Celebrar el Domingo | Fray Marcos/FA
Reflexiones sobre la
Eucaristía
El principal aspecto que debíamos recuperar es
el de memoria. Para ello debemos
acercarnos lo más posible a lo que pasó. Esta tarea no es nada fácil, porque
ninguno de los relatos coincide en la redacción. Este dato sería suficiente
para superar todo intento de considerar esas palabras como fórmula mágica. No
sabemos si fue una cena pascual en sentido estricto. No tiene mayor importancia
porque el centro de la cena de Jesús con sus discípulos no fue el cordero, sino
el pan y el vino.
Aunque es importante saber lo que Jesús hizo, lo
más importante es el sentido que él quiso dar a esos gestos y palabras.
Jesús se desvinculó del sentido de la Pascua judía para dar otro sentido a la
celebración. Al decir “esto soy yo”, está afirmando lo que él es como persona
viva. Al decir “esto es mi sangre”, está tratando de manifestar lo que es como
persona muerta, machacada, “matada”. En algunos relatos, los dos gestos están
separados por el tiempo que duraba la misma cena. El reparto del pan se hacía al
principio de la cena. La copa se repartía tres veces; y parece que la que Jesús
aprovechó para hacer el signo fue la tercera, que se distribuía al final.
El otro aspecto que es urgente recuperar en toda
su importancia es el de comida.
Todos los textos hacen hincapié en el aspecto de celebración de la comunidad
reunida. Compartir la mesa era, para ellos, compartir la vida, clave para
entender el significado profundo de lo que celebramos. Pablo llega a decir que si
hay división, entre los ricos y pobres, no es posible celebrar la eucaristía.
Si se trata de un sacramento, no puede ser una cosa en sí, sino una acción y
además, comunitaria. En aquella cena última se nos afirma que compartir el pan
es identificarse con Jesús. Vivir en sintonía con él.
Beber el vino es, además, identificarse con su
sangre. Los judíos, siempre que
hablan de sangre, hacen referencia a la sangre derramada, es decir, a la
muerte. Mientras la sangre no se separa de la carne es una sola cosa con ella;
ambas soportan la vida. Este segundo gesto nos invita a aceptar a un Jesús, que
no solo se dio durante su vida, sino que también su muerte fue el don
definitivo de sí mismo.
Si se trata de una celebración comunitaria, la
que celebra es la comunidad. El cura
puede decir Misa, pero no habrá verdadera eucaristía si no hay dos o más
reunidos en su nombre. En la última cena no hubo sacerdote. Jesús era un laico.
Ni era sacerdote ni era levita. Era un seglar, que nunca quiso dejar de serlo.
Durante los dos primeros siglos no se planteó el tema de los ministros
consagrados. Curiosamente se planteó primero el tema de los diáconos, es decir,
los que tenían que llevar a cabo la tarea de atender a los pobres que fue la
primera consecuencia de celebrar bien la eucaristía.
Durante varios siglos, las eucaristías no se
celebraron en el templo sino en las casas. Cualquier lugar es suficientemente digno si los que se reúnen, lo
hacen en su nombre. Primero las casas y más tarde las catacumbas y los
escondites donde se tenían que refugiar los cristianos, no eran menos dignas
que la iglesia para celebrar la eucaristía.
Como sacramento, la Eucaristía consiste en la
unión de un signo con la realidad significada. Repetimos el signo, es decir las palabras y los gestos que hizo Jesús.
Lo significado es el amor-unidad que está siempre presente y no depende del
signo. Repetimos el signo para descubrir la realidad significada y provocar la
vivencia. El signo no es el pan como cosa, sino el gesto de partirlo y
repartirlo. Los signos no son lo más importante, ni siquiera son originales de
Jesús. Lo original es el significado que les dio.
De un artículo más largo de Fray Marcos en Fe
Adulta: Lo importante no es un Jesús presente (Evangelio Mc 14, 12-26).
https://www.feadulta.com/es/comentcol2.html
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