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    martes, 31 de mayo de 2022

    Frutos del Espíritu Santo


    Fe y Vida | Religión Digital

     


    Frutos del Espíritu Santo


    El Espíritu Santo nos purifica de los pecados, confirma la esperanza en la vida eterna e ilumina nuestro entendimiento de Dios y de Cristo.


    Resalto algunos de los múltiples frutos que nos vienen del Espíritu Santo.


    En primer lugar, el Espíritu Santo nos purifica de los pecados. De hecho, cuando Jesús entrega el Espíritu a sus apóstoles lo relaciona explícitamente con el perdón de los pecados (Jn 20,22-23). Se comprende así que la actual fórmula del sacramento de la reconciliación recuerda que “Dios Padre misericordioso derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados”. Hablando de este fruto del Espíritu, Tomás de Aquino dice que corresponde reparar al que ha construido. El santo recuerda que Dios crea por medio del Espíritu, puesto que Dios crea por amor. Efectivamente, Dios crea libremente, nada le obliga ni le condiciona. Sólo puede crear porque “quiere”, o sea, por amor. Si crea por amor y el Espíritu santo es el amor con el que Dios se ama a sí mismo, la causa directa de la creación es el Espíritu santo. En conclusión: si el motivo de la creación es el amor, entonces el amor es el motivo de la reparación. Por eso no es extraño que el Espíritu Santo limpie y perdone, ya que todos los pecados son perdonados por el amor.


    Por otra parte, el Espíritu Santo confirma la esperanza de la vida eterna, porque él es la prenda de aquella herencia. En apoyo de esta afirmación está este texto de la carta a los efesios: “fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia”. Este sello, esta marca, esta anticipación conseguirá su plena realización cuando se establezca el Reino de Dios en forma gloriosa y definitiva. Cito a Tomás de Aquino: “El Espíritu es como las arras de la vida eterna. La razón es porque la vida eterna se le debe al ser humano en cuanto ha sido hecho hijo de Dios, y esto porque se hizo semejante a Cristo. Y se hace uno semejante a Cristo porque posee el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo”. Si el Espíritu es como las arras de la vida eterna, esto significa que quienes poseen el Espíritu tienen la vida eterna garantizada, tienen como una especie de documento notarial que les garantiza que eso que pone el documento es suyo y un día tomarán posesión de lo suyo.


    Finalmente, el Espíritu santo ilumina nuestro entendimiento de Dios y de Cristo. En efecto, si Dios es Amor, sólo puede conocerle quién se pone en sintonía con lo que es Dios, según eso que dice la primera carta de Juan: “quién no ama, no ha conocido a Dios”. En nuestro caso es más verdad que nunca que sólo el amor da el conocimiento verdadero. Y el amor es el Espíritu derramado en nuestros corazones. De ahí también que “nadie puede decir: Jesús es el Señor, sino con el Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Además, el Espíritu ayuda, y en cierto modo empuja, a cumplir los mandamientos, pues nadie puede observar los mandamientos de Dios sin amarle. El Espíritu Santo hace amar a Dios y nos enseña cuál es la voluntad de Dios.


    Publicado por Religión Digital


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