Valor del Mes | P. Juan Tomás García, MSC
Conversión Personal y Pastoral
Durante el tiempo
litúrgico de La Cuaresma, escuchamos hablar, con insistencia, de la necesidad
de buscar a Dios y dejarnos salvar por él. Sin embargo, no nos gusta hablar de
conversión. Casi instintivamente pensamos en algo pesado, aburrido, triste,
penoso, muy unido a la penitencia, al sacrificio, y la mortificación. Un
esfuerzo casi imposible para el que no nos sentimos ya con humor ni fuerzas, a
esta altura de la pandemia del Covid. Sin embargo, si nos detenemos ante el
mensaje de Jesús, lo primero que escuchamos es una llamada alentadora para
cambiar nuestro corazón y aprender a vivir de manera más humana, porque Dios
está cerca y quiere sanar nuestra vida. La conversión de la que habla Jesús no
es algo forzado. Es un cambio que va creciendo en nosotros a medida que vamos
cayendo en la cuenta de que Dios es alguien que quiere hacer nuestra vida más
humana, digna y feliz.
La conversión no es solo “hacerse buena
persona”, sino volver a aquel que es bueno con nosotros. Por eso, la conversión
no es algo triste, sino el descubrimiento de la verdadera alegría. No es dejar
de vivir, sino sentirnos más vivos que nunca. Descubrir hacia dónde hemos de
vivir. Comenzar a intuir todo lo que significa vivir de verdad. Convertirse es
algo gozoso. Es limpiar nuestra mente de egoísmos e intereses que empequeñecen
nuestro vivir cotidiano. Liberar el corazón de angustias y complicaciones
creadas por nuestro afán de poder y posesión. Liberarnos de objetos que no
necesitamos y vivir para personas que nos necesitan. Uno comienza a convertirse
cuando descubre que lo importante no es preguntarse cómo puedo ganar más
dinero, sino cómo puedo ser más humano. No cómo puedo llegar a conseguir algo,
sino cómo puedo llegar a ser yo mismo. Cuando escuchemos la llamada de Jesús:
“Conviértanse, porque está cerca el Reino de Dios”, pensemos que nunca es tarde
para hacerlo, porque nunca es tarde para amar, para ser más feliz, ni para
dejarse perdonar y renovar.
Conversión Personal y Pastoral
“Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 15).
Este lema de marzo nos lleva al Valor del Mes: Conversión Personal y Pastoral. Revisamos
así, lo que somos y lo que hacemos. ¿Quién soy yo? ¿Cómo voy viviendo mi
existencia? ¿Cuáles son las manifestaciones de mi fe? ¿Qué estoy haciendo para
apacentar el rebaño de Jesús? ¿Cuál es mi servicio a la comunidad? ¿Cómo
estamos mostrando la presencia de Dios y el crecimiento de su Reino? El
Evangelio de Marcos comienza su andadura con un llamado a la conversión. Cada
ser humano se va haciendo a través de la toma de conciencia de su realidad y la
toma de decisiones que le ayudan a avanzar en la consecución de metas y
objetivos que dinamizan su vida y su esperanza. También la Iglesia se evalúa,
buscando identificar los puntos débiles de su accionar pastoral. Sólo así podrá
planificar su futuro, abierta al Espíritu Santo, para trabajar por mejorar su
servicio misionero en el mundo.
Las dos últimas grandes reuniones de la Conferencia de
los obispos latinoamericanos en Santo Domingo y de Aparecida nos llaman a la
conversión pastoral. Esta supone poner en cuestión cómo pensamos la pastoral y
cómo la llevamos a la práctica desde la siguiente perspectiva: “La conversión
pastoral despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la
instauración del Reino de la Vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes,
consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una
actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y
discernir lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de
los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta” (A. 366). En
continuidad con Aparecida está la exhortación apostólica Evangelii Gaudium que
presenta las claves y líneas programáticas del Papa Francisco. El hilo
conductor es la misión de la Iglesia en el mundo en el presente. Superando todo
eclesiocentrismo y “autorreferencialidad”, la Iglesia “en salida” existe para
evangelizar con corazón abierto, en el seguimiento de Jesús, desde las
periferias y la opción preferencial por los pobres (cfr. Evangelii Gaudium
46.49).
En Cuaresma y siempre, los seguidores de Jesús estamos
llamados al cambio positivo, iluminado por la Palabra de Dios. Cambio de vida
en totalidad y radicalidad, para adecuarnos a lo que Dios nos revela como
camino de Salvación. El cambio sólo se consigue si el corazón de la persona se siente
tocado, se cambia la percepción de la realidad, empezando por uno mismo, y si
se renueva la mentalidad. Este cambio es posible porque la acción
transformadora de Dios nos precede y acompaña. La conversión nos acerca más a
Dios y a su proyecto salvador y, desde ahí, nos ayuda a realizarnos en
plenitud. La experiencia de Dios suele tener un momento significativo, intenso,
en que se ve con claridad, dinamismo y paz lo que se tiene que hacer.
A partir de esta experiencia se recompone la nueva
identidad del creyente. La misión de la Iglesia tiene como objetivo fundamental
ayudar a cada persona al encuentro con Dios en Jesús y vivir lo humano desde la
fe, esperanza y caridad. Así llegamos a un momento en el que experimentamos lo
que confiesa San Pablo diciendo, “ya no vivo yo, que es Cristo el que vive en
mí” (Gal 2,20). A partir de este encuentro personal con Jesucristo, el centro
de nuestra vida es Dios mismo, el Reino de Dios y su justicia. Si “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,
4) su presencia tiene que ser significativa a través de múltiples acontecimientos
que nos interpelan, pero que hay que saber escuchar, dejarse afectar por lo que
sucede y tomar las decisiones adecuadas, con determinación, y comprometerse.
Comprender bien la conversión cristiana ayuda a
plantear adecuadamente el quehacer de la Iglesia, pues nos centra en lo
fundamental para desde ahí recomponer todo lo demás: formación, proyectos,
estructuras, ministerios, organización, etc. ¿Qué acciones pastorales pueden
ayudar mejor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a la confesión de fe y a
la conversión?
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