Casa de Luz / Juan Rafael Pacheco, casadeluzjn812@gmail.com
La pregunta del millón
En
tiempos atrás, se hizo muy popular en la televisión norteamericana un show que
ponía al concursante a contestar una pregunta y, si acertaba la respuesta, se
ganaba un millón de dólares.
¡La
pregunta del millón! Esa es la pregunta que todos tarde o temprano tenemos que
hacernos: "¿Qué debo hacer con mi
vida?" Y ojalá lo hagamos más temprano que tarde.
Esa
misma pregunta se la hizo un joven rico hace dos mil años. Jesús se la contestó
con toda claridad: “…si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos… no matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a
tu prójimo como a ti mismo.”
Le
dijo entonces el joven: ‘Todo eso lo he cumplido desde mi niñez, ¿qué más me
falta?’… ‘Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el
dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme’. Al
oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.” (Cf Mt
19,16-22)
.
La
respuesta de Jesús tiene muchas vertientes. ¿A cuáles bienes se referirá
el Señor cuando nos pide “vender todo”?
A todos nos interesa analizar bien este asunto. En juego está la vida
eterna.
San
Juan de
El
padre Clemente González, uno de mis comentaristas favoritos en Catholic.net,
retoma el tema y nos dice:
“¿Qué
debo hacer con mi vida? ¿Huir de ella o aprovecharla? El joven del evangelio
sentía una inquietud en el fondo de su alma. Había decidido romper con el
pecado. Seguramente tendría amigos refugiados en el egoísmo, los placeres, la
violencia, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Pero él no era
así. Quería llegar a la vida eterna, y por eso se acercó a Jesús para
preguntarle qué debía hacer.
¿Alguna
vez te has hecho esa pregunta? ¿Y cuál ha sido la respuesta? ¿Ha sido una
respuesta de amor? Porque este joven, aunque estaba bien dispuesto, no supo
estar a la altura y se fue triste. ¡Qué contradicción! Poseía muchos bienes, y
en lugar de estar alegre, se marchó con un rostro marcado por la tristeza y el
desengaño. En el fondo, no estaba dispuesto a decir sí a Jesús y optó por
seguirse a sí mismo.
Seguir
a Jesús exige esfuerzo, desprenderse de lo que uno más ama. Significa
sacrificio, pero también alegría y realización humana. No hay que tener miedo a
lo que nos exija la vivencia auténtica de nuestro cristianismo, porque no
estamos solos. ¿Acaso Cristo nos va a abandonar? ¿No nos acompaña con sus
sacramentos? ¿No nos va a consolar cada vez que le hablemos en la oración?
Seguir a Cristo es el camino para aprovechar bien la vida.”
Bendiciones
y paz. ADH 794
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