Otras
Voces | Miguel Ángel Munárriz Casajús/FA
La Apuesta
Lejos
queda el temor a que nuestra religión no sea la verdadera. Lejos, también,
aquel concepto de fe como aceptación de un conjunto de postulados dogmáticos, y
no como confianza en alguien por quien se puede apostar: «Tengo fe en mi médico,
y me pongo en sus manos para que me extirpe el riñón enfermo».
Lejos
queda el tiempo de buscar certezas; ahora es tiempo de apostar. Nuestra vida es
una permanente sucesión de apuestas, aunque bien es cierto que la mayoría de
ellas son nimias: ¿Me quedo en casa leyendo un libro, o salgo a dar un paseo?
¿Me pongo una camisa blanca, o a cuadros?... Otras son más importantes:
¿Estudio esta carrera, o la otra? ¿Formo una familia, o huyo de compromisos que
coartan mi libertad?...
También
hay apuestas trascendentes.
¿Apuesto
por buscar en Dios el sentido de mi vida, o apuesto por buscarlo fuera de
Él?... es decir: ¿Planteo mi vida con la esperanza de más vida después de la
muerte, o limito mi expectativa a la vida sensible que conozco?... Porque
claro, si esperamos sobrevivir a la muerte, el acierto o desacierto de nuestras
acciones deberá estar referido a la vida entera; la de antes y la de después de
la muerte. Si por el contrario creemos que nuestra realidad se limita a lo
biológico, el sentido de nuestra vida consistirá en aprovechar al máximo el
regalo irrepetible y fugaz de la propia vida: «Carpe diem», decía Horacio.
La
siguiente gran apuesta es por el cauce a seguir para llegar a Dios. Hay muchos
cauces —al menos tantos como religiones—, pero es que, además, podemos crear el
nuestro propio. La búsqueda de Dios se puede comparar a la ascensión a una
montaña que no conocemos. Podemos apostar por intentarlo por nuestra cuenta,
con el riesgo evidente de perdernos por el camino y no llegar nunca a la cima,
y podemos apostar por hacerlo con un guía que conozca el camino. En esta
segunda opción es importante elegir bien al guía, pues no todos nos sirven para
ver cumplidas nuestras expectativas.
En
principio, es cristiano quien apuesta por Jesús; quien pone su fe en Jesús para
que le guíe hasta la cima. Ruiz de Galarreta decía que el itinerario hacia la
fe en Jesús presenta varios niveles: «Conocerle y admirarle es el punto de
partida; aceptar sus valores y su modo de vivir es ya una opción de vida;
reconocer en él la imagen misma de Dios y el modelo de lo humano, es la fe cristiana
explícita».
Pero el
conocimiento de Jesús ha sido siempre una ardua tarea para quien lo busca de
veras. Si miramos a los ambientes tradicionales de la Iglesia, vemos que tanto
la personalidad de Jesús como su propuesta de vida, quedan en buena medida
veladas por la carga dogmática y ritual de la religión oficial; pero si
volvemos la vista a lo que se podrían llamar ambientes ilustrados, la cosa no
resulta menos peliaguda. Estos movimientos ilustrados se presentan siempre como
vanguardia, invitan a rechazar todo lo anterior y venden el resultado como
“progreso”. En este caso, el resultado es la relativización de la figura de
Jesús y de su valor como cauce hacia Dios. A veces lo presentan tan revestido
de ropajes ajenos, que resulta imposible identificarle.
Y todo
esto ocurre cuando la exégesis independiente nos muestra con más rigor que
nunca la fe de las primeras comunidades, y por ende, a Jesús (pues en ellas
había Testigos para desmentir lo que no se ajustase a la realidad). Quizá la
mejor forma de entender el “progreso” sea como profundización en el
conocimiento de Jesús para así reforzar la apuesta por él; en la aceptación del
Jesús del evangelio sin ropajes, añadidos ni mutilaciones; es decir, de ese
Jesús imagen viva de Abbá, ungido por Dios con Espíritu y con poder, que pasó
por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal… porque Dios
estaba con él.
Publicado
en Fe Adulta
https://www.feadulta.com/es/art1col1.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...