Entrevista | Juan Rodríguez, msc/Redacción
ADH
TESTIMONIOS . . .
Dos meses después de la partida física del padre
Francisco Gayá, reproducimos la entrevista que dio al entonces director de la
revista, padre Juan Rodríguez y nos dejó rasgos de su personalidad y su misión,
como un hombre de fe comprometido con el Reino de Dios en la historia de los
pobres.
Quién es el padre Gayá
El P. Francisco Gayá, español de Mallorca,
perteneciente a la Comunidad de los Misioneros de los Sagrados Corazones. Es
sobrino de un famoso misionero español conocido en España como "el Apóstol
de Las Baleares". Desde hace años está sembrando en la Línea Noroeste
(como una vez dijera Mons. Roque Adames), pero al llegar al país trabajó,
primero, unos años en la Universidad Católica de Santiago. También fue superior
de los MSSCC en República Dominicana.
El P. Gayá vive en Montecristi,
como águila
solitaria, lejos de la bulla de la capital. Es tenaz y fogoso, a veces, algo
brusco y violento, pero entregado como el que más a los campesinos de la región
noroeste. Vive convencido de que hay que encarnarse entre los pobres para
adelantar el Reino de Dios.
Esta entrevista fue hecha guardando cama a causa
de la rotura de una pierna. Accidente que sufrió cuando se le derrumbó
encima una carga de tierra en la construcción de un proyecto parroquial de 80
casas para los damnificados del ciclón David.
Padre, ¿Cuántos años lleva de
vida religiosa?
—Tengo
muchos. Profesé en el año 1946. Después de haber estudiado Teología e Historia
de la Gracia en la universidad de Roma y de haber dado clase en distintos
seminarios y colegios, entonces decidí venir para América Latina.
¿En qué año
llegó a República Dominicana?
— Mira,
primero yo estuve en Argentina. Allí me tocó dirigir el Seminario de la ciudad
de Mendoza. De sorpresa me mandaron para acá. A decir verdad yo estaba
entusiasmado con la Argentina. Allí yo me sentía muy bien, de modo que la
noticia que me dieron de que estaba destinado para República Dominicana no me
cayó del todo bien, pero la acepté con mucho gusto.
¿Cuáles han
sido sus oficios pastorales
aquí?
—Para el
año 1969 había en Santiago una efervescencia por los Cursillos de Cristiandad
y movimientos de ese tipo. Ahí estuve. Trabajé un poco en el Colegio de La
Salle y también en la Catedral. Esto fue durante unos meses. En Santiago un
compañero mío, P. Cándido y yo conocimos los barrios de la ciudad. Vimos que en
aquella época el más necesitado era el Ejido y ahí nos sumergimos los dos con
la confianza de trabajar en ese barrio. Logramos organizamos en esa parroquia y
propulsamos la creación de las comunidades eclesiales de base.
Después fui profesor de la Universidad Madre y
Maestra. Me ofrecieron la cátedra de Historia, pero por desavenencias entre la facultad de Humanidades y el Departamento de Historia y por la poca
intervención del
rector, me fui de allí. Diría que casi me expulsaron. Este acontecimiento fue
para mí el inicio de mi conversión al pueblo pobre y necesitado, el que vive en
nuestros barrios marginados y en los campos.
Valoración
del trabajo de promoción y organización del pueblo
— Por dos
razones: Primero no veo otra posibilidad de vivir realmente la fe si no es en
una entrega y servicio al pobre. El único camino de
liberación es la ayuda que podamos prestar para que el pueblo tenga sus propias
organizaciones. Nuestro trabajo es, precisamente, aunar las fuerzas campesinas
para que ellos sean sujeto de su propio destino. La misma experiencia nos va
diciendo que los gobiernos y sus afines oprimen y explotan cada día más a los
pobres y a los campesinos, por tanto, veo que la única opción de liberación es
a partir de la fe evangélica ya que es imposible que otros vengan a liberarles.
La vida
espiritual del religioso y la promoción humana
—Estoy
viviendo actualmente una experiencia que me satisface mucho. Desde octubre
pasado estoy trabajando intensamente en un trabajo más material: en la
construcción de unas 80 viviendas para los damnificados por
la crecida del río cuando el ciclón David. Cada día la gente trabaja por grupos y yo
participo con ellos, no en el sentido de dirigir los trabajos, sino como un
obrero más.
Esta experiencia ha intensificado en mí la necesidad de vivir
una vida espiritual más intensa. Entonces hago lo siguiente: Por la mañana, al
juntarme con los obreros, tomo la iniciativa de hacer una oración con ellos,
aunque no estén acostumbrados a orar. Sin embargo, muchos van asimilando la
oración. Al final de la jornada hacemos también lo mismo y damos gracias a Dios
por el trabajo del día.
