Valor del Mes | P. Juan Tomás García, MSC
La Familia
“Cree en el Señor Jesús y
te salvarás tú y toda tu familia” (Hechos 16, 30)
En noviembre somos llamados a promover la familia como
un valor fundamental para la humanidad y en la Iglesia. Pensemos, entonces, en
la relación que guardan la familia y la fe. La familia nos permite nacer y
desarrollarnos en un ambiente cariñoso y acogedor, que nos aporta la salud y el
bienestar que necesitamos para ser personas. Ella está atenta hasta a la menor
necesidad que podamos sentir, en los tiempos de niñez, adolescencia y primera
juventud. El espíritu de familia nunca nos desampara, nos acompaña en todas
nuestras búsquedas y en las etapas de nuestro desarrollo como seres humanos. Es
así que aprendemos a vivir vinculados por los mejores valores humanos. Da
gusto, anima e impulsa ver los esfuerzos, los desvelos que viven las familias,
procurando el crecimiento de los suyos, llenos de generosidad y abnegación. ¿Qué
sería del mundo sin sólidas familias que nos enseñan con la práctica, a ser personas,
humildes y solidarios; socialmente tratables y defensores del bien y de la
dignidad? La familia crea estabilidad y fomenta la honestidad, promueve hábitos
de trabajo y enseña la disciplina y comportamientos comunitarios que brindan soporte
y orientan a cada miembro, hacia la madurez humana.
¿Qué está pasando con la familia hoy, cuál es su
futuro?
Hoy nos encontramos con una dificultad añadida. Al
hablar de familia hemos de clarificar de qué familia hablamos. Ni en el ámbito
de la vida real, ni en el legislativo, ni en el institucional encontramos hoy un
concepto englobante de familia. En la cultura actual la familia viene concebida
de muy diversas y aun opuestas maneras. Por eso es necesario apuntar que
nosotros entendemos por familia la unión estable de un hombre y de una mujer,
fundada en el sacramento del matrimonio y abierta a la procreación. «La Iglesia
sabe muy bien, proclama Benedicto XVI, que el mensaje cristiano refuerza e
ilumina los principios básicos de toda convivencia, como el don sagrado de la
vida, la dignidad de la persona junto con la igualdad e inviolabilidad de sus
derechos, el valor irrenunciable del matrimonio y de la familia que no se puede
equiparar ni confundir con otras formas de uniones humanas».
Que los matrimonios cristianos comiencen por dar testimonio de lo que ha acontecido en sus vidas cuando se han abierto al mensaje de Jesús sobre la familia
En este tiempo, en la República Dominicana y en el
mundo existe un temor inquietante en torno a posibles modificaciones a nuestra
constitución que introduzcan cambios legales que pongan en riesgo la familia
como núcleo convivencial. Las agendas de grupos de poder económicos y sociales
continúan presionando al gobierno para que facilite la aprobación de estas
modificaciones que les permita actuar de manera abierta y legal. La llegada del
gobierno del PRM y aliados es vista, por muchos, como la oportunidad esperada
para lograr sus objetivos. Muchas personas apoyan a estos grupos, pensando que son
un signo de modernización y avance, sin embargo, no saben el peligro que se cierne
sobre la familia y el sano desarrollo de las personas y sus relaciones
integrales.
Familia y Salvación
La familia es una realidad humana que puede ser vivida
en el Señor. Esta posibilidad se basa en que la Iglesia realiza su misión
encarnada en las realidades del mundo y una de las más importantes, es la
familia. Ni la doctrina ni la acción pastoral de la Iglesia son abstractas ni
se realizan en el aire. La insistencia de la Iglesia en anunciar públicamente y
convertir en socialmente eficaz su enseñanza acerca del matrimonio y de la
familia no es ninguna intromisión indebida en un ámbito que le es ajeno. El futuro
de la sociedad y de la Iglesia se juega en la familia. Sin la confianza en
Dios, sin la confianza en Cristo, que nos da también la capacidad de la fe y de
la vida, la familia no puede sobrevivir. Lo vemos hoy. Sólo la fe en Cristo, sólo
la participación en la fe de la Iglesia salva a la familia; la Iglesia sólo
puede vivir si se salva la familia. Yo ahora no tengo la receta de cómo se
puede hacer esto. Pero creo que debemos tenerlo siempre presente. Por eso,
tenemos que hacer todo lo que favorezca la familia: círculos familiares,
catequesis familiares, enseñar la oración en familia... Esto es muy importante:
donde se hace oración juntos, está presente el Señor, está presente la fuerza
que puede romper incluso la dureza del corazón que, según el Señor, es el
verdadero motivo de las amenazas que pesan sobre la familia.
Más que caer en lamentaciones o en falsos victimismos,
sintiéndonos como perseguidos por la sociedad actual, es preferible que los
matrimonios cristianos comiencen por dar testimonio de lo que ha acontecido en
sus vidas cuando se han abierto al mensaje de Jesús sobre la familia. En un
segundo momento ellos mismos sentirán la necesidad de profundizar en las
razones y los motivos que explican el bien que reporta tratar de vivir
sinceramente el Evangelio de la familia.
Toda pastoral familiar debe vivirse en procesos
progresivos desarrollándose en las distintas etapas de su formación. «Es
necesario hacer de la pastoral familiar una prioridad básica, sentida, real y
operante. Básica, como frontera de la nueva evangelización. Sentida, esto es,
acogida y asumida por toda la comunidad. Real porque será respaldada concreta y
decididamente con el acompañamiento de los agentes de pastoral. Operante
significa que debe estar inserta en una pastoral orgánica» (Documento de Santo
Domingo, 64).
Una prioridad pastoral
Es necesaria y urgente una pastoral familiar más
incisiva y revitalizada. El Papa Juan Pablo II ha recordado que «una pastoral
familiar así revitalizada dejará sentir su benéfica influencia en otros
sectores, especialmente en la pastoral de jóvenes, en la pastoral vocacional y,
en último término, en el florecimiento de las Iglesias Locales. “La
evangelización de la familia constituye una prioridad pastoral, conviene
prestar atención a la preparación humana y espiritual de las parejas y al
seguimiento pastoral de las familias, recordando la dignidad eminente del
matrimonio cristiano, único e indisoluble, y proponiendo una espiritualidad
conyugal sólida, para que las familias crezcan en santidad”. ADH 850
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