Jueves Santo | Fr. Francisco José Rodríguez
Fassio, OP
Pautas reflexión
para el Jueves Santo
Son muy importantes y clarificadores los adjetivos
con los que calificamos a una persona ante una situación. Más aún, si esa
situación es crítica y mortal.
En este tiempo de pandemia, de crisis económica,
de incertidumbre sobre el futuro, en el que nos hemos hecho más conscientes y
sensibles ante nuestra vulnerabilidad, los adjetivos que más nos califican son
los de “oprimidos”, “reprimidos” y “deprimidos”. Oprimidos por esas
circunstancias negativas que nos han sobrevenido; reprimidos en tantas
cosas: libertad de movimiento, ausencia de contactos interpersonales, proyectos
para el porvenir… Deprimidos, porque el ánimo se nos viene al suelo; la
esperanza parece una ilusión inútil y por mucho que hablemos de la “nueva
normalidad”, nada será como antes. Los psicólogos nos advierten que se ha hecho
frecuente la depresión, con consecuencias médicas tan importantes como el mismo
coronavirus.
Quizás por ello, hoy resulta más necesario e
iluminador volverse a Cristo y aprender de Él cómo vivió sus momentos más duros
y difíciles, que hoy celebramos. A la hora de la Última Cena se juntaron todas
las causas de dolor que puede sufrir una persona: el peligro inminente y cierto
del prendimiento, la tortura, la degradación por la burla, la muerte cruel y
vergonzosa. Junto a ello, la incomprensión y traición de los suyos, “sus
amigos” (Jn 15, 13-14); el rechazo de su pueblo, al que había querido reunir y
guardar de los peligros “como una gallina cobija bajo sus alas sus polluelos”
(Mt 23, 37). Y más profundamente aún, como explicitará en la súplica de
Getsemaní y el grito de la cruz, el escalofrío y el terror ante “el cáliz” del
Padre (Lc 22, 39-46) y su silencio que tiene sabor y resquemor de sentirse
abandonado por Él (Mt 27, 46).
Y sin embargo, en estos momentos, Jesús no se
manifiesta ni como oprimido, ni reprimido, ni deprimido. Todo lo contrario. Los
adjetivos que califican a Cristo y a su actitud son los de “expandido”,
“desprendido” y “compartido”.
“Expandido”: es ahora cuando los ama
hasta el extremo, los sirve más desde abajo, lavándoles los pies, les anuncia
que participarán en su alegría y en su paz, e incluso, llama a este momento, a
esta “hora”, “su “glorificación”, cuando deja más claro quién es, a qué viene y
cómo da a conocer al Padre (Cf. Jn 13-17). Ahora, precisamente, es un libro
abierto, se le conoce en su verdad, como indicará a Felipe (Jn 14, 8-11).
“Desprendido”: toda esa gloria, esa
riqueza de ser, de sentir y de actuar, no es para Él solo. Jesús es lo
contrario a un narcisista. Todo Él y todo lo suyo es para darlo, comunicarlo.
Él es verdaderamente el “hombre para los demás”, que muestra con ello, ser Hijo
de ese Dios que es “todo en todo” y para todos.
“Compartido”: Cristo nos señala con su
actitud que ser persona, hijo e imagen de Dios, significa que nuestra
identidad, nuestra fecundidad, nuestra felicidad consiste en aprender a ser
como El, apoyados en su presencia constante e impulsados por su Espíritu.
En consecuencia, los sacramentos de los que hoy
celebramos la institución: la Eucaristía y el Ministerio ordenado, no son
simplemente milagros a admirar. La Eucaristía tiene como fin convertirnos en
Eucaristía personal y comunitariamente para la vida del mundo. El Ministerio es
“hacer lo de Jesús como Jesús”: cuidar a los hermanos hasta dar la vida
–dedicar toda la vida- para que tengan Vida. Por eso la caridad, es decir aquel
amor que tiene las características del amor de Dios, es la explicación, el
sentido, el dinamizador y la meta de todo.
Nuestro examen de conciencia –y de consciencia- a
partir de hoy ha de tomar más en serio –en profundo- la indicación de San
Pablo: “tened los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5). ¿Revelan nuestros
modos de reaccionar ante las circunstancias que sufrimos, que gracias a Él y
como Él vivimos “expandidos”, “desprendidos” y “compartidos”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...