores públicos,
las ollas populares, el intercambio de medicinas tradicionales alternativas, el
trueque de bienes básicos por fuera del mercado. Ellos han puesto en evidencia
que el valor primero a defender es la vida. Una vida que sólo es posible sostener
asumiendo solidariamente la vulnerabilidad, la interdependencia y el cuidado
recíproco. Desde la extraordinaria capacidad de entrega de tantas personas y
grupos hemos vuelto a descubrir que el otro mundo posible que anhelamos sólo
puede gestarse desde el cuidado de la vida de los pobres y de la madre tierra
al que todo debe subordinarse.
7. Estas experiencias han dejado en evidencia,
además, que las iniciativas solidarias de carácter voluntario y puntual no
alcanzan. El cuidado de la vida ha de convertirse en criterio fundamental a
nivel social y estatal. No como beneficencia sino como parte de los derechos
propios de la ciudadanía plena. La evidente y universal vulnerabilidad de los
humanos está reclamando que incluyamos en la agenda política dimensiones del
cuidado que hasta ahora se relegaban al ámbito de las acciones voluntarias. El
cuidado no debe ser reducido al ámbito de lo opcional. La vulnerabilidad, la
interdependencia y el cuidado son elementos que nos definen, ni más ni menos,
como especie humana.
8. Por todas estas consideraciones compartidas nos
sentimos llamados/as como Amerindia a poner en el centro de nuestra pasión y de
nuestras prácticas personales, sociales y pastorales el cuidado de la vida de
los pobres y de la madre tierra en una perspectiva de profunda reciprocidad. Un
cuidado que queremos aprender de los hombres y mujeres, las comunidades de vida
organizadas, que tienen rostros, culturas, dolores, luchas y esperanzas
concretas. Son los poetas sociales que crean desde su trabajo inventado al ser
descartados, son pueblos de la tierra que cultivan su sabiduría ancestral a
pesar de viejas y nuevas colonialidades, son mujeres que escriben otras
narraciones a pesar del patriarcado que les graba en el cuero la violencia, son
afroamericanos que nos recuerdan que todos venimos de África a pesar de los
racismos reciclados y los muros en construcción, son migrantes que superan
muros en busca de la siempre ansiada tierra prometida, la tierra sin mal. En
definitiva, son los de abajo dando su lección, enseñando el camino para sanar
el mundo, para liberarnos de cada faraón.
9. Reafirmamos que este cuidado de la vida implica
para nosotros asumir los tres compromisos que emergen del Sínodo Panamazónico:
incorporar el paradigma de la ecología integral, luchar contra la desigualdad
en clave intercultural y animar una iglesia sinodal desde la base. Tres
aspectos que no los comprendemos separados sino retroalimentándose
permanentemente. Sólo una iglesia cada vez más sinodal puede incorporar la
perspectiva del cuidado de la casa común y de la igualdad radical entre
personas, grupos y culturas incluyendo las relaciones de género y entre
diferentes tradiciones religiosas, culturales y humanitarias. Se trata de
sustituir relaciones de dominación y subordinación por relaciones de
reciprocidad en el respeto a la diversidad.
10. En los diálogos y celebraciones compartidos
hemos reconocido que no vivimos estos compromisos como una acumulación
agobiante de obligaciones a cumplir a partir de un proyecto centrado en
nuestras fuerzas. Los experimentamos más bien como respuesta a la esperanza que
nos habita y que sentimos la enorme alegría y responsabilidad de compartir con
todas y todos.
11. El papa Francisco, en sus múltiples
referencias a la crisis humanitaria evidenciada por la pandemia, dice que no
hemos de volver a la llamada ‘normalidad’ porque en realidad se trataba de una
situación que estaba ya enferma de injusticia y maltrato de la casa común. La
normalidad a la que estamos llamados, afirma Francisco, es la del Reino de
Dios, donde ‘los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y
los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena
Nueva’. (Mt 11,5) Jesús no vive estas prácticas liberadoras como algo fácil. Por
el contrario, las realiza en un mundo que se le opone frontalmente y se
presenta como inmodificable. Sobre todo por la acción represiva del Imperio
Romano, la explotación económica de los terratenientes y el control del
cumplimiento de la Ley de Moisés por parte de las autoridades del Templo. Los
últimos están abandonados a su suerte, condenados a vivir sin la menor
esperanza de que algo cambie. Lo primero que hace Jesús es romper ese mundo
totalmente cerrado introduciendo una novedad radical: Dios está presente entre
nosotros como una fuerza creadora de fraternidad y justicia para hacer de este
mundo un banquete al que estamos todos invitados. El llamado a vivir de otra
manera tiene su raíz en el misterio último de la vida que nos impulsa a la
construcción de un mundo más humano. Dios no nos deja solos con nuestros
sufrimientos y conflictos, sino que quiere construir con nosotros y desde ya
una vida más humana en la que nos tratemos como hermanos y hermanas.
12. Por eso a lo largo de nuestros encuentros nos
hemos sentido invitados a una profunda ‘conversión’ capaz de traducirse también
en una diversidad de compromisos a ser dialogados en cada grupo nacional. Por
eso también Amerindia continental deberá retomar lo compartido con
tanta pasión y lucidez para discernir, con el aporte de todos/as, cómo
profundizar su proyecto en el tiempo nuevo que ya comenzamos a vivir.
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