Rincón de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán
Don de la Sabiduría
En
esta ocasión, continuando con nuestra reflexión sobre los dones del Espíritu
Santo, nos detenemos a mirar el don de la sabiduría. Desde su punto inicial
aclaramos que, como don del Espíritu, nos referiremos a esa acción divina y
realidad espiritual de Dios que irrumpe en nuestra humanidad. Con esto indicar
que la sabiduría como don recibido por parte de Dios a través de su Espíritu
Santo, no se trata sencillamente de una sabiduría comprendida en términos
humanos.
Recordemos
el tan mencionado hecho clásico sobre el rey Salomón, quien directamente está
asociado a este don de la sabiduría, ya que contó con este regalo de parte de
Dios (cf. 1 Re 3,12). En códigos de divinidad, la sabiduría es lo que obra el
Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de
Dios. “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu
de sabiduría. Y la preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en
nada la riqueza” (Sb 7, 7-8).
La sabiduría mística es la superior, que procede por la experiencia de las cosas divinas, por vía del amor
¿Cómo
somos introducidos en el misterio de ver las cosas con los ojos de Dios? Esta
interrogante nos interpela, nos lleva al discernimiento y al examen de
conciencia orientado a ver el don de la sabiduría operando en nosotros. Todo su
sentido lo encontramos en la relación de intimidad que cada uno mantiene con
Dios, ahí podríamos señalar que se descubre este hermoso don del Espíritu de
sabiduría, sabiduría que Dios da a nuestro corazón, para obrar con sus mismos
sentimientos (cf. Fil 2,5).
El
don de la sabiduría en categorías humanas podríamos compararlo con el “sentir
gusto”, es decir, ser cautivados internamente por lo que nos deleita, como el hierro
es atraído por el imán, que será más o menos grande, según el grado de
perfección y de pureza en que se encuentre el alma. Dar un salto de la
contemplación humana a las realidades divinas.
Santo
Tomás habla de “un cierto sabor de Dios”, por lo que el verdadero sabio no es
simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las
vive. El gusto espiritual de las cosas de Dios, está caracterizado por un “espíritu
de simplicidad”. Un Dios que revela a la gente sencilla sus profundos misterios
(cf. Mt 11,25). El sabor de Dios en mí, nace de la intimidad con Dios mismo.
San
Bernardo destaca con respecto a este don: “La sabiduría es el amor a la virtud,
no es otra cosa que el sabor del bien; cuando entra en un alma vence la malicia
y destierra al sabor del mal que ella había introducido, llenando el alma de
las delicias que el bien lleva siempre consigo. Cuando entra en el alma, modera
los sentimientos de la carne, purifica el entendimiento, cura el gusto
corrompido del corazón, da al alma la perfecta salud que la pone en disposición
de paladear el sabor del bien y el de la sabiduría misma, que es de todos los
bienes el más excelente y dulce”.
Hay tres tipos de sabiduría: filosófica, teológica y mística. La
filosófica se adquiere mediante la razón. La teológica se adquiere
reflexionando sobre lo que la Revelación nos ha dicho. La mística es la
superior, que procede por la experiencia de las cosas divinas, por vía del
amor. Es la sabiduría de los santos. (Mt 11,25). El sabio relaciona todas las
cosas con Dios. Es el don contemplativo por excelencia.
Pidamos a la Virgen María “Sede de la Sabiduría” que nos alcance este don,
para que así nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas
divinas. ADH 849.
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