Nuestra Fe | X Pikaza/RD
Día de Ánimas. El purgatorio no es un dogma separado de Cristo,
sino un elemento esencial su pascua
Introducción
El dogma de
fondo no son las almas/ánimas que necesitan ser purgadas o sacadas de un tipo
de cárcel penitencial, sino Cristo que se ha encarnado (=sigue
encarnándose) en la historia de amor y dolor, de vida y muerte de los hombres. Ciertamente,
la devoción cristiana ha representado con mucho amor (y a veces con cierto
tenebrismo) la cuestión del purgatoria.
Es bellísima
la imagen de la Virgen sacando almas del purgatorio. Es importante
la devoción a las almas del purgatorio con quien muchos se mantienen unidos en
oración, la comunión eucarística con ellos, la apelación a la
Indulgencia de Dios (no a las indulgencias con días particulares etc.
etc.).
Pero eso son
detalles secundarios. El dogma es Cristo (=Dios encarnado) que vive en los hombres,
asumiendo su historia, una historia en marcha, en la que vivos y difuntos nos
mantenemos (=estamos comprometidos) de modos distintos en la “marcha” de la
vida.
Eso significa
que el camino de vida de los difuntos no ha terminado todavía, pues formamos
todos un “cuerpo” en marcha, en comunión de gracia y amor, hasta la plena
reconciliación (la plenitud del Reino, cuando el Dios de Cristo sea todo en
todos (1 Cor 15, 28)
Un
purificatorio
Según la
teología tradicional, purgatorio (en sentido figurado) es el
"purificatorio", que no se entiende como "tiempo" sino como
proceso de transformación creyente (nos atrevemos a decir
"cristiana") de aquellos que han muerto sin hallarse aún preparados para alcanzar la
bienaventuranza de Dios (=que no han llegado aún a la meta de la vida en Dios,
que es la parusía plena de Jesús, la resurrección de todos los muertos).
Lo que
llamamos purgatorio no es algo que se aplica sólo a las almas separadas, ni
tiene un sentido puramente medicinal, como el de las purgas que se empleaban
antiguamente para curar a un tipo de enfermos de cuerpo. De un modo semejante,,
los enfermos de alma, necesitarían una purificación espiritual, a fin de
limpiarse por dentro, para así recibir el amor de Dios y responderle igualmente
en amor, amando a los demás hombres y mujeres, llegando de esa forma al cielo.
Por eso, más
que de purgatorio e incluso de purificatorio, habría que hablar de amatorio, es
decir, de aprendizaje y experiencia de amor, pues quien no ha conseguido amar o recibir en
gratuidad el amor de Dios en Dios no está preparado para responderle en amor.
Es, por tanto, una escuela de amor, donde el símbolo del fuego no emplea en
clave de castigo, sino de creatividad de amor.
De todas
formas, la Iglesia Católica no ha logrado explicar plenamente el
purgatorio/amatoria, de manera que, en general, las iglesias protestantes se
oponen a su visión del tema, negando incluso la existencia del purgatorio. Pero muy
posiblemente esa oposición protestante se dirige a un tipo de
"mercado" del purgatorio (¡misas por los difuntos, en sentido casi
comercial!) más que a la visión recta del tema.
Sea como
fuere, el purgatorio forma parte de la experiencia más honda de la vida humana:
Los muertos siguen de algún modo viviendo, tienen una función muy importante en
nuestra vida. No son simplemente “di-funtos” (de-functi: los que no tienen ya
ninguna función que cumplir)… Sino que su función consiste en mantener nuestro
pasado. Por ellos somos, ellos definen de alguna manera lo que podemos ser; y
nosotros, los que aún vivimos, seguimos manteniendo en vida a los difuntos,
esperando la utopía de la nueva humanidad, de la vida de todos los que han
muerto.
Estrictamente
hablando, el símbolo del purgatorio no aparece en la Biblia, aunque se
conocen y aceptan en ella las oraciones por los difuntos, como aparece
no sólo en 2 Macabeos 12, 43-46 (que es el texto clásico sobre el tema), sino
en el conjunto de la piedad israelita y cristiana. En esa misma línea se puede
entender un pasaje de Pablo (1 Cor 15, 29), donde se habla de aquellos que se
“bautizan” (es decir, se purifican) por los muertos.
