Navidad | Juan Corona Estévez, MSC
En la
encarnación del Hijo de Dios, María es invitada a concebir a aquel en quien
habitará “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2,9). Esta
elección es fruto gratuito de la misericordia divina, la cual está en relación
directa con el designio salvífico de Dios. En esto “Dios ha demostrado el amor
que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de
él” (1 Jn 4, 9).
La afirmación,
“se encarnó del Espíritu Santo y de María, la virgen, y se hizo hombre” que
aparece explícita en el credo niceno-constantinopolitano, pone en evidencia
el hecho de que en este acontecimiento coopera también María. De igual
manera la expresión paulina “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gál 4,4) explica
que el Hijo, además de la generación eterna del Padre, recibe un nacimiento
temporal de una mujer. Siendo este el inicio de la salvación, María como “madre
del Señor” (Lc 1,43) y “madre de Dios” (Concilio de Éfeso 431).
Cuando el Hijo de Dios asumió carne humana en María, el ángel Gabriel dijo que el Señor estaba con ella, es decir, Dios mismo estaba con María al momento de concebir a Jesús en su seno
Este
protagonismo de María en la encarnación ha sido celebrado desde los primeros
siglos del cristianismo. Así lo atestiguan algunos santos y doctores de la
Iglesia en sus escritos. Juan Damasceno (+749), por ejemplo, evoca la obra de
la Trinidad en la Theotokos, subrayando
que “Dios Padre se ha complacido en María para que el Unigénito, al nacer de
una Virgen Madre, se hiciera semejante a nosotros, siendo esta preservada por
el Espíritu Santo”.
En ese
mismo orden, san Francisco de Asís (+1226) destaca la plenitud de gracia de
María, indicando que “la Madre de Dios fue la elegida del Padre, quien la
consagró junto a su Hijo muy amado y con el Espíritu Santo”. Una clara
indicación del papel de María en el misterio de la encarnación la ofrece Ramón
Llull (+1315), quien comentando el texto de Lucas 1,28, afirma que cuando el
Hijo de Dios asumió carne humana en María, el ángel Gabriel dijo que el Señor
estaba con ella, es decir, Dios mismo estaba con María al momento de concebir a
Jesús en su seno. Asimismo, estuvo presente también el Espíritu Santo, el cual
hizo que María, aun siendo virgen concibiese al Hijo.
Esta
participación de la madre de Jesús en el misterio de la encarnación la inserta
en la comunión trinitaria y la vida divina.
Por eso aparece representada como madre del Hijo encarnado, el templo del
Espíritu Santo y la hija predilecta del Padre. Con esta afirmación, el teólogo
Amato deja claro que María no eclipsa ni sustituye la comunión con Dios uno y
trino, sino que por su vínculo con las personas divinas nos acompaña en el
camino de fe y nos hace partícipes de la obra salvífica.
Referencia:
Amato, A., María y la Trinidad.
Espiritualidad mariana y existencia cristiana, Salamanca, 1999, pp. 27-44.
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