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    domingo, 28 de marzo de 2021

    El Don de la Sabiduría

    Rincón de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán





    Don de la Sabiduría

     

    En esta ocasión, continuando con nuestra reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, nos detenemos a mirar el don de la sabiduría. Desde su punto inicial aclaramos que, como don del Espíritu, nos referiremos a esa acción divina y realidad espiritual de Dios que irrumpe en nuestra humanidad. Con esto indicar que la sabiduría como don recibido por parte de Dios a través de su Espíritu Santo, no se trata sencillamente de una sabiduría comprendida en términos humanos.  

     

    Recordemos el tan mencionado hecho clásico sobre el rey Salomón, quien directamente está asociado a este don de la sabiduría, ya que contó con este regalo de parte de Dios (cf. 1 Re 3,12). En códigos de divinidad, la sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. Y la preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza” (Sb 7, 7-8).


    La sabiduría mística es la superior, que procede por la experiencia de las cosas divinas, por vía del amor

     

    ¿Cómo somos introducidos en el misterio de ver las cosas con los ojos de Dios? Esta interrogante nos interpela, nos lleva al discernimiento y al examen de conciencia orientado a ver el don de la sabiduría operando en nosotros. Todo su sentido lo encontramos en la relación de intimidad que cada uno mantiene con Dios, ahí podríamos señalar que se descubre este hermoso don del Espíritu de sabiduría, sabiduría que Dios da a nuestro corazón, para obrar con sus mismos sentimientos (cf. Fil 2,5).

     

    El don de la sabiduría en categorías humanas podríamos compararlo con el “sentir gusto”, es decir, ser cautivados internamente por lo que nos deleita, como el hierro es atraído por el imán, que será más o menos grande, según el grado de perfección y de pureza en que se encuentre el alma. Dar un salto de la contemplación humana a las realidades divinas.  

     

    Santo Tomás habla de “un cierto sabor de Dios”, por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive. El gusto espiritual de las cosas de Dios, está caracterizado por un “espíritu de simplicidad”. Un Dios que revela a la gente sencilla sus profundos misterios (cf. Mt 11,25). El sabor de Dios en mí, nace de la intimidad con Dios mismo.

     

    San Bernardo destaca con respecto a este don: “La sabiduría es el amor a la virtud, no es otra cosa que el sabor del bien; cuando entra en un alma vence la malicia y destierra al sabor del mal que ella había introducido, llenando el alma de las delicias que el bien lleva siempre consigo. Cuando entra en el alma, modera los sentimientos de la carne, purifica el entendimiento, cura el gusto corrompido del corazón, da al alma la perfecta salud que la pone en disposición de paladear el sabor del bien y el de la sabiduría misma, que es de todos los bienes el más excelente y dulce”.

     

    Hay tres tipos de sabiduría: filosófica, teológica y mística. La filosófica se adquiere mediante la razón. La teológica se adquiere reflexionando sobre lo que la Revelación nos ha dicho. La mística es la superior, que procede por la experiencia de las cosas divinas, por vía del amor. Es la sabiduría de los santos. (Mt 11,25). El sabio relaciona todas las cosas con Dios. Es el don contemplativo por excelencia.

     

    Pidamos a la Virgen María “Sede de la Sabiduría” que nos alcance este don, para que así nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas divinas. ADH 849.

     


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