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    miércoles, 28 de abril de 2021

    Testimonios... Entrevista al P. Gayá


    Entrevista | Juan Rodríguez, msc/Redacción ADH





    TESTIMONIOS . . .

     

    Dos meses después de la partida física del padre Francisco Gayá, reproducimos la entrevista que dio al entonces director de la revista, padre Juan Rodríguez y nos dejó rasgos de su personalidad y su misión, como un hombre de fe comprometido con el Reino de Dios en la historia de los pobres.

     

    Quién es el padre Gayá

    El P. Francisco Gayá, español de Mallorca, perteneciente a la Comunidad de los Misioneros de los Sagrados Corazones. Es sobrino de un famoso misionero español conocido en España como "el Apóstol de Las Baleares". Desde hace años está sembrando en la Línea Noroeste (como una vez dijera Mons. Roque Adames), pero al llegar al país trabajó, primero, unos años en la Universidad Católica de Santiago. También fue superior de los MSSCC en República Dominicana.

     

    El P. Gayá vive en Montecristi, como águila solitaria, lejos de la bulla de la capital. Es tenaz y fogoso, a veces, algo brusco y violento, pero entregado como el que más a los campesinos de la región noroeste. Vive convencido de que hay que encarnarse entre los pobres para adelantar el Reino de Dios.

     

    Esta entrevista fue hecha guardando cama a causa de la rotura de una pierna. Accidente que sufrió cuando se le derrumbó encima una carga de tierra en la construcción de un proyecto parroquial de 80 casas para los damnificados del ciclón David.





    Padre, ¿Cuántos años lleva de vida religiosa?

    —Tengo muchos. Profe­sé en el año 1946. Después de haber estudiado Teología e Historia de la Gracia en la universidad de Roma y de haber dado clase en distintos semina­rios y colegios, entonces decidí venir para América Latina.

     

    ¿En qué año llegó a República Dominicana?

    — Mira, primero yo estuve en Argentina. Allí me tocó dirigir el Seminario de la ciudad de Mendoza. De sorpresa me mandaron para acá. A decir verdad yo estaba entusiasmado con la Argentina. Allí yo me sentía muy bien, de modo que la noticia que me dieron de que estaba destinado para República Dominicana no me cayó del todo bien, pero la acepté con mucho gusto.

     

    ¿Cuáles   han   sido   sus oficios pastorales aquí?

    —Para el año 1969 había en Santiago una eferves­cencia por los Cursillos de Cristiandad y movimientos de ese tipo. Ahí estuve. Trabajé un poco en el Colegio de La Salle y también en la Catedral. Esto fue durante unos meses. En Santiago un compañero mío, P. Cándido y yo conocimos los barrios de la ciudad. Vimos que en aquella época el más necesitado era el Ejido y ahí nos sumergimos los dos con la confianza de trabajar en ese barrio. Logramos organizamos en esa parroquia y propulsamos la creación de las comunida­des eclesiales de base.

     

    Después fui profesor de la Universidad Madre y Maestra. Me ofrecieron la cátedra de Historia, pero por desavenencias entre la facultad de Humanidades y el Departamento de Historia y por la poca intervención del rector, me fui de allí. Diría que casi me expulsaron. Este aconteci­miento fue para mí el inicio de mi conversión al pueblo pobre y necesitado, el que vive en nuestros barrios marginados y en los campos.

     

    Valoración del trabajo de promoción y organiza­ción del pueblo

     

    — Por dos razones: Primero no veo otra posibilidad de vivir realmente la fe si no es en una entrega y servicio al pobre. El único camino de liberación es la ayuda que podamos prestar para que el pueblo tenga sus propias organizaciones. Nuestro trabajo es, precisamente, aunar las fuerzas campesi­nas para que ellos sean sujeto de su propio destino. La misma experiencia nos va diciendo que los gobiernos y sus afines oprimen y explotan cada día más a los pobres y a los campesinos, por tanto, veo que la única opción de liberación es a partir de la fe evangélica ya que es imposible que otros vengan a liberarles.

     

    La vida espiritual del religioso y la promoción humana

    —Estoy viviendo actualmente una experien­cia que me satisface mucho. Desde octubre pasado estoy trabajando intensamente en un trabajo más material: en la construcción de unas 80 viviendas para los damnificados por la crecida del río cuando el ciclón David. Cada día la gente trabaja por grupos y yo participo con ellos, no en el sentido de dirigir los trabajos, sino como un obrero más.

     

    Esta experiencia ha intensificado en mí la necesidad de vivir una vida espiritual más intensa. Entonces hago lo siguiente: Por la mañana, al juntarme con los obreros, tomo la iniciativa de hacer una oración con ellos, aunque no estén acostumbrados a orar. Sin embargo, muchos van asimilando la oración. Al final de la jornada hacemos también lo mismo y damos gracias a Dios por el trabajo del día.