Pero más que
en unos textos aislados, la experiencia y teología del purgatorio ha de entenderse
desde la visión completa de la fe cristiana, que es una fe en la vida, en la
transformación y resurrección de los creyentes, es decir, de todos los hijos de
Dios, por medio de Jesús. En ese sentido, creo que el purgatorio forma
parte del proceso de muerte y resurrección de los hombres en Cristo, para
integrarse en el camino de su salvación, para resucitar con él (desde Dios) a
la vida eterna (que es Dios Todo en todos). Ese es el principio de purgatorio,
la afirmación de que la "vida" de los creyentes no termina con la
muerte, sino que se abre en y por ella al despliegue de la luz/amor de
Dios Una historia y realidad compleja
El purgatorio
puede vincularse con las “pruebas de purificación” que aparecen en diversas
religiones: ellas son como pasos que el novicio o candidato a la madurez debe
superar, a fin de alcanzar la perfección y adquirir de esa manera el
conocimiento perfecto del misterio y la integración en el grupo de los
purificados.
a. Cárcel
penitencial. El
purgatorio tras la muerte se ha comparado con una cárcel temporal, donde los
delincuentes expían por los pecados que han cometido y se purifican, con el fin
de integrarse de nuevo en la sociedad, viviendo en ella en una situación de
limpieza. Entendida así, la cárcel responde no sólo a la justicia del
"talión" (cada uno debe “pagar” por lo que ha hecho), sino también a
una exigencia de maduración personal.
Los hombres,
especialmente aquellos que son reos de una determinada culpa, tienen que
compensar por el mal que han realizado y alcanzar de esa manera la madurez
personal que se necesita para vivir en situación de libertad; no es una
cuestión de justicia exterior, sino de plenitud interna.
b. Purgatorio
tras la muerte. Aparece
básicamente como una interpretación teológica de la necesidad de purificación
de aquellos que han muerto sin haber logrado una pacificación interior y una
maduración personal.
Las religiones
de la interioridad (hinduismo, budismo) tienden a interpretar esta necesidad de
purificación a través de la doctrina de las reencarnaciones: los espíritus que
no han llegado a estar pacificados y no han alcanzado su nivel de perfección,
tienen que volver a introducirse en los ciclos de la vida, para así
purificarse, hasta alcanzar el estado de inmersión total en lo divino (o en lo
nirvana).
Por el
contrario, los cristianos católicos han desarrollado la doctrina del purgatorio
como medio de purificación individual (para cada hombre o mujer) y lo han
concebido como un estado de vida intermedia entre este mundo y el cielo. Los
que mueren en estado de imperfección no nacen de nuevo en la tierra, ni van
directamente al “cielo” (ni son destruidos para siempre, como los posibles
condenados del → infierno), sino que han de ser “purificados” tras la muerte, en un tipo de vida intermedia, que tiene precisamente
esa función purgativa de limpieza.
c. Culto a las
almas del purgatorio. Es de doble
tipo, conforme a la doctrina de la “comunión de los santos”, que vincula a las
tres “iglesias”: militante (de la tierra), purgante (del purgatorio) y
triunfante (de los que han alcanzado el cielo, culminando de esa forma su
camino de lucha).
La visión de
esa iglesia purgante, cuyos miembros difuntos (almas del purgatorio) pueden
orar por los vivos de la iglesia militante y recibir la ayuda que ellos les
ofrezcan (especialmente a través del sacrificio de la misa) ha formado una
parte esencial de la piedad católica de la Edad Media y Moderna.
Ese culto por
las almas del purgatorio se ha realizado, según eso, en una doble dirección:
los vivos han rogado por los muertos (para que culmine su purificación y salgan
del purgatorio, triunfando en la vida superior del cielo); los difuntos del
purgatorio han rogado por los vivos, protegiéndoles en los diversos peligros de
la vida.
Disputa sobre
el purgatorio. Un poco de protesta.
Está
vinculada, sobre todo, con las formas externas de culto a las almas del
purgatorio y, en especial, con las indulgencias. Fue una disputa que nació
en torno al siglo XIII y culminó en el siglo XVI, con la crítica de los
protestantes y las declaraciones del Concilio de Trento.
Una gran parte
de los católicos medievales vivieron muy preocupados (incluso obsesionados) por
la idea de la salvación eterna, vinculada a la superación del purgatorio donde
se suponía que penaban las almas de gran parte de los hombre y mujeres que
habían fallecido, como puso de relieve Dante (1265-1321), de manera
impresionante, en la segunda parte de la Divina Comedia, dedicada en especial
al Purgatorio. Conforme a la visión común de aquel tiempo, el poeta pudo
imaginar las diversas formas y tiempos de purificación de los muertos, hasta
alcanzar la salvación eterna.
