No es lo mismo
ni es igual | Pablo Mella, sj
«Porque un niño nos ha nacido...»
A propósito del libro «Desde el vientre materno te llamé» de Cristian
Peralta
En la misa de
medianoche de Navidad se proclama la profecía de Isaías, capítulo 9. El texto evoca
lo vivido en los tiempos del profeta, el año 731 a. d. C. La población de
Galilea (compuesta por las tribus de Zabulón y Neftalí) había sido deportada
para Asiria, viendo con indignación e impotencia su tejido social destruido.
Isaías pinta la situación como un momento en que predominan las tinieblas, describiendo
la sensación de oscuridad que produce la muerte. En contraposición, el profeta proclama,
como signo de vida, el nacimiento de un niño de estirpe real.
Con este
nacimiento la vida parece abrirse camino de nuevo. Los galileos reciben una luz
inesperada que brilla de repente como buena noticia alentadora. El niño
anunciado recibe muchos títulos grandiosos porque de él se espera mucho. Donde
priman las tinieblas se asoma la esperanza a través de un pequeño y humilde haz
de luz que augura tiempos mejores. Apoyado en esta frágil señal, el profeta
invita al pueblo a entonar una especie de canto colectivo al futuro, conminando
al compromiso social.
Con el transcurso
del tiempo, la Galilea oprimida por Asiria pasó a ser imagen de toda la
humanidad y el niño anunciado se interpretó como la figura del mesías esperado
para reconciliar a todas las naciones. El texto de Isaías 9, sacado de su
contexto original, se convierte así, gracias al espíritu litúrgico, en una
clave de lectura espiritual de la historia. Cuando las primeras comunidades
cristianas se reúnen a celebrar la esperanza no dudan en aplicarle el texto a
lo que significaba Jesús en sus vidas.
Nosotros
podemos convertir este texto en clave de lectura de nuestras existencias hoy. Tenemos
la misma sensación de oscuridad, más aún en un año marcado por una pandemia que
nos ha amordazado. Queremos proclamar la luz. Pero a diferencia de Isaías, nuestro
punto de referencia es Jesús y el mandamiento de amor sin exclusiones por él
anunciado. La paz nace del amor universal, o lo que es igual, de considerarnos
todos hermanos, como ha proclamado el papa Francisco en su encíclica recién
publicada, Fratelli tutti.
Para actualizar
el anuncio de lo nuevo que nace entre nosotros en clave cristiana, quiero
aprovechar la puesta en circulación de un nuevo libro publicado en colaboración
por Ediciones MSC y la Editorial Universitaria Bonó. Se trata de la obra
titulada «Desde el vientre materno te llamé». Reflexiones sobre el aborto,
del padre Cristian Peralta, sj. En ella se enfrenta el tema del aborto sin
amenazar a nadie, sino proclamando una buena noticia e invitando a cambiar la
cultura de muerte predominante en cultura de vida. Una de las ideas que
sostiene la obra es que algo anda mal en la sociedad para que muchas personas
de buena voluntad hayan llegado a defender el aborto como un derecho, como si
abortar no fuera una situación altamente dramática y penosa, reflejo de que
algo no anduvo bien para quienes se ven forzados a tomar una decisión que
aniquila la vida querida por Dios y se encuentran condenados a vivir algo tan
bello como lo es la maternidad de manera destructiva.
Siempre se
busca un bien con lo que hacemos
El libro de
Cristian Peralta, sj contiene abundantes citas del Magisterio de la Iglesia que
nos invitan a pensar en clave de esperanza. A diferencia de lo que prima en el
debate del tema en la sociedad contemporánea entre los autodenominados “pro
vida” y los autodenominados “pro choice”, la obra no se limita a proferir
condenas y a rumiar lamentaciones. Nos invita a ver el fenómeno social del
aborto como parte de un compromiso mayor. Tampoco se detiene de manera obsesiva
en la despenalización del aborto y la famosa discusión sobre las causales
porque, entre otras cosas, no es lo mismo legalizar que despenalizar, como detalla
claramente el capítulo 5 del libro. A diferencia de la legalización, según
explica magistralmente Javier Gafo, la despenalización no otorga un derecho ni
reconoce moralmente el acto del aborto. Simplemente, no lo castiga como crimen
ante la ley con vistas a un bien mayor.
