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    viernes, 22 de abril de 2022

    La tentación de la inocencia


    Reflexión | Trinidad Ried/VN

     


    La tentación de la inocencia


    “Todos los demás son culpables, excepto yo” pareciera ser la frase que identifica a esta generación, que ha ido cayendo en una suerte de “inocencia perpetua”, fruto del individualismo creciente que le hace tratar de escapar de las consecuencias de sus propios actos. La tentación de culpar siempre a otros, de declararnos víctimas de la existencia y del sistema suele derivar en dos corrientes que, juntas, son nefastas para la convivencia y la madurez de la humanidad.


    ¿De qué hablamos? Del infantilismo y la victimización. Es decir, el niño mimado, que se siente inocente y víctima, con permiso para hacer pataletas y pegarle a los demás porque alguien, sin nombre ni rostro, le hizo mal. Estamos así frente a dos patologías de la sociedad moderna que vale la pena tener conscientes para ver cuánto de eso hay en nosotros, madurar como personas y como humanidad y dejar de cobrar “deudas” que nos convierten en personas insatisfechas, quejumbrosas y amargadas, como sostiene Pascal Bruckner, quien me inspira al escribir estas líneas.


    Tentación

    El gran objetivo de esta reflexión, más que intentar identificar los estereotipos más evidentes de este fenómeno actual, es ver cuánta de esta tentación también se ha colado en nuestras venas y nos está restando adultez, madurez, responsabilidad, libertad y autonomía para ser los protagonistas de nuestra propia experiencia de vida y aportar lo mejor de nosotros a la sociedad. Queremos, como amoristas, ayudar a las verdaderas víctimas que existen y no usurparles su derecho a dejar de ser víctimas, cayendo además en la tentación de siempre buscar un culpable que no nos permita tomar nuestra “camilla, levantarnos y caminar”, como le dijo Jesús al paralítico de la piscina.


    ¿Cuáles son las consecuencias de esta inocencia? A nivel emocional y espiritual, a la persona que se percibe a sí misma como el centro del mundo, que siempre quiere algo más para ser feliz, que se siente víctima y que no resiste el mínimo deber, sufrimiento o incertidumbre, efectivamente, la vida se le hace una lucha; los demás, potenciales enemigos; y el entorno, un campo de guerra. Por lo mismo, la agresividad, la paranoia, la queja y la indignación “contra el mundo” y el “sistema” pasan a ser parte de su discurso vital. Siente que alguien la dañó, la perjudicó desde el momento de nacer y está insatisfecha con su ser, sus vínculos y sus circunstancias. No resiste la menor contrariedad, todo debe ser perfecto de acuerdo con sus expectativas y exige con prepotencia y una soberbia sin igual.


    Actitudes

    Por lo mismo, no es capaz de empatizar ni dialogar con otros (porque los percibe como enemigos y victimarios) y tiende a caer en las siguientes actitudes:


    Judicializar: ya casi no nos sorprende, pero es notable el aumento de causas que antes se resolvían conversando o con mediaciones, que hoy son llevadas a tribunales y protocolizadas por reglamentos y normas que buscan asegurar el cumplimiento de pasos imposibles de regular la complejidad humana. Ciertamente, se ha hecho mucha justicia al levantar temáticas de víctimas y abusos que no se podían tolerar, pero, tras ella, se colaron miles de situaciones que distan mucho de una victimes real y que obedecen a esta suerte de infantilismo y victimismo imperante en la actualidad.


    Se presume culpable: la premisa aún válida en los códigos de justicia de que se presume la inocencia de toda persona hasta que se compruebe lo contrario, lamentablemente, en las redes sociales y en la opinión pública ha desaparecido casi por completo. Toda “víctima”, apenas denuncia, ya se adueña de la verdad y, sin importar la verosimilitud de su causa, deja empañada la honra y la vida de otra persona sin mediar un juicio legítimo ni una defensa. Muchas veces, solo el hecho de escuchar una denuncia ya es “verdad suficiente” para la opinión pública y, cuando se comprueba lo contrario, la “fe de errata” no tiene ninguna importancia.


    La vehemencia en las condenas: el infantilismo y el victimismo que nos expone Bruckner también lleva a un pensamiento infantil, que no considera matices, rehabilitación o los procesos de conversión que pueda tener una persona. Si alguien cometió un error (aunque sea en su juventud), será eternamente condenado y “fusilado” por voces tajantes que están listas para apedrear a quien se ha caído. Ni perdón ni olvido parecen imperar.


    Polarizar las relaciones entre hombres y mujeres como guerra o como apartheid: claramente, este es un sistema muy complejo, sensible y lleno de matices y verdaderas víctimas de las que, como humanidad, debemos hacernos cargo, pero no nos ayudará en la reparación de los vínculos el extremar las posiciones como si de trincheras se tratara. Caer en posiciones infantilistas y victimistas no ayuda a desenredar los nudos, a sanar las heridas ni a tejer nuevos vínculos que respeten la riqueza y diversidad de cada ser humano como hijo/a de Dios con la misma dignidad.


    La búsqueda de privilegios enmascarados como reparaciones, con el riesgo de olvidar a los verdaderos desheredados: este es un riesgo creciente que aprovechan “sin querer queriendo” los oportunistas del momento para sacar provecho de beneficios sociales, políticos y económicos, enarbolando una causa que no les pertenece y desviando las energías y recursos que, como sociedad, debiésemos destinar a los que verdaderamente están sufriendo dolor y discriminación.


    Dependencia tóxica de los demás

    Lo más preocupante de este “niño mimado que se victimiza” es que lo que busca finalmente es la atención y aprobación de los demás. Nos sentimos en todo momento obligados a probar nuestras aptitudes, fotos, historias y logros porque colocamos nuestro destino y felicidad en sus manos. Es una suerte de “infierno laico”, dice Bruckner, porque todos se enfrentan por lo mismo y surge así la envidia, el resentimiento, los celos y el odio impotente.


    Hay una guerra sorda y declarada implícitamente entre los seres humanos que, lejos de mirarse y tratarse como hermanos, se tratan como “los juegos del Calamar”, quien sobrevive para ganar más. La promesa es la felicidad, plenitud y riqueza, pero solo alimenta la frustración e incita nunca estar agradecido con lo que sí se es y se tiene. Eso, unido al veneno de la comparación, al rencor fruto del éxito espectacular de unos y del estancamiento de otros, arrastra a cada cual a un ciclo interminable de apetitos y decepciones que es en lo que nos encontramos en la actualidad.


    Jesús el verdadero inocente y víctima

    Quizás nos sirva como filtro purificador de esta nueva trampa del ego que vivimos hoy el mirar siempre nuestra realidad y condición comparada con la que vivió el Señor. Nuestra supuesta inocencia pierde todo asidero cuando vemos la verdadera responsabilidad de nuestros actos, las decisiones que hemos tomado, los apegos desordenados que tenemos y las heridas e inseguridades que cargamos.


    Lo mismo sucede al evaluar nuestra victimes; podremos identificarnos a ratos con su sufrimiento y entrega, pero nunca veremos en él una actitud revanchista, vengativa o que usara a su favor por tanto daño recibido; todo lo contrario. Teniendo todo el derecho, renunció a él, libremente, por amor a nosotros. Ambas miradas son escudos de protección para alejarnos de esta tentación y asumir la madurez que merece nuestra edad y responsabilidad para con nosotros y los demás.

     

    Publicado por Vida Nueva


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