En este
contexto, ha tenido (y sigue teniendo) una importancia especial la celebración
de la Eucaristía como “sacrificio” por los muertos. Podemos recordar que, al menos en
la mente de muchos creyentes devotos, la eucaristía dejó de ser celebración
comunitaria de la muerte y de la vida de Jesús (expresada en la comunión de
plegaria y de comida de los creyentes), para convertirse en un medio de
expiación y remisión de los pecados de los difuntos.
Con esta
finalidad se multiplicó la celebración de “misas” y muchos
tuvieron la impresión de que la superación del purgatorio estaba vinculada al
número de veces que pudieran celebrarse a favor los difuntos (con los aspectos
económicos, sociales y litúrgicos que esa suponía). En esa misma línea ha
venido a situarse la concesión de “indulgencias” que papas y obispos han
decretado, con el fin de ayudar a los difuntos a través de la recitación de
determinadas oraciones o de la realización de algunos ejercicios de piedad e,
incluso, de prestaciones económicas.
En contra de
esta doctrina de las indulgencias y de la celebración de misas por los difuntos
se empezó elevando la Reforma de Lutero, con sus 95 tesis del año
1517. Estrictamente hablando, en su raíz, el protestantismo no ha negado la
posibilidad (o la existencia) de un purgatorio, entendido como signo (no
estado) de purificación y transformación de los hombres y mujeres a los que
Dios llama a su Reino por Cristo.
Pero esa
purificación no es algo que se pueda medir ni cuantificar en tiempos
específicos (¡diez años de purgatorio!) a través de un tipo y tiempo de
indulgencias (¡plenarias, de cien años…!) o de celebraciones rituales, sino que
forma parte del misterio de la “comunión” de los santos, es decir, de la
comunicación creyente (mesiánica) de todos los hombres y mujeres de la
historia.
Pienso que, de
alguna forma, todos los cristianos, incluidos los católicos, nos hemos hecho un
poco protestantes. Admitimos
el misterio de la comunión de los santos y de la oración que nos vincula a
todos los creyentes (a todos los hombres, vivos y muertos) en el misterio de
Cristo, pero nos cuesta mucho entender el sacrificio en un sentido antiguo, y
más el sacrificio de la misa en línea penitencial. Para la mayoría de los
católicos actuales no se puede ya hablar (ni se habla) de un dogma del
purgatorio.
Reflexión de
conjunto. Catecismo de la Iglesia católica
El purgatorio
ha sido (y en parte sigue siendo) uno de los elementos fundamentales de la
visión religiosa de muchos católicos, especialmente en los medios populares. A
pesar de los excesos que se han podido cometer en este campo, el purgatorio
constituye uno de los símbolos más importantes de la experiencia cristiana,
pues nos sitúa ante la puerta de la muerte y de la resurrección, con
sus grandes paradojas, con su inmensa esperanza.
(a) Por un
lado, aquellos que mueren (¡todos los hombres!) quedan en manos de la
misericordia de Dios, que les ofrece su salvación en Cristo.
(b) Pero, al
mismo tiempo, ellos siguen siendo aquello que han sido y son (en sí mismos y
desde los otros), de manera que necesitan rehacer su vida, desde el don de
Dios, en comunicación con todos los restantes hombres y mujeres de la tierra.
(c) El
purgatorio nos sitúa en el lugar donde se distinguen y encuentra las dos
“comunidades” de creyentes: los que caminan en este mundo y los que ya han
muerto. De un modo lógico, el recuerdo y el culto a los muertos formas parte de
la vida y esperanza de aquellos que viven.
Ésta es una
doctrina que sigue siendo importante para el cristianismo. Desde ese fondo podemos citar algunos
números que el Catecismo de la Iglesia Católica ha dedicado al
tema:
«Los que
mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría
del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los
elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. La
Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en
los concilios de Florencia [1439] y de Trento [1563]. La tradición de la
Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura -por ejemplo, 1
Corintios 3,15; 1 Pedro 1,7-, habla de un fuego purificador. Esta enseñanza se
apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla
la Escritura: «Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio
en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2 Mac 12,
46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los
difuntos, y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico,
para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La
Iglesia recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en
favor de los difuntos» (CEC 1030-1032).
