Vida Consagrada |
Elías López Pérez
Herramientas para ser levadura crítica
de
la fidelidad sinodal
El liderazgo de discernimiento extiende la mancha
sinodal en las congregaciones en cuatro niveles de complejidad que
sistematizamos presentándolos linealmente por motivos pedagógicos, pero la
relación entre ellos es más interdependiente, dinámica y sistémica, circular o
espiral, o en red. Cada uno de los cuatro niveles implica e integra el
anterior. Y lleva cada uno asociada una herramienta catalizadora del liderazgo
de discernimiento que alimenta la nueva fidelidad sinodal.
Nivel 1. Cuidado de la persona: el examen
espiritual
Se trata del «cuidado» (etimológicamente significa
toma de conciencia) de la relación intrapersonal. La fidelidad emerge del
cuidado del vínculo con la interioridad en relación con todo lo que somos y nos
rodea. La conciencia se pone en el cuerpo, lo más inmediato que nos vincula a
cada uno consigo mismo primero.
La inteligencia corporal lleva la atención a las
sensaciones sentidas corporalmente y de ahí emerge la inteligencia emocional
con la atención a los sentimientos. Sabemos por neurociencia que no se pueden
fácilmente separar de la inteligencia emocional y la racional con la
elaboración de pensamientos. Tampoco se puede separar de ellas la inteligencia
práctica que nos muestra qué acciones ayudan a satisfacer qué necesidades.
La inteligencia espiritual, en nuestra
perspectiva, engloba todas las inteligencias. Lo hace poniéndolas en contacto
con la experiencia antropológica que llamamos espiritualidad: aquella
experiencia que conecta lo más hondo y valioso dentro de uno mismo con lo más
valioso fuera, trascendente, al servicio de la vida y del bien común. En la
tradición cristiana la espiritualidad articula el Dios inmanente (más dentro de
uno que uno mismo) con el mismo Dios trascendente y presente en toda la
creación. La dificultad de muchos discernimientos espirituales es la falta de
desarrollo de inteligencia emocional. Discernir es no sólo razonar (con mayor o
menor inteligencia) sino implica sentir y poner nombre a los sentimientos, para
autoregularlos y que nos «muevan» (moción espiritual) a la acción y
transformación social. Y, así, cooperar con la gracia del Espíritu, dejándonos
liderar por Él.
La herramienta práctica para dejarnos liderar por
el Espíritu de discernimiento es el examen espiritual que nos ayuda a no vivir
distraídos sino poner atención plena a los signos de Dios y descubrir su
voluntad y llevarla a la práctica. La complejidad del examen espiritual la
sistematizamos pedagógicamente en tres pasos:
1) Origen — tomar
conciencia de la presencia de Dios en el contexto y realidad que me rodea aquí
y ahora, conectando con la Fuente de Vida en Abundancia (la fuente de sentido
último para cada uno, cristiano o no).
2) Medio —
preguntarme primero ¿qué sensación corporal emerge? Y desde ella ¿qué siento?
Identifico un sentimiento (racionalización de la emoción). La «emoción» es
término psicológico, la «moción» es teológico. La emoción conectada con la
Fuente de Vida se hace moción espiritual (las razones que la acompañan también
pueden ser explicitadas si ayudara).
3) Fin — ¿a qué me lleva? Una acción expresada con un verbo principal. Identificando los frutos (el fin) sé si son del Espíritu de Dios.
El examen espiritual
como base del discernimiento nos vincula personalmente con la vida del Espíritu
cada día, con la pasión por Jesús y su Reino y la libertad interior que emerge
de esa amistad cotidiana con Él. El examen es la base de la fidelidad.
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