Evangelización
| Amigo del Hogar
Opción por los más pobres
El testimonio de comunión y participación eclesial, como expresión de verdadera sinodalidad, es una urgencia pastoral en la vida de la Iglesia.
Una renovada opción preferencial por los pobres se presenta como
un desafío para una auténtica conversión pastoral y ministerial. La Iglesia no
puede apartarse de la sencillez de vida. Prestigio y poder son mundanidades,
pues apartan del Evangelio.
“Somos Iglesias pobres, pero debemos darnos desde nuestra
pobreza, y desde la alegría de nuestra fe, sin descargar tan sólo en unos pocos
enviados el compromiso que es de toda la comunidad cristiana”.
En República Dominicana, como en buena parte del mundo, el
fenómeno de la urbanización, o éxodo del campo a la ciudad, está generando un
tipo de grandes ciudades marcadas por la pobreza y la inequidad, la
proliferación de la economía informal o de subsistencia, la deficiencia de
servicios públicos, y el hacinamiento viviendas muy precarias. La acelerada
migración, en busca de mejores condiciones de vida, desde las zonas menos
favorecidas hacia las más favorecidas, como son los núcleos industriales y
turísticos, en la mayoría de los casos es un dramático fracaso.
Según los datos del censo de 1950, en nuestro país el 24.80%
de la población era urbana, y el 76.20% rural. En 1981, la población urbana
superó a la rural con un 51.94%. frente al 48.06% de la rural; tendencia que se
consolidó en 1993, cuando el 56% de la población era ya urbana, y el 44% rural.
Esta realidad urbana continuó en aumento en los años siguientes.
Así, en el censo del 2010, el 74.40% de la población era
urbana, y el 25.60% rural. Y, en el año 2020, la Oficina Nacional de
Estadística estimó que la población urbana era el 82.26%, y rural un 17.40%.
No solamente ha crecido en número la población que vive en los
núcleos urbanos, sino que, en la medida en que los medios de comunicación
social se extienden y llegan a los pobladores de las zonas rurales, se
“urbanizan” igualmente en muchos aspectos de su cultura y de sus formas de
vida, incidiendo en su forma de pensar, sentir, y actuar, y propiciando un modo
de vida al estilo urbanita.
Hoy en día está de moda hablar de los pobres. Pero por desgracia no lo está hablar con ellos
La urbanización repercute en cada uno de los órdenes básicos de
la sociedad: la estructura económica y social, las clases sociales y su poder,
o la vida política; y modifica valores y símbolos, imágenes y actitudes,
creando una nueva cultura (la cultura urbana). De este modo, lo urbano va mucho
más allá de las simples edificaciones o de las calles de asfalto, y no es
solamente una contraposición con el mundo agrario. Lo más dramático es que este
modelo de urbanización, acelerado y no planificado, ha generado en la República
Dominicana nuevas formas de pobreza, especialmente en los márgenes o periferias
de las grandes ciudades. Por eso, en nuestro país —a pesar del crecimiento
económico de los últimos cincuenta años— la pobreza y la falta de oportunidades
son evidentes. Hacer visible la presencia y crecimiento del Reino en la
sociedad actual implica para la Iglesia también un compromiso por promover la
solidaridad y la justicia entre todos, y la creación de espacios de
participación ciudadana equitativa y que expresen la dignidad humana de cada
ciudadano y de los colectivos.
Tenemos que intensificar la opción preferencial por los más
pobres, en la diversidad de rostros que las nuevas pobrezas presentan en la
sociedad de hoy. Nuestra opción debe hacerse palpable por la práctica de las
obras de misericordia, que son un compromiso concreto de caridad de cada
bautizado, y que hacen visible el rostro de una Iglesia como casa de
misericordia, hospital de campaña, y posada del buen samaritano para curar a
las víctimas con “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
La celebración del último Sínodo sobre la Amazonia ha sido en
sí mismo un signo de esta opción por los pobres, con la mirada y los recursos
son volcados hacia una región necesitada no solo de bienes materiales, sino
también de bienes espirituales, y de que la palabra del Evangelio y la
Eucaristía, junto a los demás sacramentos, puedan llegar a todos. Es una región
muy amenazada y castigada por intereses económicos y de explotación que buscan
sus recursos sin límites, causando su destrucción. En la conclusión del
Documento, se pide a María, “Madre de la Amazonia”, su intercesión para “que
este Sínodo sea una expresión concreta de la sinodalidad, y para que la vida
plena que Jesús vino a traer al mundo (cf. Jn 10,10) llegue a todos,
especialmente a los pobres, y así contribuya al cuidado de la “casa común”.
El Sínodo, como todos los Documentos de las Conferencias
Generales de Obispos de América Latina, nos desafían a volcar nuestra mirada a
la multiplicidad de rostros del pobre en concreto, en nuestra sociedad dominicana,
y comprometernos para liberar del individualismo y de la increencia al hombre y
la mujer de hoy. El individualismo es el virus más peligroso para la comunión,
porque impide ver al hermano necesitado y a los nuevos Lázaros que siguen
mendigando en la casa de los ricos indiferentes (Cf. Lc 16,19-31). La opción
por los pobres exige también crear espacios de anuncio gozoso del Evangelio que
propicie un encuentro personal con Jesucristo y, como a Zaqueo, transforme a
las personas en justas y solidarias (Cf. Lc 19,1-10).
Sintetizamos este apartado, con la conocida frase de Santa
Teresa de Calcuta: “Hoy en día está de moda hablar de los pobres. Pero por
desgracia no lo está hablar con ellos”.
Publicado por el Instituto Nacional de Pastoral: La Conversión
Permanente, 2021.
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