     

    Esto lo hago porque sien­to un verdadero interés por la oración comunitaria, con el pueblo, ya que ella nos da más impulso para la entrega y servicio a ese mismo pueblo. Por otro lado, también caigo en la cuenta de que esa oración no me basta personal­mente. Por eso, siempre que puedo busco la compañía de mis compa­ñeros de comunidad para orar. Si no puedo con ellos aprovecho, de vez en cuando, la ocasión para retirarme solo a orar. En conclusión, el trabajo material y de promoción humana me ha exigido más intensamente que antes ore y que ore mucho. De ahí, saco las fuerzas que hacen que cada día pueda empezar la obra con más entusiasmo.

     

    Sentido da a los votos religiosos de obediencia, castidad y pobreza

     

    —Muy sencillamente lo explico, porque a mí me gustan las cosas sencillas. La pobreza es compartir con el pueblo, los trabajos que estamos haciendo; la castidad significa, para mí, el entregarme en cuerpo y alma a la gente de ese mismo pueblo amándola muy intensamente, así como cualquier esposo ama a su mujer o como una novia ama a su novio; la obediencia la veo como disponibilidad total para servir al pueblo y responder libremente a las exigencias del pueblo. La vivencia de los votos arranca del mismo Evangelio y el Evangelio es para el pueblo. Entonces si soy infiel al pueblo soy también infiel a mis votos. Así de sencillo veo en la actualidad cómo nuestras gentes pudieran entender el sentido de nuestros votos.

     

    Experiencias vividas en nuestro país que lo han marcado profun­damente en su vida religiosa

    — Empezaré diciendo que el estar metido en las organizaciones campesi­nas. También cuando me hicieron preso y me humillaron en Guayubín en 1975 a raíz de la formación de los primeros grupos campesinos y juveniles. En aquellos momentos el pueblo exigió adecuada­mente mi liberación y eso se lo agradezco.

     

    Otros acontecimientos fuertes para mí fueron la lucha grande y repetida que hemos tenido varias veces, sobre todo durante el gobierno de Balaguer, por la construcción de un canal que todavía no se ha concluido. Las huelgas y concentraciones a causa de esa lucha fueron experiencias fuertes que exigieron de mí mucha disponibilidad hacia el pueblo.

     

    La última experiencia grande ha sido la del 15 de mayo de 1981, cuando tuvimos la concentración de las organizaciones campesinas de la Línea Noroeste: Dajabón, Montecristi y Santiago Rodríguez. El objetivo era la tierra para los campesinos. Siempre tengo presente que a esa concentración fue invitado el Obispo de la Diócesis, y al oír los discursos y los slogans que se decían, les parecieron subversivos y comunistas y parece que salió de ese encuentro medio bravo con nosotros, creo que esto sucedió porque el Obispo no estuvo presente en todo el proceso que seguimos en aquella ocasión. Pero el campesi­nado lo único que hacía era clamar por sus justas reivindicaciones.

     

    Las grandes necesidades de la Línea Noroeste

    —La gran necesidad aquí es la tierra, lo es en todas partes, pero aquí es acuciante. Es un problema que creo de fácil solución porque existen obras de infraestructuras: el canal bajo Yaque del Norte, dos presas, pero ha habido una apatía del gobierno actual que no ha sabido poner en marcha esas obras. Otro problema es la incapaci­dad, la inutilidad (perdonen la expresión) de parte de las autoridades que ha tenido este gobierno en la Línea que no han hecho nada en favor de los campesinos.

     

    Desilusiones que ha vivido en su compromiso de vida religiosa

    —A decir verdad, siempre he tenido un carácter optimista y he podido vencer las dificultades que he encontrado en el camino de la vida. Nunca agradeceré lo suficiente la ayuda que me han brindado los compañeros religiosos de mi comunidad y los de la Diócesis de Mao-Montecristi y, sobre todo, el apoyo que me han brindado los campesinos.

     

    Cómo los ataques y vejámenes que sufrió durante el régimen de Balaguer

    —Los sentía profunda­mente, pero como estaba apoyado por mi comunidad religiosa, no me importaron tanto las críticas que me venían desde fuera. Por otra parte, si realmente el pueblo estaba contento de ese servicio era el pueblo que tenía que decir la conformidad o desconformidad con el trabajo hecho. Además, partiendo del Evangelio y desde la Fe, veía que esto era inevitable, pues si la persecución por la justicia era inevitable la aceptaba como se aceptan todas las cosas que vienen en la vida.

     

     

    Pie de foto: P. Francisco Gayá, en descanso obligado después de sufrir la rotura de pierna.

     

    Revista Amigo del Hogar enero 1982, no. 424, pp. 21, 22, 23. Año 41.



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