Mariología | Juan Corona Estévez, MSC
María, madre de misericordia
La Iglesia, tal como lo atestiguan algunos
escritos del siglo III, se ha acogido con confianza a la protección
misericordiosa de María. Igualmente, en el primer milenio se encuentran
numerosos testimonios sobre la clemencia, la bondad y la misericordia de la
Virgen. Según estos datos, parece ser que el primero en atribuir este título a
María fue Santiago de Sarug (+521) y luego se difundió en Occidente, sobre todo
en el medievo latino, como lo demuestra la oración mariana de la Salve Regina en
el siglo X.
En ese mismo siglo, se encuentra ya una auténtica
teología de su maternal misericordia. Esto se puede comprobar mediante sus
gestos de amor, hospitalidad e intersecciones realizadas a favor de los más
pobres. De acuerdo con Juan Kyriotis, el teólogo Ángelo Amato sostiene que
María, por ser la madre del misericordioso, no puede carecer de compasión.
Justamente por eso ella es para nosotros toda misericordia, puesto que sabe
compartir las debilidades humanas y porque conoce bien la materia de la que
estamos hechos.
María no solo es una figura devocional y afectiva, sino principalmente bíblica y teológica, pues constituye el gran signo del amor misericordioso de Dios
Asimismo, en las celebraciones litúrgicas de la
Iglesia, la Virgen es invocada numerosas veces como madre de misericordia,
indicando de esta forma la cooperación de María en la promoción de la vida
espiritual de los fieles y su intercesión misericordiosa. Hay que mencionar,
además, que esta presencia de María es celebrada tanto en el arte oriental y
occidental, como también en los numerosos santuarios marianos dedicados a la Madre
del Hijo de Dios.
Es evidente, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, los signos visibles de que Dios es misericordia, piedad y amor (cfr.
Ex 34,6; 1 Jn 4,8.18). La concreción de este amor queda expresada en la palabra
hebrea rahamim, que indica sus entrañas de misericordia, siendo esta tan
concreta que se conmueve íntimamente en una relación de participación casi
física con sus hijos e hijas. En otras palabras, la misericordia de Dios no es
otra cosa que su conmoción ante la miseria humana. Este lenguaje nos hace ver a
Dios de manera dinámica, en su presencia solidaria que comparte la historia de
sufrimiento de la humanidad.
En este contexto se inserta María, la madre
misericordiosa y compasiva. Ella no solo es una figura
devocional y afectiva, sino principalmente bíblica y teológica, pues constituye
el gran signo del amor misericordioso de Dios. Por eso la Iglesia, como
sacramento de Cristo e inspirada por María, ha
construido en la historia una auténtica civilización del amor, de la acogida y
la ternura en todos los ámbitos sociales. Ciertamente, estas acciones nos
sugieren un modo más útil e inmediato de hablar de Dios hoy y de testimoniar su
amor, ya que solo los gestos concretos de misericordia pueden urgir al ser
humano contemporáneo a un profundo encuentro con Dios.
Referencia: Amato, A., María y la
Trinidad. Espiritualidad mariana y existencia cristiana, Salamanca,
1999, pp. 159-171.
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