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    miércoles, 2 de diciembre de 2020

    ¿Quién es el prójimo en la red?

    Vocacionales | P. Osiris Nùñez, MSC

     


    ¿Quién es el prójimo en la red?

    Este año nos ha sumergido aún más en el mundo virtual. De esta realidad surgen algunas interrogantes que son necesarias planteárnosla: ¿Qué significa estar presentes los unos a los otros? ¿Qué significa estar presente en un evento? ¿Quién es el prójimo en la virtualidad? La existencia virtual prescinde de la presencia física, pero ofrece una forma, a veces también vivida, de presencial social. Nuestra identidad se ve cada vez más como un valor que hay que pensar como diseminado en varios espacios y no simplemente ligado a nuestra presencia física, a nuestra realidad biológica.

    Frente a este escenario, el papa Francisco ya en el 2015 nos decía: “No basta pasar por las calles digitales, es decir, simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno a la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas”.

    En la parábola del prójimo o del buen samaritano, el levita y el sacerdote no vieron la realidad de un prójimo herido, sino la pseudorrealidad de un ajeno, de un extraño, ante quien conviene pasar de largo. Y el peligro hoy es este, que algunos medios instalen una ley y una liturgia que nos hacen pasar de largo ante el prójimo concreto para buscar y servir otros intereses. Esto vale también para las leyes y las liturgias cristianas: evangelizar no significa en modo alguno hacer propaganda del evangelio. No significa transmitir mensajes de fe. El evangelio no es un mensaje entre muchos otros. Por tanto, evangelizar no significa insertar contenidos declaradamente religiosos en las redes sociales. Y, además, la verdad del evangelio no extrae su valor de su popularidad o de la cantidad de atención (de los me gusta) que recibe. Por el contrario, el papa subraya la necesidad de estar disponibles para los demás, hombres y mujeres que están a nuestro alrededor, de implicarnos para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana.

    Así pues, la Iglesia en red está llamada no a ser una emisora de contenidos religiosos, sino una participación del evangelio en una sociedad compleja. El evangelio no es una mercancía para vender en un mercado saturado de informaciones. A menudo resulta muy eficaz un mensaje discreto capaz de suscitar interés, deseo de la verdad, y así mover la conciencia. Esto permite evitar la trampa del acostumbramiento a un anuncio que se considera ya conocido, visto, escuchado.

    ¿Cuál es el peligro, entonces? El de estar lejos de un amigo mío que vive cerca pero que no está en las redes sociales, y, en lugar de ello, sentir cerca a una persona con la que jamás me he encontrado, que se ha hecho amiga mía porque es amiga de un amigo mío y con la cual tengo un intercambio frecuente en la red. Hoy se comienza a valorar la projimidad con criterios demasiado elementales, carentes de la complejidad propia de una relación verdadera, profunda.

    Cristianamente, el prójimo no es, por cierto, aquel que nos ofrece respuestas acertadas a los estímulos que dirigimos hacia él. La lógica evangélica es muy clara al respecto, cuando Jesús nos habla en Lc 6,32-35. Además, cuando el evangelista Lucas habla de hacer el bien, hoy deberíamos entenderlo en el sentido más literal posible. El contacto de las redes se desarrolla sustancialmente gracias a palabras, es decir, a relatos, mensajes escritos. Antes, por ejemplo, para los jóvenes solo era posible ser amigos si se hacía algo juntos, si había una actividad compartida, fuese ir a comer pizza juntos, tocar música juntos o participar en un grupo. Hoy, en cambio, es posible ser amigos simplemente escribiendo la propia vida en un tablón de anuncios en línea.

    Empujados, por la pandemia del Covid-19, al mundo virtual, debemos no olvidar que el prójimo no es simplemente un contacto virtual, sino un ser humano de carne y hueso que está cerca de nosotros[1]. ADH 851



    [1] Reseña del libro Compartir a Dios en la red, de Antonio Spadaro, Herder, Barcelona, 2016.

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