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    miércoles, 2 de diciembre de 2020

    «Porque un niño nos ha nacido...»

    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella, sj



    «Porque un niño nos ha nacido...»
    A propósito del libro «Desde el vientre materno te llamé» de Cristian Peralta

    En la misa de medianoche de Navidad se proclama la profecía de Isaías, capítulo 9. El texto evoca lo vivido en los tiempos del profeta, el año 731 a. d. C. La población de Galilea (compuesta por las tribus de Zabulón y Neftalí) había sido deportada para Asiria, viendo con indignación e impotencia su tejido social destruido. Isaías pinta la situación como un momento en que predominan las tinieblas, describiendo la sensación de oscuridad que produce la muerte. En contraposición, el profeta proclama, como signo de vida, el nacimiento de un niño de estirpe real.

    Con este nacimiento la vida parece abrirse camino de nuevo. Los galileos reciben una luz inesperada que brilla de repente como buena noticia alentadora. El niño anunciado recibe muchos títulos grandiosos porque de él se espera mucho. Donde priman las tinieblas se asoma la esperanza a través de un pequeño y humilde haz de luz que augura tiempos mejores. Apoyado en esta frágil señal, el profeta invita al pueblo a entonar una especie de canto colectivo al futuro, conminando al compromiso social.

    Con el transcurso del tiempo, la Galilea oprimida por Asiria pasó a ser imagen de toda la humanidad y el niño anunciado se interpretó como la figura del mesías esperado para reconciliar a todas las naciones. El texto de Isaías 9, sacado de su contexto original, se convierte así, gracias al espíritu litúrgico, en una clave de lectura espiritual de la historia. Cuando las primeras comunidades cristianas se reúnen a celebrar la esperanza no dudan en aplicarle el texto a lo que significaba Jesús en sus vidas.

    Nosotros podemos convertir este texto en clave de lectura de nuestras existencias hoy. Tenemos la misma sensación de oscuridad, más aún en un año marcado por una pandemia que nos ha amordazado. Queremos proclamar la luz. Pero a diferencia de Isaías, nuestro punto de referencia es Jesús y el mandamiento de amor sin exclusiones por él anunciado. La paz nace del amor universal, o lo que es igual, de considerarnos todos hermanos, como ha proclamado el papa Francisco en su encíclica recién publicada, Fratelli tutti.

    Para actualizar el anuncio de lo nuevo que nace entre nosotros en clave cristiana, quiero aprovechar la puesta en circulación de un nuevo libro publicado en colaboración por Ediciones MSC y la Editorial Universitaria Bonó. Se trata de la obra titulada «Desde el vientre materno te llamé». Reflexiones sobre el aborto, del padre Cristian Peralta, sj. En ella se enfrenta el tema del aborto sin amenazar a nadie, sino proclamando una buena noticia e invitando a cambiar la cultura de muerte predominante en cultura de vida. Una de las ideas que sostiene la obra es que algo anda mal en la sociedad para que muchas personas de buena voluntad hayan llegado a defender el aborto como un derecho, como si abortar no fuera una situación altamente dramática y penosa, reflejo de que algo no anduvo bien para quienes se ven forzados a tomar una decisión que aniquila la vida querida por Dios y se encuentran condenados a vivir algo tan bello como lo es la maternidad de manera destructiva.

    Siempre se busca un bien con lo que hacemos

    El libro de Cristian Peralta, sj contiene abundantes citas del Magisterio de la Iglesia que nos invitan a pensar en clave de esperanza. A diferencia de lo que prima en el debate del tema en la sociedad contemporánea entre los autodenominados “pro vida” y los autodenominados “pro choice”, la obra no se limita a proferir condenas y a rumiar lamentaciones. Nos invita a ver el fenómeno social del aborto como parte de un compromiso mayor. Tampoco se detiene de manera obsesiva en la despenalización del aborto y la famosa discusión sobre las causales porque, entre otras cosas, no es lo mismo legalizar que despenalizar, como detalla claramente el capítulo 5 del libro. A diferencia de la legalización, según explica magistralmente Javier Gafo, la despenalización no otorga un derecho ni reconoce moralmente el acto del aborto. Simplemente, no lo castiga como crimen ante la ley con vistas a un bien mayor.

