Para Vivir Mejor | Rosa Ruiz/VN
Si no, no es amor
Nadie
duda que necesitamos sentirnos queridos para vivir mÃnimamente felices (digo
“sentirnos queridos”, no sólo “ser queridos”, porque no es lo mismo, claro).
Sin duda, también necesitamos amar a otros y que esos otros lo sepan. Son las
dos caras de la misma moneda, el inspirar y expirar de la respiración,
inseparables. Quizá porque el amor –cualquier forma de amor– nunca es
unidireccional, siempre se mueve, vincula, redirecciona.
A
veces en ámbitos de tradición cristiana magnificamos la decisión personal de
amar “aunque nadie te quiera a ti”. Y a fuerza de repetirlo, quizá hasta lo
hemos interiorizado, distorsionando la esencia del amor: jamás depende solo de
uno. Si fuera asÃ, será una actitud encomiable, una generosidad pasmosa que
puede hacer mucho bien… pero no es amor. El amor es uno. No se puede
trocear y decidir qué poquito de amor orientas a tal persona y qué otro
caudal reservas para no sé qué actividad o proyecto y viceversa. Amas con el
amor que tienes, que eres.
Escuché
una vez hablar del amor con una imagen que no he olvidado: como es uno y
siempre que está, está vivo, podrÃamos compararlo con una noria de agua. Ese
sencillo y complejo mecanismo por el que las diversas palas o arcaduces, semi
sumergidas en agua lo ponen en movimiento y a la vez, es la fuerza de ese mismo
agua (el mismo) el que genera la energÃa para mover toda la noria y distribuir
el agua (el mismo) donde se requiera. El canal es el mismo: imposible tener
cauces amplios para unos amores y estrechos para otros. DifÃcil ser generoso
para amar y rácano al consentir ser querido. Por uno de los dos lados nos
engañamos.
La
intención no es suficiente
Tampoco
creo en un amor que no se expresa. Quien ama no para hasta encontrar
el modo de que el otro se sienta querido. Porque no todo vale. Porque la
intención no es suficiente. Porque el amor no se impacienta cuando el otro
no reacciona; busca lenguajes para que el otro entienda que es digno de amor;
no envidia porque no compite. Quien ama no presume de sà porque cuando estás
con quien te quiere de verdad, no lo necesitas. Sentirte amado es la mejor paga
y te devuelve la mejor versión de ti mismo. El amor no vive irritado con
cualquier minucia, ni busca su propio interés porque nada le interesa más que
saber que a quien ama, esté feliz. Si tienes la suerte de amar y ser amado no
te alegras con ninguna injusticia; ni siquiera cuando la sufre tu enemigo o quienes
te tratan decididamente mal. Porque el amor se te regala, como el agua de la
noria, te mueve igual para levantarte por la mañana que para sonreÃr a quien
tropieza contigo en la hora punta del bus o para sentir compasión por el dolor
de alguien, sea quien sea. El amor –amar y ser amado– es un milagro.
Si
“el amor todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor
13,7), ¿cómo podemos decir que amamos y quedarnos tranquilos cuando esas
personas no logran sentirse queridas por nosotros? ¿Acaso los abrazos, las
palabras y los besos valen por sà mismos, aunque nunca los demos? Creo que no.
Ya lo cantaba Victor Manuel:
¿A
dónde irán los besos que no damos, que guardamos?,
¿Dónde
se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo?
Se
pierde. Se evapora. Dar y recibir. Aprender a recibir y a dar. El amor no nos
hace felices porque nos genere bienestar, placer, compañÃa… sino porque nos
salva de nosotros mismos y nos multiplica. Nos pone en camino con otros
siempre y siempre desde nuestra mejor versión. Y si no, no es amor.
Publicado
por Vida Nueva
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