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    miércoles, 16 de diciembre de 2020

    2020, Adviento Solidario

    Reflexiones | Carmen Herrero Martínez *



    2020, Adviento Solidario

    En primer lugar, recordar lo que significa Adviento. Adviento es una palabra que viene del latín, adventus, que quiere decir “llegada solemne”. Adviento, un tiempo para vivirlo bajo el signo de “encuentro” entre un Dios que viene al encuentro del hombre y el hombre que va al encuentro de Dios. Un Dios que se hace solidario con la humanidad caída y viene a levantarla, a sacarla del estado de esclavitud en el que vive, para darle la libertad, la salvación. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). “Dios hecho materia, para que la materia sea divinizada” [1]. Y santo Tomás de Aquino dice: “Es evidente que el Hijo de Dios tomó nuestra condición y vino a nosotros no por un motivo insignificante, sino por nuestro bien. Él se vinculó a nosotros, por decirlo de esta manera, tomando un cuerpo y un alma humana y naciendo de una Virgen, para poder darnos su Divinidad. De esta manera, él se hizo hombre para que el hombre se haga Dios”.

    El Adviento está marcado por la espera y esperanza que culmina en el nacimiento de Jesús. Y en este momento histórico que estamos viviendo -tan incierto y alarmante- la esperanza es una necesidad vital sino queremos perecer. Con fuerza y mucha fe hemos de gritar: ¡Maranatha, ven, Señor Jesús! Ven a salvar a tu pueblo de esta pandemia que supera su capacidad y le conduce a la desesperanza y a la pobreza extrema.

    Pese a este sufrimiento real, vivamos el Adviento como un camino que vamos recorriendo, a través de las cuatro semanas litúrgicas, acompañados por la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone. Este camino nos lleva a Belén, donde se realiza el acontecimiento central de la historia salvífica: el nacimiento del Hijo de Dios. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4,4). Benedicto XVI dice: “El acontecimiento central de nuestra fe es que Dios-Amor, ama tanto al mundo -a nuestro mundo- que le ha enviado a su Hijo, Jesucristo, este Niño, Jesús que nos nace, es el Amor de Dios encarnado [2].

    A la espera y esperanza hemos de añadir la solidaridad, porque desde el momento que Dios se hace Hombre, solidario con la humanidad, todo cuanto concierne al ser humano, concierne a la Iglesia ya los cristianos. De ahí que la solidaridad sea esencial para el cristiano. Vivir un Adviento solidario quiere decir: comprometerse con los más pobres y necesitados. Entendiendo por pobres no solamente a aquellas personas que carecen de lo económico, sino a tantas personas que están sumergidas en la pobreza humana, moral y espiritual. Esta pobreza que, a numerosos hombres y mujeres, en nuestros días, les esclaviza y les impide vivir en libertad y plenitud de vida, bajo la apariencia de riqueza y poder. ¡Fuerte pobreza escondida en la opulencia!

    Este año, 2020, el tema de la solidaridad tiene un colorido muy especial y grita con urgencia un compromiso real. Un compartir con los más pobres y necesitados de la sociedad. Este año está marcado por el covid 19 que tanto sufrimiento y pérdidas humanas y económicas está causando a nivel mundial. ¿Cómo no sentirse solidarios con las familias que han perdido un ser querido en tales condiciones? ¿Y con quienes han perdido su trabajo, con aquellas personas y hogares que se ven en la pobreza absoluta?

    Ser solidarios es estar al lado del necesitado, sea cual sea su situación. Sentir cierta compasión y hacer humanamente lo que podamos, cada uno desde su propia realidad. Recordemos las palabras de Jesús: “Cada vez que lo hicisteis a uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,34). El criterio del juicio final es: “Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25,39s). Siendo Dios el centro de nuestra vida, el prójimo, el hermano, tiene que estar junto a Dios, no podemos separarlo. “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). ¡No cabe separación entre Dios y el hermano! La exigencia cristiana es diáfana porque Dios se ha hecho solidario con toda la humanidad. Él nos entrega a su Hijo, a su Unigénito, asumiendo nuestra propia naturaleza para liberarnos del pecado y salvarnos. Cristo, el Hijo de Dios, ciudadano del cielo, por derecho natural, se ha hecho Hijo del Hombre en el tiempo, ciudadano de la tierra. “El cuál siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (Flp 2,2-27). Jesús se hace solidario con la Humanidad caída, en la mayor de las pobrezas: el pecado, la ruptura con su Creador.

    ¡Qué maravilla si realmente viviésemos así el Adviento, animados, de este espíritu solidario y fraterno! Sabemos que vivir como hermanos ycompartir los bienes humanos y espirituales no es fácil, pero al menos, intentemos hacer lo “poco” que está a nuestro alcance y pidamos a Dios, nuestro Padre, que nos conceda la gracia y la audacia de amar como él nos ama, aprendiendo de él a ser solidarios con nuestros hermanos y hermanas en humanidad como Dios lo ha sido y lo sigue siendo con cada uno de sus hijos e hijas.

    A nosotros, los cristianos, y a todo ser humano, nos toca esforzarnos y poner ese grano de arena que ayude a formar una sociedad donde el amor de unos con otros sea posible y más en las circunstancias históricas que estamos viviendo en este Adviento 2020.Pues como dice el refrán: “Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. Los pequeños gestos y pequeños “pasos”, que cada uno vamos dando hacia el hermano construyen grandes caminos que convergen en el encuentro, en la alegría y la amistad fraterna. Desde esta colaboración y deseo de amarnos los unos a los otros como hermanos, hijos de un mismo Padre, y salvados por Jesucristo, estamos construyendo una sociedad más humana, más justa y solidaria; porque un mundo mejor es posible, con la ayuda de Dios y nuestra propia colaboración.

    Esta pandemia, ¿nos abrirá los ojos y el corazón para mirar el pasado y evitar los errores personales y sociales del individualismo, la arrogancia y el sálvese quien pueda?

    Según voy escribiendo me viene a la mente y al corazón la imagen de María y José en el momento en el que iban buscando posada y nadie los acogió: “Para ellos no había sitio en la posada”. Nadie fue solidario con ellos.

    En nuestros días, en nuestra sociedad, también hay muchas marías y josés que no encuentran sitio en la “posada”, en la sociedad; porque molestan y cambian nuestros planes… como una mujer encinta molestaba y cambiaba la organización del posadero… Lo desconocido siempre nos da miedo. María no era una mujer ordinaria pues en su seno se había encarnado el Hijo de Dios, pero el Salvador del mundo no encontró un sitio digno para nacer. Mensaje para reflexionar y llevar a la vida desde la acogida sencilla y fraterna de unos con otros y de tantos emigrantes que llaman a nuestras puertas europeas.

    Si vivimos el ADVIENTO abiertos a la esperanza desde una real solidaridad la NAVIDAD será muy distinta, tanto en las familias, como en las comunidades y en la sociedad; porque donde reina la solidaridad y el amor, allí está Dios, el Emmanuel encarnado, y allí es NAVIDAD (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

    ¡FELIZ   NAVIDAD!

    * Fraternidad Monástica de Jerusalén, soeurcarmen@gmail.com
    ESTRASBURGO (FRANCIA).



    [1]. San Máximo el Confesor.

    [2].Benedicto XVI, su primeraen la encíclica, “Dios es amor”, nº 1.

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