Peregrinando a campo traviesa | Manuel Pablo Maza Miquel, SJ.
La Declaración de los derechos
del hombre y
del ciudadano
La Declaración fue objeto de largos debates, en
parte debidos a la resistencia del clero a la aprobación de la completa
libertad de pensamiento y culto (William Doyle, 1989: 118). La Declaración
insistía en que “la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del
hombre son las únicas causas de las desventuras públicas”. Los nobles pidieron
que se incluyese también una “declaración de deberes” para que al pueblo llano
no se le fueran a la cabeza estos derechos. Al parecer, los nobles no habían
cometido excesos.
McPhee ve en esta expresión “la esencia del
liberalismo: la libertad consiste en poder hacer todo lo que no dañe a otro”.
Solamente la ley iba limitar los derechos de libre expresión, asociación,
religión y opinión. De un golpe, los franceses pasaban de ser súbditos de un
rey, a ser ciudadanos, todos iguales ante la ley con las mismas obligaciones
públicas. Según Doyle, la ley es la clave de la Declaración: nueve de sus
diecisiete artículos la mencionan.
Así moría la Francia absolutista, señorial y
corporativa del siglo XVIII, pero no se decía nada de los franceses sin
propiedad, los esclavos y las mujeres, ¿gozarían de “la igualdad política y
legal? ¿Cómo se garantizaría “el ejercicio del propio talento a aquellos que
carecían de educación o propiedades?”
Algunas mujeres de la Francia de finales del XVIII
denunciaban los abusos que padecían, McPhee recoge su testimonio: “Ya sea por
razón o por necesidad, los hombres permiten que las mujeres compartan su
trabajo, que cultiven el suelo, que aren los campos, que se hagan cargo del
servicio postal; otras emprender largos y arduos viajes por motivos
comerciales… Nos han dicho que se está hablando de liberar los negros; el
pueblo, casi tan esclavizado como ellos, está recuperando sus derechos…
¿Seguirán los hombres insistiendo en querer hacernos víctimas de su orgullo e
injusticia?” (en un Cuaderno de quejas de las mujeres de Caux, región al norte
de París, primavera de 1789).
Estos decretos de agosto de 1789 presumían de que
en adelante todos los ciudadanos tendría los mismos derechos y estarían
sometidos a las mismas leyes. Cualquier podía proseguir cualquier carrera o
aspirar a cualquier cargo bastaba poseer el talento necesario (Ver, Peter
McPhee, 2002:73 – 76).
Manuel Pablo Maza Miquel, S.J./ mmaza@pucmm.edu.do
El autor es Profesor Asociado de la PUCMM
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