No es lo mismo ni es igual
| Pablo Mella, SJ
Por un concepto de nación cristianizado
Reflexionando con la Fratelli tutti
La
encíclica Fratelli tutti del papa Francisco, publicada el 3 de octubre
de 2020, desarrolla una crítica importante a cierto concepto de nación bien
extendido que impide el desarrollo de la fraternidad universal anunciada por
Jesucristo. Queremos profundizar sobre este tema ya que en febrero celebramos
la independencia nacional. Preguntémonos: ¿qué idea de nación impide el cultivo
de la fraternidad cristiana y cómo corregir ese defecto?
La raíz
del problema
La
encíclica papal parte de una constatación preocupante, no de un principio
abstracto ni una idea previa. Al observar el momento histórico actual, constata
cómo determinados nacionalismos vienen acompañados de ideas y conductas
destructivas que desembocan en conflictos violentos. Ciertas acciones violentas
contra no nacionales se pretenden legitimar a nombre de la defensa de los
intereses de la nación. «La historia da muestras de estar volviendo atrás. Se
encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen
nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países
una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas
ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social
enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales (Fratelli
tutti, n. 11; de ahora en adelante se usará solo la sigla FT seguida del
número citado).
¿A qué
ideología se referirá el Papa? La encíclica encuentra la raíz de este problema
en lo que podemos denominar la ideología neoliberal de la globalización (FT, 12;
ver 168-169). Esta ideología social funciona de la siguiente manera. Primero convida
enérgicamente a todas las comunidades y personas, en sus diversas escalas, a «abrirse al mundo»; pero inmediatamente
coopta esa invitación de acuerdo a los intereses económicos y financieros que
benefician unas élites económicas, las cuales, paradójicamente, funcionan
transnacionalmente. En nuestro país es
fácil constatar lo mismo.
El Papa enjuicia este
reduccionismo economicista por los efectos que conlleva sobre las culturas
locales que se ven estandarizadas para fines comerciales. Para ilustrar este
punto, recordemos lo que ha pasado con la bachata. De grito desgarrado popular
de gente campesina y barrial, ha sido suavizada electrónica e instrumentalmente
para complacer los oídos estandarizados del mercado internacional. Es este tipo
de música edulcorada la que se elige para presentar ante el mundo la nueva
oferta turística de República Dominicana, ahora regionalmente segmentada.
He aquí las palabras
del Papa que enjuician este fenómeno cultural invasor: «Los conflictos locales
y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global
para imponer un modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero
divide a las personas y a las naciones, porque “la sociedad cada vez más
globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos”. Estamos más solos que
nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y
debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados,
donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores.» (FT, 12).
La frase
emblemática de la cita anterior, «la sociedad cada vez
más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos», está tomada de la
encíclica social Caritas in veritate del papa Benedicto XVI. La
ideología de la marca país y de la marca región se encuentran entre las mejores
manifestaciones de este fenómeno. Mientras la ideología de la marca país puede
beneficiar al turismo transnacional, los muros de los hoteles y la
privatización de las playas le dicen en la cara a los pobres lugareños que allí
no son bienvenidos.
Las manifestaciones
patológicas del problema
Una vez
instalado el virus neoliberal en la cultura nacional, comienzan a manifestarse
los síntomas. De acuerdo a Fratelli tutti, el primer síntoma preocupante
es la destrucción de la autoestima cultural. En las comunidades locales, se
pone como modelo a seguir la cultura de los triunfadores en la economía global
y la exotización erótica de los modos de ser locales. Esta superposición
cultural se logra más fácilmente hoy día gracias a los nuevos canales de
comunicación por internet y a las redes sociales. Las palabras del Papa son
dignas de meditación atenta y sin prejuicios:
«Algunos
países exitosos desde el punto de vista económico son presentados como modelos
culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que cada
uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar
desde los valores de su cultura. Esta nostalgia superficial y triste, que lleva
a copiar y comprar en lugar de crear, da espacio a una autoestima nacional muy
baja. En los sectores acomodados de muchos países pobres, y a veces en quienes
han logrado salir de la pobreza, se advierte la incapacidad de aceptar
características y procesos propios, cayendo en un menosprecio de la propia
identidad cultural como si fuera la única causa de los males». (FT, 51).