Ésta es la
doctrina oficial del catecismo… Es “oficial”, pero no ha sido admitida por gran
parte de los católicos actuales. Por otro lado, la referencia a 2 Mac, siendo
“venerable” termina siendo “penosa” a no ser que se entienda en su contexto,
que es quizá más pagano que judíos.. Ella refleja la tradición venerable
de la Iglesia católica. Pero a partir de ella se puede avanzar, en la
experiencia y en la teología.
Quizá se pueda
decir que el “purgatorio” es el mismo amor de Dios en Cristo que
será capaz de hacer que todos los hombres amen; no será “penorio” (lugar de
penas), sino amatorio (experiencia y camino de felicidad y amor, porque sólo
aquellos que aprenden a amar (se dejan transformar en amor y por amor para la
felicidad) podrán vivir plenamente en Dios.
En ese
sentido, el purgatorio forma parte de la experiencia cristiana de un
Dios que quiere ser amor total, todo en todos por gracia. El
purgatorio es la experiencia y certeza de un excedente de gracia; es la certeza
de que el infierno no podrá dominar sobre la Vida de Dios. La forma de
“orar” por las almas de purgatorio y de acompañarlas (y de dejarnos acompañar
por ellas) en el camino de la vida eterna forma parte del misterio de la
comunión de los santos.
Pero hay
un modo infalible de ayudar (=acompañar) a las almas del purgatorio (almas
son las “personas”) en cuerpo y alma: es ayudar a vivir en amor y
solidaridad a los hombres y mujeres de este mundo; es procurar que ese infierno
de mundo se vuelva lugar de purificación para la vida y la esperanza, en ese
mundo en que habitamos los hijos de Dios.
Un símbolo
importante, un símbolo que da que pensar
El purgatorio
en sí no es un dogma cerrado, sino un símbolo que nos permite entender mejor la
“suerte” de aquellos que han muerto sin estar purificados para Dios. Las
religiones de la interioridad (hinduismo, budismo) tienden a interpretar esta
necesidad de purificación por medio de las reencarnaciones: los hombres que no
han alcanzado la purificación completa, han de volver a introducirse en los
ciclos de la vida, para así alcanzarla, hasta introducirse de un modo total en
lo divino (lo nirvana).
Por el
contrario, algunos cristianos (los católicos) no aceptan la doctrina de
reencarnaciones. Los que mueren en estado de impureza no nacen de nuevo en la
tierra, ni van directamente al “cielo” (ni son destruidos para siempre, como
podrían ser los condenados al infierno), sino que han de ser “purificados” en
el contexto de la historia universal de la salvación.
‒ De nuevo la disputa histórica sobre el
purgatorio. Surgió
en torno al siglo XIII y culminó en el siglo XVI, con la crítica de los
protestantes y las declaraciones del Concilio de Trento. Una gran parte de los
católicos medievales vivieron muy preocupados (incluso obsesionados) por la
idea de la salvación eterna, vinculada a la superación del purgatorio donde se
suponía que penaban muchas almas de los hombre y mujeres que habían fallecido,
como puso de relieve Dante (1265-1321), en la segunda parte de la Divina
Comedia.
Pues bien,
para “ayudar” a las almas del purgatorio se multiplicaron las “misas” y se
concedieron “indulgencias” de papas y obispos. En contra de ellos se elevó la
Reforma de Lutero (año 1517), pero sin resolver el fondo del tema. No se
trataba de misas o indulgencias, sino de la experiencia y camino de
purificación de los vivos y de los muertos, en el camino que conduce a la plena
redención de la historia (de los hombres de la historia).
– No
se trata de una disputa sobre el más allá, sino de una exigencia de
transformación en el más acá, en la misma historia. O nos transformamos o
morimos…
A pesar de los
excesos que se han podido cometer en este campo, el purgatorio constituye un
símbolo importante para situar y entender la experiencia bíblica de la
salvación.
(a) Por un
lado, aquellos que mueren (¡todos!) quedan en manos de la misericordia de Dios, que les ofrece su salvación en
Cristo. En ese sentido, porque hay Dios, y Dios es Vida, como se ha revelado en
Cristo, podemos y debemos esperar la “Vida eterna”, es decir, el pleno
despliegue de la vida para todos los vivientes.
(b) Pero esa
misma misericordia de Dios ha de purificar a los vivientes, para que alcancen
en plenitud la gloria. Entendido así, el purgatorio no es un “penorio” (lugar
de penas), sino un purificatorio y amatorio, un camino de transformación de la vida en
amor, pues sólo aquellos que aprenden a amar (se dejan transformar en amor y
por amor para la felicidad) podrán vivir plenamente en Dios.