Esto lo hago porque siento un verdadero interés por la oración
comunitaria, con el pueblo, ya que ella nos da más impulso para la entrega y
servicio a ese mismo pueblo. Por otro lado, también caigo en la cuenta de que
esa oración no me basta personalmente. Por eso, siempre que puedo busco la
compañía de mis compañeros de comunidad para orar. Si no puedo con ellos
aprovecho, de vez en cuando, la ocasión para retirarme solo a orar. En
conclusión, el trabajo material y de promoción humana me ha exigido más
intensamente que antes ore y que ore mucho. De ahí, saco las fuerzas que hacen
que cada día pueda empezar la obra con más entusiasmo.
Sentido da a los votos
religiosos de obediencia, castidad y pobreza
—Muy
sencillamente lo explico, porque a mí me gustan las cosas sencillas. La pobreza
es compartir con el pueblo, los trabajos que estamos
haciendo; la castidad significa, para mí, el entregarme en
cuerpo y alma a la gente de ese mismo pueblo amándola muy intensamente, así
como cualquier esposo ama a su mujer o como una novia ama a su novio; la
obediencia la veo como disponibilidad total para servir al pueblo y responder
libremente a las exigencias del pueblo. La vivencia de los votos arranca del
mismo Evangelio y el Evangelio es para el pueblo. Entonces si soy infiel al
pueblo soy también infiel a mis votos. Así de sencillo veo en la actualidad
cómo nuestras gentes pudieran entender el sentido de nuestros votos.
Experiencias vividas en
nuestro país que lo han marcado profundamente en su vida religiosa
— Empezaré
diciendo que el estar metido en las organizaciones campesinas. También cuando
me hicieron preso y me humillaron en Guayubín en 1975 a raíz de la formación de
los primeros grupos campesinos y juveniles. En aquellos momentos el pueblo
exigió adecuadamente mi liberación y eso se lo agradezco.
Otros acontecimientos fuertes para mí fueron la lucha
grande y repetida que hemos tenido varias veces, sobre todo durante el gobierno
de Balaguer, por la construcción de un canal que todavía no se ha concluido.
Las huelgas y concentraciones a causa de esa lucha fueron experiencias fuertes
que exigieron de mí mucha disponibilidad hacia el pueblo.
La última experiencia grande ha sido
la del 15 de mayo de 1981, cuando tuvimos la concentración de las
organizaciones campesinas de la Línea Noroeste: Dajabón, Montecristi y Santiago
Rodríguez. El objetivo era la tierra para los campesinos. Siempre tengo
presente que a esa concentración fue invitado el Obispo de la Diócesis, y al
oír los discursos y los slogans que se decían, les parecieron subversivos y
comunistas y parece que salió de ese encuentro medio bravo con nosotros, creo
que esto sucedió porque el Obispo no estuvo presente en todo el proceso que
seguimos en aquella ocasión. Pero el campesinado lo único que hacía era clamar
por sus justas reivindicaciones.
Las grandes
necesidades de la Línea Noroeste
—La gran
necesidad aquí es la tierra, lo es en todas partes, pero aquí es acuciante. Es
un problema que creo de fácil solución porque existen obras de
infraestructuras: el canal bajo Yaque del Norte, dos presas, pero ha habido una
apatía del gobierno actual que no ha sabido poner en marcha esas obras. Otro
problema es la incapacidad, la inutilidad (perdonen la expresión) de parte de
las autoridades que ha tenido este gobierno en la Línea que no han hecho nada
en favor de los campesinos.
Desilusiones
que ha vivido en su compromiso de vida religiosa
—A decir
verdad, siempre he tenido un carácter optimista y he podido vencer las
dificultades que he encontrado en el camino de la vida. Nunca agradeceré lo suficiente la ayuda que me han brindado los compañeros religiosos
de mi comunidad y los de la Diócesis de Mao-Montecristi y, sobre todo, el apoyo
que me han brindado los campesinos.
Cómo los ataques y
vejámenes que sufrió durante el régimen de Balaguer
—Los sentía profundamente,
pero como estaba apoyado por mi comunidad religiosa, no me importaron
tanto las críticas que me venían desde fuera. Por otra parte, si realmente el
pueblo estaba contento de ese servicio era el pueblo que tenía que decir la
conformidad o desconformidad con el trabajo hecho. Además, partiendo del
Evangelio y desde la Fe, veía que esto era inevitable, pues si la persecución
por la justicia era inevitable la aceptaba como se aceptan todas las cosas que
vienen en la vida.
Pie
de foto: P. Francisco Gayá, en descanso
obligado después de sufrir la rotura de pierna.
Revista
Amigo del Hogar enero 1982, no. 424, pp. 21, 22, 23. Año 41.
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