Temas de Salud | Dra. Marcia Castillo
Cuéntale a
mi mano izquierda
Debe ser difícil conjugar en el mismo
ejercicio la fe y la psicología, en el devenir histórico la ciencia y la
religión no es que hayan tenido precisamente las mejores muestras de amistad, no
obstante, estamos asistiendo a un cambio sin precedente que se ha gestado en el
último medio siglo y una muestra de ello es un reciente video donde una divulgadora
hacia exactamente eso: maridar con maestría ambas cosas y comunicarlas con
claridad impoluta.
En esta ocasión versaba sobre los silencios que en algún momento se debe asumir cuando se opta por abrazar frontalmente la doctrina
cristiana, uno de esos silencios reposa en MT 6, 3:
“Que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu mano derecha”, la alegoría sencilla pero a la vez aleccionante nos invita a ser generosos
sin esperar mérito a cambio, a
reconocernos en el otro, a esa denominada alteridad de la que ya los psicólogos
han desplegado tesis completas y
que me parece un digno ejemplo del amor
silente y generoso, aquel que se entrega sin mayores aspavientos; después de
todo vamos andando nuestra vida completa
por la calzada de Emaús intentando reconocer
como y a quien tender
la mano, en una acción que no necesite regodearse
y que a toda costa evite caer en la tentación de salir
con el altoparlante en mano, a amordazar
el monstruo hambriento del ego, que no duerme, que no da tregua y que nos aleja
de nosotros mismos con su susurro incesante y nocivo.
Pero quiero analizar otro costado de la
conversación entre las manos ¡Mea culpa! porque los textos de medicina ¡me hacen
hostigar mis queridos lectores! y un poco contradecir el versículo de Mateo,
científicamente: “Es imposible que lo que haga la mano derecha no lo sepa la
mano izquierda” y la razón se llama cuerpo calloso.
Tenemos dos hemisferios cerebrales y
una dominancia hemisférica que es cruzada, quiere decir que si somos diestros quien
domina es el hemisferio izquierdo y viceversa, pero evitemos divagaciones y
vamos a la quintaesencia de esta armonía motora de la que gozamos los homínidos
superiores gracias a las estructuras interhemisférica. Movimientos perfectamente
articulados, de modo tal que lo que pasa del lado derecho se reproduce o se corresponde
del lado izquierdo para lograr autonomía y armoniosidad, mi mano derecha sabe
lo que hace mi izquierda porque el cuerpo calloso ya se lo ha contado en
cuestión de milisegundos.
Existen casos en que una mano se maneja
de manera autónoma y no le cuenta a la otra, a esto le conocemos como el Síndrome
de la mano extraña, y ¿en qué consiste?
También conocido como “síndrome de la
mano alienígena” o “síndrome del Dr. Strangelove”, se distingue por ocasionar en
la persona que lo sufre todo tipo de movimientos involuntarios e
incontrolados en una de las extremidades superiores.
Otra de las particularidades del
síndrome es la sensación de extrañeza que la persona siente con respecto a
dicha extremidad. Es decir, el paciente experimenta una personificación
del brazo y de la mano, los cuales le parece que tienen vida propia.
Fue Kurt Goldstein en 1908 quien descubrió
estos síntomas en pacientes que habían sido sometidos a una comisurotomía
(ablación del cuerpo calloso). Esta intervención era parte de los tratamientos para epilepsias
muy graves, con el objetivo de evitar que dichos ataques se propagaran de un hemisferio
cerebral a otro, cualquier injuria de cualquier índole puede debutar como un
síndrome de la mano alienígena, si bien
son poco los casos y no existen tratamientos especifico, no se trata de una afección mortal
pero si en ocasiones resultan bastante bochornoso pues la mano puede
actuar de manera no volicional, como un alienígena, alienándonos, como una mano que
habla sin que le podamos silenciar
ni coordinar o como dijo Shakespeare:
“Mejor es ser rey de tu silencio que esclavo de tus
palabras”. ADH 855
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