Espiritualidad | María Armenteros Malla, CSCV*
Nuestra Señora del Sagrado
Corazón
En este mes mariano, próximos a celebrar la Fiesta de
Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que se celebra el último sábado de mayo, esta
reflexión profundiza la persona de María, nuestra Madre Santísima que nos
acompaña cada día en nuestro caminar hacia Jesús.
Amor por amor
Ella es la que nos enseña a contemplar al Traspasado,
con su ejemplo ante la cruz, junto al apóstol Juan y las mujeres que le
acompañaban (Jn 19, 25). Es con Ella presente en el Calvario que se cumple la
profecía dada 600 años antes de la muerte de Cristo: “Mirarán al que
traspasaron” (Za 12,10) y que marcará el inicio de la devoción al Sagrado
Corazón de Jesús.
Siempre que me invitan a compartir sobre esta
devoción, me gusta señalar, que la misma no tiene su fundamento en revelaciones
privadas, como muchos creen. Las revelaciones privadas la han enriquecido, como
en el caso maravilloso de Santa Margarita María de Alacoque, del P. Chevalier,
de San Juan Eudes, pero esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene el
privilegio, sustentada con el fundamento bíblico, de que COMIENZA CON SU MADRE,
de pie en el Calvario, contemplando el Corazón del Hijo traspasado por la
lanza.
El padre Chevalier veía que la devoción al Sagrado
Corazón consistía en una experiencia personal de ser amado por Dios, en el
convertirse en una persona capaz de amar y ser amada. Reflexionando, podemos
concluir que la Virgen Santísima es el mejor ejemplo y modelo de ello.
Ella es “la amada” y “la amante”
En ella se realiza la plenitud del amor de Dios que,
inundándola con su misma entraña de Amor, Su Espíritu Santo, hace que se
conciba en ella la Persona del Hijo: María Santísima es la plenamente amada por
Dios.
Pero a la vez es la mujer amante. Aquella que es capaz
de devolver amor por amor, de acoger en su seno, con su “Fiat”, ese amor que da
como fruto en su vientre virginal al Salvador del mundo.
Ella nos enseña a vivir en la fidelidad del amor a
Dios. Dios es el siempre fiel. Hablamos del “Jesed de Dios” o sea la fidelidad
en el amor que El tiene hacia nosotros. El es el que es capaz de ser fiel con
gente infiel, el que es capaz de amar a quien no se lo merece.
María nos enseña a vivir en íntima unión con El, a que
también nosotros podamos experimentar el sentirnos plenamente amados por El y a
la vez amarle, a pesar de todo.
Ella es fiel hasta la cruz. Allí de pie, con los ojos
fijos en El, es un ejemplo para nosotros seguirlo, en los momentos de nuestra
vida cuando nos llega el sufrimiento y nos puede llegar la tentación de
apartarnos de Dios.
Cuando la lanza atravesó el Costado de Jesús, se
cumplió en Ella la profecía de Simeón, pues esa lanza también atravesó el
corazón de la Madre:
“y a ti misma una espada te atravesará el alma”
– Lc 2, 34-35
Mirando con María, a Aquel que fue traspasado,
descubrimos el corazón nuevo que Dios nos ha dado como fuente inagotable de
vida.
Nos dice Su Santidad Benedicto XVI que contemplando el
Costado Abierto de Cristo es que verdaderamente podemos “conocer el infinito
amor de Dios”. Es en esta contemplación, según el Santo Padre que podemos
entender el “poder irrefrenable de la misericordia del Padre” que nos ha dado
al Unigénito para nuestra salvación. ¡Nada ni nadie puede frenar el amor
misericordioso de Dios! ¡Qué extraordinaria noticia para nosotros! Y allí,
junto a la cruz, estaba María entendiendo esta realidad del infinito amor de
Dios.
María, escuela de fe
De su vida, el aspecto que más nos llama la atención a
través de la lectura de las Sagradas Escrituras, es su fe. De ella podemos
decir que es la primera de los creyentes, como vemos ya manifestarse en las
Bodas de Caná. Su fe en Jesús ayuda a la fe de los otros. Ante el milagro, nos
dice la Palabra, “los discípulos creyeron”.
Nos dice el padre Jan Bovenmars MSC en su libro
“Nuestra Señora del Sagrado Corazón”:
“La constitución sobre la Iglesia, n. 58 del Concilio
Vaticano II, nos dice que la Bendita Virgen María avanzaba en su peregrinación
de fe y perseveró fielmente unida a su Hijo hasta la cruz. Llamamos a Abraham
el ‘padre de nuestra fe’ por su fe en Dios. Bien podemos llamar a María ‘la
madre de nuestra fe’ por su profunda fe en Cristo”.
Isabel la llama “bendita” por haber creído. Ella, en
su relación con Jesús va guardando y meditando todas las cosas en su corazón,
llegando a un profundo conocimiento de que su Hijo Jesús también es el Hijo de
Dios.
Sobre este conocimiento dice el padre Bovenmars: “Este
proceso había comenzado ya, antes incluso, de la Anunciación. En la Redemptoris
Mater, n.13, San Juan Pablo II se refiere al hermoso texto de San Agustín y de
San León Magno:
“Lo concibió en su mente antes de concebirlo en su
seno. Ya antes de la Anunciación, María compartía la fe que tenía Israel en la
venida del Mesías. El Mesías ya vivía en su corazón, por su esperanza
anhelante, antes de la Encarnación. Y el proceso continuó aún después de la
Crucifixión, pues María seguía mirando al que traspasaron (Ap 1, 7). Jesús era
su vida; y por eso fue invitada, como Madre de la Iglesia, a compartir su fe
con los otros hijos e hijas. María adquirió un conocimiento profundo de su Hijo
y llegó a conocer al Corazón de Jesús, su manera de pensar, sus ideales, su
amor. Por ésta, su fe en crecimiento, vemos que se convierte en Nuestra Señora
del Sagrado Corazón”.
– Redemptoris Mater, n.13
*Texto parcial de su reflexión con motivo de un
Congresillo de la Hermandad del Corazón de Jesús, organizado por los MSC.
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