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    lunes, 21 de diciembre de 2020

    María y la Encarnación

    Navidad | Juan Corona Estévez, MSC



    María y la Encarnación

    En la encarnación del Hijo de Dios, María es invitada a concebir a aquel en quien habitará “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2,9). Esta elección es fruto gratuito de la misericordia divina, la cual está en relación directa con el designio salvífico de Dios. En esto “Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9).

    La afirmación, “se encarnó del Espíritu Santo y de María, la virgen, y se hizo hombre” que aparece explícita en el credo niceno-constantinopolitano, pone en evidencia el hecho de que en este acontecimiento coopera también María. De igual manera la expresión paulina “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gál 4,4) explica que el Hijo, además de la generación eterna del Padre, recibe un nacimiento temporal de una mujer. Siendo este el inicio de la salvación, María como “madre del Señor” (Lc 1,43) y “madre de Dios” (Concilio de Éfeso 431).


    Cuando el Hijo de Dios asumió carne humana en María, el ángel Gabriel dijo que el Señor estaba con ella, es decir, Dios mismo estaba con María al momento de concebir a Jesús en su seno


    Este protagonismo de María en la encarnación ha sido celebrado desde los primeros siglos del cristianismo. Así lo atestiguan algunos santos y doctores de la Iglesia en sus escritos. Juan Damasceno (+749), por ejemplo, evoca la obra de la Trinidad en la Theotokos, subrayando que “Dios Padre se ha complacido en María para que el Unigénito, al nacer de una Virgen Madre, se hiciera semejante a nosotros, siendo esta preservada por el Espíritu Santo”.

    En ese mismo orden, san Francisco de Asís (+1226) destaca la plenitud de gracia de María, indicando que “la Madre de Dios fue la elegida del Padre, quien la consagró junto a su Hijo muy amado y con el Espíritu Santo”. Una clara indicación del papel de María en el misterio de la encarnación la ofrece Ramón Llull (+1315), quien comentando el texto de Lucas 1,28, afirma que cuando el Hijo de Dios asumió carne humana en María, el ángel Gabriel dijo que el Señor estaba con ella, es decir, Dios mismo estaba con María al momento de concebir a Jesús en su seno. Asimismo, estuvo presente también el Espíritu Santo, el cual hizo que María, aun siendo virgen concibiese al Hijo.

    Esta participación de la madre de Jesús en el misterio de la encarnación la inserta en la comunión trinitaria y la vida divina. Por eso aparece representada como madre del Hijo encarnado, el templo del Espíritu Santo y la hija predilecta del Padre. Con esta afirmación, el teólogo Amato deja claro que María no eclipsa ni sustituye la comunión con Dios uno y trino, sino que por su vínculo con las personas divinas nos acompaña en el camino de fe y nos hace partícipes de la obra salvífica.

    Referencia: Amato, A., María y la Trinidad. Espiritualidad mariana y existencia cristiana, Salamanca, 1999, pp. 27-44.


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