Nuestra Fe | Diego Pereira Ríos
El desafío de vivir en la
verdad
Cada
día los cristianos nos enfrentamos a diversos desafíos: predicar el amor de
Dios por el mundo y cada creatura; ser artífices de la paz en medio de la
violencia, generar espacios de concordia y diálogo, para lograr acuerdos, poner
en práctica la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros, entre tantos
otros desafíos. Uno que considero es realmente muy difícil es el desafío de la
verdad, de hacerla presente o de generar los canales para que ella misma se nos
revele. La verdad en situaciones de mentiras, falsedades, injusticias y
sufrimientos que vivimos a diario. La verdad se nos escapa cuando intentamos
retenerla, esconderla. La verdad va mucho más allá de nuestros esfuerzos por
poseerla, manipularla, someterla a nuestros miedos o caprichos. La verdad tiene
–por decirlo de otro modo- un camino propio, que ningún ser humano puede
frenarla.
La
verdad ha sido la opción de los mártires cristianos que prefirieron dar la vida
antes de esconderla por miedo. Desde los inicios del cristianismo, entregar la
vida a causa de la verdad es y seguirá siendo el único modo de hacer valer la
Buena Nueva de Jesucristo, pero no para causar separación, sino justamente para
unir al género humano. En la época de las persecuciones del siglo I, los
cristianos sufrieron situaciones catastróficas a causa de la hostilidad y la
desconfianza, a quienes se les aplicó todo tipo de medidas coercitivas por
parte de las autoridades[1]. Y todo
ello por dos motivos: no renunciar a su testimonio de haber conocido la Verdad
en las palabas y obras de Jesús de Nazaret, y para que ese mismo testimonio
diera cuenta de la misma Verdad que vivían. En este caso, la Verdad es el mismo
Amor de Dios que ellos vivieron en la convivencia con Jesús. Esa experiencia de
encuentro con Jesús, el Hijo de Dios, marcó sus vidas de forma tal, que no
pudieron esconderlo.
Quizá hoy la gran dificultad que enfrenta el cristianismo, pero en particular la Iglesia Católica, es la aceptación de la verdad. Una verdad que es incómoda, que no le gusta a muchos católicos que entendieron una Iglesia poderosa, respetada, referente. La vieja verdad creída, tiene que ver con una Iglesia docente que jugaba un papel central de enseñarle a la humanidad el camino hacia su realización, pero que hoy ya no es así. Hoy la Iglesia no es más un referente cultural, hoy ya no se escucha ni se quiere escuchar lo que la Iglesia tiene que decirle al mundo. Y esto debe hacernos reflexionar acerca de la verdad que enfrentamos y preguntarnos ¿qué hay de verdad en nosotros, los católicos, que estamos siendo rechazados? ¿O somos rechazados justamente por no aceptar una verdad que los que no están en la Iglesia sí ven? ¿Somos verdaderos en nuestra respuesta de amor, como el amor que Jesús ha tenido con nosotros? Como afirma Benedicto XVI: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente”[2].
La
veracidad es esa cualidad humana de
ser hombres y mujeres que viven en la verdad, que son capaces de reconocer sus
errores y dejarse corregir por los demás ya que todo ser humano tiene algo que
enseñarnos. Los cristianos convencidos de que vivimos en la verdad de Dios que
hemos recibido desde Jesús, debemos seguir su ejemplo de aprender con los
demás, de que ante toda situación, el otro y la otra está en primer lugar.
Nuestras creencias o ideas no son lo más importante, sino nuestras acciones
concretas. Pero justamente porque muchas de las acciones que a diario vivimos
no son reveladoras de la verdad, es que no logramos encontrarnos con ella, y
muchas veces los demás no la reconocen en nuestras acciones. Pero no creemos
que la verdad haya pasado de moda o que las personas ya no crean en ella, si no
que “con frecuencia responden a una falta de confianza en la posibilidad de
poder hacerse con ella”[3]. A menudo
experimentamos que no somos capaces de vivir en la verdad, y es allí donde está
el gran desafío cristiano.
La
verdad para el cristiano -puede decirse así- es la persona de Jesucristo, pero
no entendido en términos de una simple afirmación por medio del lenguaje, sino
que es una demostración por medio de la propia vida, una cierta comprobación de
la realidad de Jesús en nosotros sus seguidores. Pero cuidado: aquí también el
lenguaje puede jugarnos en contra: no se trata de dar a comprobar una fórmula o
recitar unas ideas encadenadas. No. Es la revelación, por medio de las
limitaciones humanas que todos tenemos, de la presencia de Alguien que es mayor
que nosotros, al cual no abarcamos, y que nos moldea a su forma, y que esto es
percibido y aceptado por aquellos que entran en contacto con nosotros. Por ello
las palabras deben ir de la mano de las acciones y en ellas se debe revelar la
verdad de Dios, un Dios que es amor y que nos invita a dejarnos amar por él y
amar a la manera que él lo hace. Aquí se notará la calidad de la verdad y que
todos y todas los cristianos debemos revelar al mundo.
*Imagen tomada
de https://recursoscristianosweb.com/reflexiones/yo-soy-el-camino-la-verdad-y-la-vida/
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