Espiritualidad | Miguel A. Munárriz/FA
Los ojos de Jesús
Mc
12, 38-44
«¿Veis
a aquella mujer?»
Otra
escena para contemplar; para saborear.
Imaginemos
el inmenso Templo abarrotado de gente. Los sacerdotes paseando en grupos de dos
o tres embutidos en sus magníficas vestimentas. Los doctores de la Ley luciendo
sus ostentosas túnicas a franjas. Los ricos saduceos echando con estruendo sus
monedas de plata en el arca del tesoro. El mármol del Templo brillando
esplendoroso bajo los rayos del sol. Sus cientos de columnas de cedro
sosteniendo los pórticos interminables y proyectando su sombra sobre los suelos
enlosados del mejor mosaico de la región... Todo lo que allí hay rezuma
grandeza y esplendor.
Imaginemos
que es media mañana. Jesús se halla desde primera hora en la escalinata del
pórtico de Salomón predicando el Reino a los judíos, aunque en ese momento se
ha permitido un breve descanso y está rodeado de sus discípulos. Tiene razones
para estar seriamente preocupado, pues las cosas se le han puesto muy feas en
Jerusalén y en cualquier momento puede aparecer un pelotón de guardias para
prenderle.
Sus
discípulos, galileos de pueblo, están embobados con tanto lujo, tanta
magnificencia y tanto trajín, cuando Jesús les sorprende con esta pregunta.
«¿Veis aquella mujer?»
Ellos
buscan con la vista alguna mujer que destaque sobre las demás por su porte, su belleza,
sus ricos atavíos, o que esté rodeada de un gran séquito de criados, o que
tenga cualquier otro atributo capaz de llamar la atención de su amigo.
Alguien
le dice: «Jesús, hay mucha gente. ¿A cuál te refieres?» ... Y Jesús le
responde: «A aquella que está ahora junto al arca del tesoro depositando una
monedita; la que parece temerosa de que la expulsen de allí porque su dinero no
vale nada».
Dirigen
hacia allí su mirada y ven a una anciana (muy anciana y vestida con un humilde
vestido negro) medio encorvada ante el arca. Hay cientos de personas en el
templo, docenas de sacerdotes, gran cantidad de ricos ostentosos en quienes
todos se fijan... y una pobre viuda que pasa desapercibida de todos... menos de
Jesús. Si alguien se había fijado en ella, solo habría visto una vieja
insignificante, pero Jesús mira siempre al corazón y ante esta mirada todas las
apariencias se van al traste.
Van
por un camino y se les acerca un leproso. Todos los que le rodean ven solo una
fuente de contaminación e impureza... y se apartan. Jesús ve su amargura, su
soledad... y se acerca. Entran en Jericó, encaramado a un sicómoro está Zaqueo,
el jefe de los publicanos. Todos ven en él a un pecador público, al opresor
amigo de los romanos... y se apartan, pero Jesús ve su marginación, el
desprecio y humillación a las que le someten los tenidos por buenos... y se
acerca.
¡Los ojos de Jesús!... Donde los demás vemos un sembrador que siembra, o un pastor que cuida de su rebaño, o un arbusto de mostaza, o una hogaza de pan crujiente, él ve a Dios; la mejor versión de Dios que nadie haya sido capaz de imaginar.
Publicado
por Feadulta.com
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