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    jueves, 13 de mayo de 2021

    En el mar no hay empalizadas


    Solidaridad | P. Miguel Ángel Gullón





    En el mar no hay empalizadas

     

    Conversando con los pescadores de los bellos pueblos de Miches y Boca de Yuma sobre la dureza y el sacrificio de su trabajo llegamos a una de las conclusiones más bonitas y esperanzadoras para nuestro mundo: “en el mar no hay empalizadas”. Cierto, es una lógica simple y hasta ingenua. Pero guarda dentro de sí una filosofía cargada de sentido y de dignidad. Miches y Boca de Yuma, como tantos pueblos costeros que viven de la pesca, acogen no sólo a quien llega de paseo sino también a quien acude en busca de un mejor vivir para su familia. Y el trabajo en un pueblo de pescadores es esencialmente salir tempano al mar o faenar en las largas noches confiando que las nasas se llenarán de langostas y las redes de chillos y coloraos.


    Las empalizadas sólo se ven en la tierra, no en el mar. Por eso nuestro sueño es una tierra abierta, comunera como la conocieron nuestros abuelos, donde cada campesino pueda trabajar las tareas que necesite


    Pues bien, no hay barrera o prohibición para quien quiera salir en una yolita a buscar el sustento de la familia aunque haya llegado el día anterior. Y eso porque ¡en el mar no hay empalizadas! El mar recibe a todas las personas sin distinción desde el inicio de los tiempos. Los pescadores celebran la alegría de la buena pesca cuando regresan a tierra. Otras veces se lamentan que ya no es como antes, que hay que remar más mar adentro para encontrar los bancos de peces. Pero lo que más les duele es el ritmo acelerado de contaminación y desertificación del fondo marino debido a tantos desechos que se vierten directamente sin pasar por procesos de purificación. Por eso el Papa Francisco se hace eco de esta sangrante realidad en su encíclica Laudato Si: “Los detergentes y productos químicos que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares” (LS 29). Si no tomamos conciencia de esta degradación constante llegaremos a un punto sin retorno. Francisco se hace eco de este clamor: “¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color? Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita” (LS 41).

     

    Las empalizadas sólo se ven en la tierra, no en el mar. Por eso nuestro sueño es una tierra abierta, comunera como la conocieron nuestros abuelos, donde cada campesino pueda trabajar las tareas que necesite, no para lucrarse, sino para vivir dignamente al igual que los pescadores. La provincia de El Seibo es una gran empalizada cuyos alambres mantienen oprimido por delante y por detrás a todos sus moradores. La caña de azúcar llega hasta la puerta de las casas. Incluso invade las carreteras pues está sembrada hasta el mismo asfalto impidiendo el seguro transitar de los niños y niñas que se desplazan a la escuela, siempre con temor de que se produzca un accidente. No se encuentra tierra para construir una casa, sembrar un conuco o levantar una obra de interés común. Y si alguien se atreve a construir una casita en un solar que nadie usa, pues no logra reunir los 2000 pesos para pagar el alquiler, de una vez llegan los guardias campestres del Central Romana a tumbar lo que se encuentre a su paso ante la mirada indiferente de las instituciones que deben velar por la dignidad de las personas.

     

    Las tres T del Papa Francisco, tierra, techo y trabajo, tendrán su auténtico sentido cuando en verdad eliminemos las empalizadas del miedo y nos sumerjamos en el mar infinito de la solidaridad. Es una utopía que se puede convertir en realidad si soñamos juntos con esa tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8), la tierra prometida que ha mantenido siempre esperanzado al Pueblo de Dios. ADH 849



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