A Debate | Miguel A. Munárriz/FA
La aventura de Dios
Lc
10, 1-20
«El
Señor designó a otros 72 y lo mandó por delante»
Si
nos atenemos al relato cientÃfico, hace 13.700 millones de años surgió el
cosmos como resultado de una gran explosión cuya causa desconoce la ciencia. La
radiación de energÃa que surgió de ella dio lugar a la materia inerte,
aparecieron las estrellas, luego los planetas y hace 4.500 millones de años se
formó la Tierra.
En
un principio la Tierra presentaba un medioambiente hostil para el desarrollo de
la vida, pero más tarde bajó su temperatura, se condensó el vapor de agua que
la cubrÃa, se formaron los océanos y apareció la corteza terrestre. En este
nuevo escenario, ciertos elementos quÃmicos se combinaron para crear compuestos
orgánicos, y estos evolucionaron hasta formar una estructura celular capaz de
albergar vida. Hace 3.500 millones de años, la vida se coló —dios sabe cómo— en
el seno de una bacteria rudimentaria, que comenzó a vivir y a trasmitir a su
descendencia el “principio vital” que ella habÃa recibido y que alienta la vida
de todo ser vivo…
Y
asà empezó la gran aventura que ha culminado en nosotros.
La
ciencia es capaz de explicar bastante bien todo el proceso basándose en las
Leyes Naturales, pero ignora de donde surgieron dichas Leyes. En buena lógica,
de alguna parte tuvieron que surgir, y lo más razonable es pensar que fueron
establecidas para producir el efecto que han producido; es decir, para que al
final del proceso surgiese —contra toda lógica probabilÃstica— el ser humano. Y
es que, como se afirma unánimemente desde la comunidad cientÃfica, el mundo
podÃa haber sido de infinitas formas distintas, pero en ninguna de ellas
habrÃamos estado nosotros.
Y
ante este enigma podemos abrazarnos a la metafÃsica del azar, o podemos pensar
que el mundo es un proyecto de Dios, y que, para llevarlo a buen término,
estableció unos cauces inexorables que nosotros llamamos leyes fÃsicas (o más
genéricamente, Leyes Naturales). Galileo Galilei decÃa que «las matemáticas son
el lenguaje en el que Dios escribió el universo», y la propia evolución del
cosmos nos invita a pensar que las Leyes Naturales son el nexo de unión entre
Dios y el mundo; las que propician la acción de Dios en el mundo; en
definitiva, el lenguaje de Dios para dirigir el mundo.
Pero
no tiene demasiado sentido que el fin último de todo este despliegue sea la
simple aparición del ser humano sobre la Tierra (o sobre otros diez mil
millones de planetas; lo mismo da), sino de éste en plenitud; plenamente
humano. Y nuestra grandeza está en que Dios nos ha dotado de amor, de tolerancia,
de conciencia, de libertad y de voluntad para que asumamos la tarea de culminar
con éxito Su proyecto.
Su
EspÃritu —el espÃritu de Dios que alienta en nosotros— nos muestra el camino,
pero es en Jesús, el hombre lleno a rebosar de ese EspÃritu, donde hemos visto
palpablemente los planes de Dios. Hace dos mil años envió a aquellos setenta y
dos para que fueran por delante, y hoy es nuestro turno de continuar esa misma
misión.
Publicado
por Feadulta.com
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