Sacramentos | Juan Corona Estévez, MSC
“Unción de los Enfermos,
ternura de Dios hacia la humanidad que sufre”
Para
Bernard Sesboüé, el sacramento de la unción responde y corresponde a un aspecto
esencial de la condición humana al que ninguno de nosotros habrá de escapar,
como lo es: el padecimiento de la enfermedad y la amenaza de la muerte. Esta
doble condición expresa la preocupación innata de las personas por discernir el
sentido de toda experiencia vivida. Es por ello, que, ante la enfermedad la
reacción inmediata es buscar la cura. Se habla incluso de terapias o remedios
encaminados a la salud total.
Partiendo
de esta realidad, la Iglesia propone la unción de los enfermos como uno de los
elementos que pueden formar parte de esta situación. Esa propuesta va dirigida
a los enfermos que se encuentran en crisis existencial. La postura común es el apoyo
a estas personas y ayudarles en su conjunto a mirar la enfermedad y el
sufrimiento no como el punto final, sino como una transformación de la vida.
El efecto del sacramento es conferir la gracia del Espíritu Santo, perdonar los pecados, aliviar y fortalecer a los enfermos
Los
relatos de los Evangelios (cfr. Mc 6,12-13; Mt10,8) nos muestran a Jesús
curando a muchos enfermos “de todas dolencias físicas” (Mt 20,34). Sobre estos
fundamentos del Evangelio, la Iglesia primitiva, institucionalizó la práctica
de pronunciar una oración y administrar este sacramento a la comunidad. Otro
texto utilizado es Santiago 5,14-16, en él se dan unas series de
recomendaciones y se explica de forma detallada el sentido de la unción.
En
ese mismo orden, cabe destacar, que este sacramento fue adquiriendo diversas
figuras a lo largo de la historia. En Oriente, en un principio fue llamado “el
óleo”, “el santo óleo” o “el óleo de la oración”. En Occidente, se ha llamado
“el santo óleo”, “el óleo de la crismación”, “la santa unción” y “el óleo de
los enfermos”. El rito como tal se ha celebrado en casas, en las iglesias y en
los hospitales, administrado propiamente por el sacerdote o el obispo con el
óleo consagrado el Jueves Santo en la misa crismal. El destinatario siempre ha
sido el enfermo.
En
Occidente este sacramento se convirtió en la unción dada en el hecho de muerte,
a la cual Trento le llamó “la extremaunción”. El concilio no reserva la unción
a los moribundo, sostiene que debe administrase a los enfermos y a quienes
llegan al final de sus días.
Más
adelante, el concilio Vaticano II ha restituido el nombre por “unción de los
enfermos” (SC 73). Se enfatiza, además, que el efecto
del sacramento es “conferir la gracia del Espíritu Santo, remitir los pecados,
aliviar y fortalecer a los enfermos”. La unción, por tanto, favorece la
iniciación del cristiano a la gloria del encuentro con Dios (cfr. Sesboüé, 2009,
pp.288-327).
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