Para Vivir Mejor | Dra. Miguelina Justo
El viaje a
Ítaca
La Odisea, una de las
obras cumbres de la literatura universal, narra el regreso a casa de Odiseo,
también conocido como Ulises, después de la guerra de Troya. Constantino
Cavafis (1863-1933), poeta griego nacido en Egipto, se inspira en este
viaje para escribir un poema que llamará Ítaca, nombre de la pequeña isla donde
la esposa y del hijo del guerrero le aguardan.
Cavafis se dirige en el poema al Ulises que
habita el corazón de cada persona. Le habla a todo ser humano que
desea regresar a casa, a ese lugar donde espera encontrar descanso y sosiego,
luego de tantas luchas y muertes. Hay prisa por llegar, sin embargo, el
poeta alienta al viajero a detenerse y entretenerse en el camino. Le
anima a disfrutar de las mañanas calurosas, del ámbar y el ébano que hallará en
los mercados de Fenicia. Quien camina hablará y aprenderá de los que
saben. Irá sin miedo, porque en su interior no habitarán los monstruos ni
los dioses coléricos.
A este ritmo es imposible descubrir nácar y coral, no hay espacio para el encuentro, a menos que sea un eslabón hacia el objetivo, porque el otro es un medio
En este mundo de prisas y propósitos, de viajes de
huidas y reencuentros, ¿cuáles son las Ítacas?, ¿hacia dónde se avanza?, ¿por
qué el apuro por llegar? Las metas se han enaltecido y el apremio
alabado, porque se cree que solo es posible la plena realización en el
logro: cuando termine la universidad, cuando me case, cuando trabaje,
cuando reciba un aumento, cuando tenga un hijo… miles de Ítacas se presentan
como tierras prometidas. El trayecto hacia ellas parece no ser justamente
valorado. Se esfuma a cada paso la existencia, en una trágica paradoja
donde la vida parece ser es algo que sucede después.
Al inicio de cada vuelta al sol, nuevas metas
son escritas en el papel o en las aplicaciones de planificación personal.
Las redes sociales ofrecen las claves para alcanzar todo lo soñado.
Nuevos viajes se emprenden, impulsados por la promesa del bienestar.
Mientras más rápido se llegue, mejor será: horas extras, insomnio, bocinas,
embotellamientos, prisa, angustia. El premio está al final, donde se
encuentran fijos los ojos. A este ritmo es imposible descubrir nácar y
coral, no hay espacio para el encuentro, a menos que sea un eslabón hacia el
objetivo, porque el otro es un medio. No hay espacio para la
contemplación y el disfrute de lo inútilmente bello. La salud es
sacrificada, junto con las relaciones. La vida pasa, el viaje sigue.
¿Cuáles son las Ítacas?, ¿cuáles caminos llevan a su encuentro?, ¿dónde fija la
mirada quien la busca?
Cavafis le advierte al viajero que, al llegar a
Ítaca, podría parecerle pobre, nada más lejos de la realidad. La isla le
ha regalado la razón para emprender el viaje, y este le ha hecho sabio, tan
sabio que podrá entonces comprender qué significan las Ítacas. Desde esta
perspectiva, el Ulises que nos habita podrá descubrir las piedras preciosas se
esconden en los abrazos, en las puestas de sol, esos tesoros que habitan las
canciones y el silencio, aún en medio del esfuerzo y el trabajo. ADH 852.
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