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    lunes, 14 de junio de 2021

    María y la Vida Consagrada


    Mariología | Vida Consagrada/CLAR


    Su gozo en el Magníficat deriva de su rica experiencia espiritual





    María y la Vida Consagrada

     

    María nos enseña que cuando se acerca uno a Jesús y se le sigue se recibe una llamada especial a ser feliz y a hacer un mundo más dichoso. La respuesta a esa llamada nos pide entrar por un camino por el que podemos descubrir una alegría diferente que puede cambiar de raíz nuestra vida; esa es nuestra auténtica consagración religiosa. No hay duda de que buena parte de lo que compartieron María e Isabel las llevó a confesar con voz firme que Dios busca solo y exclusivamente nuestro bien, que no es un ser celoso que sufre al vernos disfrutar, sino alguien que nos quiere desde ahora dichosos y felices y nos prepara para serlo en plenitud en el cielo.

     

    Se aprende, también, que su gozo tan evidente en el Magníficat, no deriva de su temperamento sino de su rica experiencia espiritual. En cierto modo, no es María la que está alegre es su fe agradecida y asombrada. La ternura y la fortaleza, la sensibilidad y la lucidez de María la llevan a la rica vivencia de la felicidad.

     

    La VC en la compañía de María y de Isabel debe quedar preñada de alegría. Con bastante frecuencia está ausente. Sin embargo, la felicidad nace de la gratitud y de tomar conciencia que es fuente de bendición: “Bendita eres tú” (Lc 1, 42). Este icono lo necesita la Vida Consagrada para abrazar el futuro con esperanza y con alegría. Le vienen muy bien estas expresiones: En concreto, María e Isabel nos hacen partícipes de su regocijo por la vida escondida que llevan en sus entrañas. Es el gozo que logra el religioso cuando se deja recrear por Jesús y recrean a otros con la Buena Nueva y cuando evangelizan las periferias. Esto hace que cuando entramos en discernimientos profundos nos hagamos la pregunta: ¿somos capaces de dejarnos inundar de la alegría de la humildad?

    En la Visitación se aprende fidelidad. Mirando a Isabel y María concluimos que la fidelidad es don y tarea

     

    Para el que se acerca a María, la fidelidad es una alabanza, una súplica, un servicio y una fe que pasa de generación en generación y que dura por siempre.

     

    ¡Virgen fiel, ruega por nosotros! Es un don y una tarea para todos y, de un modo especial, para los religiosos pero también para todos los cristianos y especialmente los casados. Estamos viviendo unos tiempos en los que cada vez más el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Ya el gran converso J. H. Newman anunció esta situación cuando ad- vertía que una fe pasiva, hereda- da y no repensada acabaría entre las personas cultas en «indiferencia», y entre las sencillas en «superstición».

     

    La fe del que confía en Dios está más allá de las palabras, las discusiones teológicas, las normas eclesiásticas y las circunstancias temporales. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones y para siempre. Esa fe sustenta la fidelidad; lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree; que cree en un Dios que es Padre y por tanto es fiel y nos garantiza el amor y al que hay que serle muy fiel. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero terminaré tratando de dominar y juzgar a todos y dejando esa fe comprometida hace posible la fidelidad confiada que va a desembocar en la fecundidad.

     

    María e Isabel nos hablan de descendencia, de familia, de pueblo, de vínculo: “Acogió a Israel, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, Abraham y su descendencia por siempre”. En ese contexto y en este “para siempre” tenemos que situar nuestras grandes convicciones y nuestra fidelidad. La fidelidad tiene que merecer la pena. Así ocurre cuando nos comprometemos a favor de la vida: “A los hambrientos los llenó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías” (Lc 1, 53). En fin, de María uno aprende mucho sobre la fidelidad. En su escuela se descubre la misericordia que es la base de la fidelidad. Esa fidelidad es entrañable. La VC está necesitada de una fidelidad renovada y creativa. Tiene en su haber un lenguaje de perpetuidad, de lo definitivo, de formación para los compromisos para siempre. Tiene por delante un doble desafío; el de integrar y juntar bien lo auténtico y sincero con la fidelidad y la creatividad con la misma fidelidad. Ahí ésta deja de ser monótona y va integrando el diario vivir.

    Publicado en la revista CLAR 98


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