    En resumen, el libro invita a cambiar de enfoque en la lucha contra el aborto. Veamos la vida humana como parte de una llamada de Dios para vivir en armonía con toda la Creación


    La Congregación para la Doctrina de la Fe afirmaba en 1974 lo siguiente: «si las razones aducidas para justificar un aborto fueran claramente infundadas y faltas de peso, el problema no sería tan dramático: su gravedad estriba en que en algunos casos, quizá bastante numerosos, rechazando el aborto se causa perjuicio a bienes importantes que es normal tener en aprecio y que incluso pueden parecer prioritarios. No desconocemos estas grandes dificultades» (Declaración sobre el aborto, n. 14). Dicho de otra manera: las personas que defienden o practican el aborto tienen frecuentemente motivos comprensibles para mantener su postura. Nadie en su sano juicio comete un aborto procurando el mal: procura algún bien. La Congregación señala entre estos bienes buscados la salud o la vida de la madre; la carga que supone tener un hijo más, sobre todo si este viene con una malformación congénita; cuestiones asociadas al honor o buena reputación y la pérdida de un estatus social que pone en juego la propia supervivencia. Sobre esta base es que la Congregación para la Doctrina de la Fe tilda el aborto con el adjetivo «dramático». Entiendo que este es el mejor adjetivo que se puede aplicar al hecho social del aborto para luchar contra él de manera más afectiva e integral. Cristian Peralta lo ha captado perfectamente para desarrollar sus reflexiones.

    Lo que no puede admitir la moral católica es que se llame bien a un mal; o que se pretenda reconocer un derecho donde no lo hay. Lo que no quiere decir que por ello el aborto dejará de ser lo que es: un hecho dramático, doloroso, escandaloso... que deberá ser acompañado de manera integral.

    Comprometerse con la vida

    Cristian Peralta sostiene, igualmente basado en el magisterio de la Iglesia, que la defensa de la vida no puede reducirse a la lucha contra el aborto como tal, sino que se deben de combatir las causas que lo provocan. Entre estas causas se encuentran realidades bien diversas: las grandes desigualdades sociales, el machismo que lleva a tratar a las mujeres como objetos, el consumismo que idolatriza la comodidad, el deseo de un estilo de vida exclusivamente centrado en la autorrealización o la falta de educación sexual en las escuelas.

    En resumen, el libro invita a cambiar de enfoque en la lucha contra el aborto. Veamos la vida humana como parte de una llamada de Dios para vivir en armonía con toda la Creación. Así se interpreta la frase del salmista: «Desde el vientre materno te llamé». Trabajemos para que la vida sea más amable para todos. Es absurdo, además de anticristiano, que se quiera defender la vida y al mismo tiempo se tomen posturas de odio contra los inmigrantes o se acepten políticas neoliberales de salud que debilitan los sistemas públicos de salud.

    Esta invitación a luchar por la vida íntegramente se concretiza en la creación de una «cultura de acogida» que se desarrolla en el último capítulo del libro a partir de la experiencia de la Pastoral Materno Infantil. Para Peralta, la cultura de la acogida consiste en lo opuesto a lo que el papa Francisco llama la «cultura del descarte».

    Según el Papa, la cultura del descarte es el modo en que se organiza la sociedad globalizada. En esta cultura «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es uno de los más vergonzosos» (Fratelli Tutti, núm. 18). Este patrón social dominante hoy día adopta muchos rostros: «en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza. El descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo vuelven a avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre» (Fratelli Tutti, núm. 20).

    La cultura de la acogida implica tener un respeto por todas las formas de vida, aun cuando no sean de nuestro agrado. En palabras de Peralta, «Nos toca acoger de igual manera al no-nacido como al refugiado, al niño que nace con discapacidad como al drogadicto. Cristianamente, creemos que en cada ser humano nos sale al encuentro el rostro de Cristo» (p. 169). Solo asumiendo esta actitud celebraremos una Navidad cristiana y estaremos en condiciones de repetir esperanzados con Isaías que «un niño nos ha nacido» como luz en medio de tanta tiniebla. ADH 851


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