El
menosprecio de sí es la acción de una psique herida. Sobre esta base, se
sustenta otra forma de relación social más destructiva aún. Se trata del
sojuzgamiento de un país o región sobre otro. Las palabras del Papa no son
menos dramáticas que las anteriores: «Destrozar la autoestima de alguien es una manera fácil
de dominarlo. Detrás de estas tendencias que buscan homogeneizar el mundo,
afloran intereses de poder que se benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo
que, a través de los medios y de las redes se intenta crear una nueva cultura
al servicio de los más poderosos. Esto es aprovechado por el ventajismo de la
especulación financiera y la expoliación, donde los pobres son los que siempre
pierden. Por otra parte, ignorar la cultura de un pueblo hace que muchos
líderes políticos no logren implementar un proyecto eficiente que pueda ser
libremente asumido y sostenido en el tiempo» (FT, 52).
Una vez
controlado el territorio a través de la desvalorización cultural local, se manifiesta
el tercer síntoma. Se trata de la imposibilidad de entusiasmar al colectivo para
que asuma un proyecto común. Las personas no se sienten comprometidas con su
país, su región o su comunidad porque la manipulación cultural les ha carcomido
el amor por su tierra natal. Se instala entonces el deseo incontenible de
migrar ya que se piensa que en la propia tierra no se puede llevar a cabo nada
que valga la pena. Este deseo incontenible de migrar muestra su rostro más
doloroso en las nuevas generaciones.
Los datos
de las últimas encuestas en República Dominicana confirman esta reflexión.
Según estos estudios, el 49% de los dominicanos adultos desea migrar,
especialmente a los Estados Unidos. Para Haití, la cifra sube al 63%. Si se
segmenta la población dominicana encuestada sobre el tema, el porcentaje de
jóvenes que quiere migrar asciende al 60%. Personalmente, me preocupa el deseo
incontenible de migrar que tienen los jóvenes de la élite dominicana. Estos
datos confirman el peso que tienen las siguientes palabras del Papa: «Se olvida que “no existe peor alienación que
experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra
será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana sólo en
la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree
lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la
conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los
sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros”» (FT, 53).
La amistad
social como argamasa de la imagen de nación
El mejor
remedio para contrarrestar una falsa idea de nación enemiga de la fraternidad
universal, xenófoba solo con los migrantes pobres, es cultivar un concepto hospitalario
de nación a todos los niveles. Es sabido que la diferencia esencial que ha
hecho de República Dominicana un destino turístico ha sido, en buena medida, la
acogida de la gente sencilla que sirve en las instalaciones hoteleras y en los
espacios de esparcimiento. Semejante concepto hospitalario podrá detener el
círculo vicioso nefasto que fue descrito anteriormente, ese que se cierra sobre
sí irremediablemente cuando más de la mitad de la población joven desea irse
del país.
A este
respecto, Fratelli tutti nos invita a dar un primer paso cultivando una
virtud que denomina amistad social, y que forma parte del título de la
encíclica. La amistad social es como la argamasa o el cemento que aglutina una
idea sana de nación. Ha de servir de base igualmente para un renovado
compromiso político. El Papa la propone con estas palabras: «El amor que se
extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad
social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social
dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera
apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien necesita
viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo. Quien mira a
su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías de primera
o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta
manera niega que haya lugar para todos» (FT, 99).
Hagamos
lugar para todos y todas en nuestros territorios; no cultivemos el falso
universalismo de la globalización excluyente que necesita levantar muros por la
violencia que siembra en su modo de concentrar la riqueza. Ese es el camino
señalado por la más reciente encíclica del magisterio social de la Iglesia para
llevar a cabo la fraternidad universal querida por Jesús de Nazareth. Así lo
soñó Duarte en su exilio. Como extranjero acogido en tierra venezolana pudo
percibir lo nefasto de una sociedad dominicana fragmentada en estamentos
raciales.
Trabajando
por relaciones acogedoras entre los diversos grupos humanos que habitan nuestra
nación podremos unirnos a esta bella vocación de solidificar la hermandad
global:
Los blancos, morenos,
cobrizos, cruzados,
marchando serenos,
unidos y osados,
la patria salvemos
de viles tiranos,
y al mundo mostremos
que somos hermanos
Juan Pablo Duarte, El
criollo
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