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    martes, 18 de mayo de 2021

    El reino llega por la resurrección


    La Pascua | Julio Lois





    El reino llega por la resurrecci
    ón

     

    La promesa del Reino que llega como oferta de una manera enteramente nueva de vivir se ha realizado ya en Jesús resucitado, aunque tal realización haya tenido lugar de forma distinta a la esperada, pasando por el fracaso histórico de la cruz. Pablo puede exclamar que todas las promesas, pese al escándalo de la cruz, han recibido en Jesús su amén, su confirmación (cf. 2 Cor 1,20).

     

    ¿Qué ha cambiado en el mundo?

    Pero ante esa afirmación de nuestra fe cristiana parece alcanzarse un obstáculo insalvable. ¿Dónde está ese Reino que decimos que ha llegado con Jesús resucitado? ¿No sigue el mundo irredento?

     

    Parece necesario decir con claridad que lo que en el Resucitado se ha realizado ya con plenitud no es mas que el inicio anticipado de una plenitud final que, como es dolorosamente obvio, todavía no se ha cumplido. Aunque sea verdad que el Reino está efectivamente entre nosotros y por eso, como indican Pablo y Juan, ya es posible pasar de la muerte a la nueva vida, su realización definitiva, que como sabemos y recordaremos más adelante, nos implica a todos los seres humanos y a la creación entera, sigue siendo Promesa sostenida por la esperanza.

     

    Persiste la presencia del mal

    El Reino ha irrumpido ya con la resurrección de Jesús y en ella se ha anticipado, como en vislumbre luminoso, su triunfo pleno, de alcance universal. Pero mientras esa irrupción no eclosione en plenitud final la historia sigue confrontada con la presencia perturbadora del mal. Precisamente por eso, los seguidores y seguidoras del Resucitado, intentando ser fieles a la memoria viva de la cruz de Jesús, queremos mantenernos informados por una activa esperanza, al servicio de ese Reino con nuestro anuncio y nuestro compromiso, sabiendo que la posibilidad de confrontarse con el fracaso histórico no puede debilitar el seguimiento del crucificado.

     

    Sin hacer apología del fracaso sabemos que el avance de ese Reino sigue pasando por la cruz. Pero sabemos igualmente que los signos de novedad que presagian la plenitud final esperada pueden ya multiplicarse entre nosotros a lo largo de esta historia.

     

    Reino presente, pero no en plenitud

    Podemos y debemos hablar del “todavía no” del triunfo final del Reino, o, si se quiere, de la “irredención” del mundo presente. Pero podemos y debemos también hablar, por paradójico que resulte, del “ya sí” de ese mismo Reino en un mundo redimido en su raíz. Hablar y ponernos a su servicio con una esperanza que nos remite, por una parte, a esta historia, con el encargo de multiplicar esos signos de novedad que lo hacen ya presente, y, por otra, a esa plenitud final anticipada en la resurrección, en la que, según la     promesa que de ella brota, Dios será todo en todas las cosas (cf.1 Cr 15,28).

     

    Esa tensión generada por la esperanza que brota de la resurrección está muy bien expresada por H. Kessler: “En las personas que se han entregado a Jesucristo reina su amor abnegado, reconciliador y vivificador, frente a los poderes no aceptan la desaparición, iniciada con la resurrección de Jesús; oponen una resistencia   pertinaz y, como puede parecer a veces, cada vez más encarnizada. Como ambas cosas son realidad: el triunfo cierto y la lucha persistente, la cruz y la resurrección, el masoquismo es tan imposible como el triunfalismo para el cristiano. Ni la teología de la muerte puede absorber la resurrección ni la teología de la resurrección puede disolver la cruz. la cruz y la resurrección constituyen una unidad diferenciada y por eso forman una secuencia no invertible. El camino pasa por la lucha, el sufrimiento, la pasión, y la cruz, pero lleva a la gloria (Rom 8, 18; 1 Pe 4, 12 ss)”.



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