(c) Ese
purgatorio que es purificatorio (transformación para la Vida) ha de empezar
aquí. Conforme a la
Salve, la vida tiene algo de “valle de lágrimas”, pero ha de serlo desde el don
de la vida y para la Vida. Debemos asumir los costes de la justicia y el amor,
que no son daños colaterales, sino exigencias centrales de una vida hecha para
el gozo del amor, y en especial para el amor de los demás, para que puedan
transformar el valle de lágrimas en campo de esperanza (como supo ya el profeta
Oseas).
(d) En ese
sentido, el purgatoria forma parte de la experiencia cristiana de un Dios que
quiere ser amor total, todo en todos por gracia (en la línea de 1 Cor 15, 22). Se trata de que, siendo Dios “todo en
todos”, todos los hombres y mujeres, que han vivido y que vivirán en el futuro,
se encuentran implicados en un camino purificación y transformación, empezando
por este mismo mundo (por que los viven en un determinado momento en el mundo),
pero abriéndose a todos los que han muertos, pues todos se comunican entre sí,
de un modo misterioso, en Cristo, que resucita y vive en el despliegue total de
la historia de los hombres.
Jesús
descendió a los infiernos (=al purgatorio).
Al comienzo de
esta reflexión me ha referido a ese tema, comparando el purgatorio con el
“infierno” al que Jesús descendió (=desciende) para liberar a los muertos. La
confesión pascual incluye la certeza de que Jesús fue sepultado, como indican
Pablo (1 Cor, 15, 4) y los evangelios (cf. Mc 15, 42-47). Pues bien, el Credo
de los apóstoles añade que descendió a los infiernos expresando un misterio de muerte
y de victoria sobre la muerte, que pertenece a la experiencia originaria de la
iglesia.
Ciertamente,
la muerte de Jesús es para los cristianos una consecuencia del pecado de la
historia de los hombres. Pero ella es, al mismo tiempo, principio de
resurrección, fuente de gracia. Jesús asumió el infierno de la opresión y de la
muerte para abrir con su vida y su pascua un camino de resurrección para
todos[1].
El evangelio
de Mateo (cf. Mt 27, 51-53) afirma que a la muerte de Jesús comenzaron a
resucitar los muertos. En un contexto como ése, la tradición
cristiana ha confesado que Cristo bajó a los infiernos, al
“lugar”de los muertos (es decir, al purgatorio), culminando así el
camino de su vida, al servicio de los expulsados, pobres, enfermos y
endemoniados.
Conforme a la
visión tradicional, ese infierno (sheol, hades, seno de
Abraham...) era el destino de todos los difuntos, un lugar al que nadie podía
venir para liberar a los muertos, del tipo que fueran. Pero Dios ha venido por
Cristo para hacerlo, es decir, para rescatar a los muertos, ofreciéndoles
su resurrección. En esa línea, el Credo dice que descendió a los
infiernos y que al tercer día resucitó de entre los muertos, ratificando
así la plena en‒carnación
(en‒mortalidad)
de Jesús, pues quien no muere no ha vivido, y quien no muere por los demás se
encierra y perdura en su muerte:
‒ Jesús
murió y fue enterrado (cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo
quien muere de verdad, siendo enterrado (en muerte real, no aparente, habiendo
iniciado así el proceso de descomposición, situado simbólicamente a los tres
días) puede resucitar "de entre los muertos". En ese sentido, la
Iglesia confiesa que Jesús ha bajado al lugar de no retorno que es la muerte,
para compartir la “maldición” de los muertos, e iniciar el nuevo camino de la
vida.
‒ “Sufrió la muerte en su cuerpo, pero recibió vida
por el Espíritu. Fue
entonces cuando proclamó la victoria incluso a los espíritus encarcelados que
fueron rebeldes, cuando antiguamente, en tiempos de Noé...” (1 Pe 3, 18-19).
Estos espíritus a quienes anunció la salvación no eran sin más
los condenados a la muerte, sino, de un modo especial, los ángeles
perversos de ciertas tradiciones apocalípticas. la tradición de Henoc.
Como hemos visto, Henoc no podía liberarles, pero Jesús puede hacerlo; por eso
ha muerto, por eso ha bajado al infierno, para vencer así a la muerte, no como
Jonás, para estar allí por un tiempo, sino como salvador, para liberar a todos
los encarcelados (a todos los que estaban en un infierno convertido en
purgatorio).