En resumen, el libro invita a cambiar de enfoque en la lucha contra el aborto. Veamos la vida humana como parte de una llamada de Dios para vivir en armonía con toda la Creación
La Congregación
para la Doctrina de la Fe afirmaba en 1974 lo siguiente: «si las razones
aducidas para justificar un aborto fueran claramente infundadas y faltas de
peso, el problema no sería tan dramático: su gravedad estriba en que en algunos
casos, quizá bastante numerosos, rechazando el aborto se causa perjuicio a
bienes importantes que es normal tener en aprecio y que incluso pueden parecer
prioritarios. No desconocemos estas grandes dificultades» (Declaración sobre
el aborto, n. 14). Dicho de otra manera: las personas que defienden o
practican el aborto tienen frecuentemente motivos comprensibles para mantener
su postura. Nadie en su sano juicio comete un aborto procurando el mal: procura
algún bien. La Congregación señala entre estos bienes buscados la salud o la
vida de la madre; la carga que supone tener un hijo más, sobre todo si este
viene con una malformación congénita; cuestiones asociadas al honor o buena
reputación y la pérdida de un estatus social que pone en juego la propia
supervivencia. Sobre esta base es que la Congregación para la Doctrina de la Fe
tilda el aborto con el adjetivo «dramático». Entiendo que este es el mejor
adjetivo que se puede aplicar al hecho social del aborto para luchar contra él
de manera más afectiva e integral. Cristian Peralta lo ha captado perfectamente
para desarrollar sus reflexiones.
Lo que no puede
admitir la moral católica es que se llame bien a un mal; o que se pretenda
reconocer un derecho donde no lo hay. Lo que no quiere decir que por ello el
aborto dejará de ser lo que es: un hecho dramático, doloroso, escandaloso...
que deberá ser acompañado de manera integral.
Comprometerse con
la vida
Cristian Peralta
sostiene, igualmente basado en el magisterio de la Iglesia, que la defensa de
la vida no puede reducirse a la lucha contra el aborto como tal, sino que se
deben de combatir las causas que lo provocan. Entre estas causas se encuentran
realidades bien diversas: las grandes desigualdades sociales, el machismo que
lleva a tratar a las mujeres como objetos, el consumismo que idolatriza la
comodidad, el deseo de un estilo de vida exclusivamente centrado en la
autorrealización o la falta de educación sexual en las escuelas.
En resumen, el
libro invita a cambiar de enfoque en la lucha contra el aborto. Veamos la vida
humana como parte de una llamada de Dios para vivir en armonía con toda la
Creación. Así se interpreta la frase del salmista: «Desde el vientre materno te
llamé». Trabajemos para que la vida sea más amable para todos. Es absurdo,
además de anticristiano, que se quiera defender la vida y al mismo tiempo se
tomen posturas de odio contra los inmigrantes o se acepten políticas
neoliberales de salud que debilitan los sistemas públicos de salud.
Esta invitación
a luchar por la vida íntegramente se concretiza en la creación de una «cultura
de acogida» que se desarrolla en el último capítulo del libro a partir de la
experiencia de la Pastoral Materno Infantil. Para Peralta, la cultura de la
acogida consiste en lo opuesto a lo que el papa Francisco llama la «cultura del
descarte».
Según el Papa,
la cultura del descarte es el modo en que se organiza la sociedad globalizada.
En esta cultura «no se considera ya a las personas como un valor primario que
hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si
“todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los
ancianos—. Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro,
comenzando por el de los alimentos, que es uno de los más vergonzosos» (Fratelli
Tutti, núm. 18). Este patrón social dominante hoy día adopta muchos
rostros: «en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las
graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce
tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza. El descarte,
además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se
esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo vuelven a
avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son
tan reales ni están asegurados para siempre» (Fratelli Tutti, núm. 20).
La cultura de
la acogida implica tener un respeto por todas las formas de vida, aun cuando no
sean de nuestro agrado. En palabras de Peralta, «Nos toca acoger de igual
manera al no-nacido como al refugiado, al niño que nace con discapacidad como
al drogadicto. Cristianamente, creemos que en cada ser humano nos sale al
encuentro el rostro de Cristo» (p. 169). Solo asumiendo esta actitud
celebraremos una Navidad cristiana y estaremos en condiciones de repetir
esperanzados con Isaías que «un niño nos ha nacido» como luz en medio de tanta
tiniebla. ADH 851
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