Convivencia | Alexis Cifuentes
Vivir en relación con los demás
Una vida verdaderamente humana se va gestando en
el proceso de dar y recibir afecto. Salir de nosotros mismos y encontrarnos con
las otras personas es una condición para alcanzar la realización humana. No
somos islas. Y si lo fuéramos, afirmó alguien, tenemos la capacidad de tender
puentes.
Tenemos problemas de relación cuando
experimentamos dificultad para dar o recibir afecto. Esta dificultad para
intercambiar afectos crea un malestar en la relación interpersonal, pues no hay
aceptación ni empatía y carece de autenticidad nuestra vida. Este proceso de
dar y recibir afecto lo vivimos en el plano de la relación familiar, marcada
por los lazos de sangre; en la relación sentimental, que va de los lazos de
atracción a la relación romántica o erótica.
Reconocer la existencia de la otra persona,
acogerla y valorar lo que nos une, nos pone en el plano de igualdad. Toda
relación crece en la proximidad, en la cercanía física. Nuestra disponibilidad
para la relación provoca tiempo para compartir y avanzamos a una relación de
madurez, capaces de establecer lazos de amistad.
Con gran acierto nos dice el papa Francisco que “un
ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni
puede encontrar su plenitud ‘si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás’”. Es en el encuentro con los
otros donde el ser humano encuentra su propia verdad. Quien rechaza o se aleja
de la convivencia humana, se pierde la oportunidad de llegar a su realización
personal y comunitaria.
“Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la
medida en que me comunico con el otro”, sigue diciendo el Papa en la encíclica Fratelli
Tutti. La alteridad es una condición necesaria para una auténtica existencia humana.
El descubrimiento de nuestra propia realidad personal se hace en el encuentro
con alguien fuera de mí, pero igual a mí, con quien se funda el “nosotros”.
Cualquier intento de suprimir esta apertura a los demás termina en el fracaso
personal, una vida inauténtica.
Esto explica por qué nadie puede experimentar el
valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. La mirada al rostro del
otro abre un camino de conocimiento, de acogida de su realidad. Una posibilidad
de establecer una relación de amor. La experiencia de la verdadera existencia
humana pasa por este proceso de encontrarnos para encontrar-se. Sin comunión ni
fraternidad, no hay una verdadera vida. “Y es una vida más fuerte que la muerte
cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad”.
La apertura a los demás, con rostros concretos a
quien amar, es el camino del amor. Por eso nos pasamos la vida construyendo
relaciones que nos permitan amar y ser amados. La vida se pierde cuando
pretendemos alejarnos de los otros y pertenecer solo a nosotros mismos. Cuando
esto ocurre nuestra pretensión nos lleva a la muerte, pues nos cierra el camino
de la vida.
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