Casa de Luz |
Lic. Juan Rafael Pacheco
La señora que finalmente viajó en tren
Una señora de cierta edad
había tenido toda su vida la esperanza de viajar en tren. Quería contemplar, devorar cada paisaje con
los ojos y disfrutar todo cuanto pudiera en los kilómetros que iría a recorrer.
Aquel día, finalmente, entró
muy decidida en el vagón de pasajeros y cuando el tren partió, comenzó afanosamente
a acomodar los paquetes y cestas que traía, poniendo esto aquí y esto allá, así
como a arreglar confortablemente su asiento y a recoger las cortinas con unos
hermosos lazos, hasta que logró dejar todo listo a la perfección del más mínimo
detalle, sentándose entonces tranquilamente a arreglar cuanto traía en la
cartera y cuando vino a darse cuenta, de repente, cuando ya estaba lista para
comenzar a contemplar el paisaje, el conductor voceó el nombre de la estación a
la cual iban. ¡Habían llegado!
--Que pena, --dijo la
señora. Si hubiese sabido que llegaríamos tan pronto no habría perdido tiempo
en pequeñeces.
En ese mismo orden de
ideas, afirma el Padre Juan J. Ferrán que “tenemos que forjar la conciencia de
que, entre nuestras muchas responsabilidades, miembros de una sociedad que nos
necesita, lo más importante y sano es la preocupación que nos debe acompañar en
todo momento por el bien espiritual de las personas que nos rodean,
especialmente cuando se trata además de personas que dependen de nosotros.
El hombre cristiano y creyente
debe vivir este objetivo con inteligencia y decisión, comprometiéndose en el
apostolado cristiano, cuyo objetivo es no solamente proporcionar bienes a los
hombres, sino sobre todo, acercarlos a Dios.
Hay que saber vencer el
respeto humano, una forma de orgullo o de inseguridad como se quiera llamarle y
que muchas veces atenaza al espíritu impidiéndole compartir los bienes
espirituales que se poseen. El respeto humano puede conducirnos a fingir la fe
o al menos a no dar testimonio de ella, a inhibirnos ante ciertos grupos de los
que pensamos que no tienen interés por nuestros valores, a nunca hablar de
Cristo con naturalidad y sencillez ante los demás, incluso quienes conviven con
nosotros, a evitar dar explicaciones de las cosas que hacemos, cuando estas
cosas se refieren a Dios. En fin, el respeto humano nunca es bueno y echa sobre
nosotros una grave responsabilidad: la de vivir una fe sin entusiasmo, sin
convencimiento, sin ilusión, porque a lo mejor pensamos eso de que Dios,
Cristo, la fe, la Iglesia, no son para tanto.”
Y sin embargo, “nada puede
importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera
definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y
acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te
saca de la cama mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines
de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge
de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra
manera.” (P. Pedro Arrupe, SJ).
Al igual que la buena
señora del tren, no perdamos el enfoque real en nuestra vida. Las pequeñeces
muchas veces nos desvían y distraen del verdadero paisaje, de las cosas verdaderamente
importantes.
Y es que a Dios hay que
darle su lugar, el lugar que merece, el primer lugar.
Bendiciones y paz. ADH 849
Mis cuentos aparecen publicados en
Catholic.net
Este cuento aparece publicado en la página 151 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser feliz”.
Disponible en Papelería Villa Olga, teléfono 809 583 4165,
Santiago; Librerías Paulinas, La Sirena y Librería Cuesta.
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