-- El credo de
los apóstoles avanza en esa línea y afirma que Jesús bajo a los infiernos
(al purgatorio de la vida y de la muerte) para liberar de la muerte a los que
mueren. Esa ha sido y
sigue siendo la confesión más honda de la fe cristiana. Jesús ha
descendido por su muerte al infierno de la historia humana, a todos los
infiernos de injusticia, soledad y sufrimiento. abriendo así un camino de
resurrección universal, de forma que Dios pueda ser y ser “todo en todos” (1
Cor 15, 58), en línea de "apocatástasis": reconstrucción de todo,
destrucción del infierno.
Dios salvador,
salvación universal en Cristo
En esa línea,
fijándonos de un modo especial en Mt 25, 31-46 (cf. cap. 20, 25‒27), debemos
seguir afirmando que el infierno es lo opuesto a Dios y que sólo puede darse
allí donde (en el caso de que) existan hombres que rechazan de un modo eficaz y
consecuente el proyecto y deseo de amor, que se expresa como ayuda a los
hambrientos, extranjeros, enfermos y encarcelados, del tipo que sean, sin
condenar nunca a nadie.
Según eso, de
un modo consecuente, a pesar de las palabras externas de Mt 25,31-46 (¡apartaos
de mí malditos…!), el Dios de Jesucristo se ha identificado con todos los que
sufren sean moralmente buenos o malos (incluso con los encarcelados, que pueden
ser moralmente peligrosos), de manera que en él pueden hallar todos un camino
de salvación en la línea ya evocada en 1 Cor 15, 28, de forma que Dios sea
“todo en todos”.
Entendido así,
el infierno no es una realidad objetiva, dada ya por siempre, de antemano, sino
una posibilidad que surge allí donde la invitación al amor
corre el riesgo de no ser aceptada. Lo que llamamos hoy infierno es, en
sentido radical, un purgatorio, un camino de transformación de la muerte en
vida.
Ciertamente no
puede existir cielo propiamente dicho (en libertad y gracia) sin posibilidad de
condena, pues un hombre que no puede condenarse (negarse a sí mismo, negarse al
Dios de la gracia) no sería libre, capaz de amor, y un cielo impuesto no sería cielo.
Desde la vida en gracia que ofrece Dios en Cristo, los hombres pueden elegir la
muerte que ellos mismos vamos tejiendo con su egoísmo, pero el Dios de Cristo
sigue siendo siempre mayor que ese poder de destrucción que somos Por eso, la
negación o infierno no es nunca la última palabra.
Pero de hecho
conforme al camino de Dios (conforme al dogma clave de la bajada de Cristo al
infierno), todos los infiernos pueden ser transformados y convertidos por
Cristo en camino de cielo. Teóricamente seguimos teniendo la necesidad de
hablar de un infierno (de una negación total de vida) pero, en la práctica, por
Cristo, todo infierno es posibilidad de cielo.
Sin duda, el
tema no es fácil de resolverse en un plano teórico, pero las razones bíblicas
para hablar de una “salvación universal” (abierto a todos) nos parecen
concluyentes, a partir de una serie de textos que he venido comentando en los
capítulos anteriores. (a) Jesús ha superado el talión, pidiendo a los hombres
que perdonen a sus enemigos. Un Dios que no perdonara a los pecadores iría en
contra del mensaje de su Cristo. (b) La iglesia sabe que Jesús ha vivido y
muerto por todos, de manera que su sangre ha sido “derramada por muchos” (peri,
hûper pollôn, en sentido de muchos‒todos; Mc 14, 24 par). (c) Pablo
dice que en Cristo han sido “vivificados” todos (cf. 1 Cor 15, 22), añadiendo
que, por medio de él, Dios será todo en todos (1 Cor 15, 28).
Pero no es
momento de repetir aquí los argumentos anteriores, que he venido desarrollado a
lo largo de mi Teología de la Biblia. Vuelva al conjunto del
libro (y al sentido de conjunto de la Biblia) quien quiera precisar el tema.
Aquí sólo he
querido ratificar lo ya dicho paso a paso en esa Teología
de la Biblia, entendida como principio de salvación
universal en amor, pero, al mismo tiempo, en libertad radical, de manera que,
en sentido fuerte, los hombres (en especial algunos) podrían rechazar de tal
manera ese camino, oponiéndose de tal forma al amor de Dios, que no podrían ser
“salvados” ni por Dios (conforme a nuestra débil y frágil teología). Pero Dios
está por encima de nuestra teología, como el mensaje y camino de la Biblia está
por encima de nuestros argumentos lógicos.
Publicado por Religión Digital
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