Reflexión | José Ignacio Calleja/RD
¿A dónde nos llevan? ¿A dónde vamos?
¿A
dónde nos llevan o a dónde vamos? Esta es la duda que desde el título surge al
pensarnos en este tiempo de pandemia, guerra, migraciones e inflación. Lo lógico
es pensar que nos llevan y no nos dicen a dónde; es más liviano.
Sin
embargo, no es descabellado advertir que nuestros gobernantes cuentan con más
votos de los que muchos queremos. Las dictaduras del siglo XX fueron y eran una
barbaridad política pero no se sostenían en cuatro gatos como a veces lo
entendíamos. Mediatizados por el miedo y la represión, no faltaban millones de
personas que preferían esa organización irracional de la vida cívica.
Nuestro
viejo profesor de filosofía social recordada a menudo que entre estar seguros y
ser libres, la mayoría elegiría, elegiríamos, estar seguros. Nos parecía una
más en su gusto por sorprendernos, pero no. Tampoco en medio de prácticas
terroristas que recién hemos vivido faltaban miles y miles de ciudadanos que
las comprendían y aplaudían. Y no las pensaban referidas a países en situación
de ocupación colonial por causa de unas riquezas que las grandes potencias
ansiaban para sí, sino justificadas en una ideología nacional que exigían de
todos para comenzar a vivir juntos. Todavía subsiste por ahí.
O
sea, que las peores experiencias de la vida en común no siempre y sólo nos
vienen forzadas desde los gobernantes y poderes ocultos, sino consentidas por
muchos, de ahí la necesidad de decir a dónde vamos y a dónde nos llevan. El
instinto exculpatorio de todos es pensarnos como sujetos que somos llevados a
donde no queremos; y es cierto, pero también somos sujetos que vamos hacia
donde decimos no querer llegar. Es importante ampliar el foco antes de tirar la
fotografía.
Es
imposible probar todo esto en unas pocas líneas. La cuestión de a dónde vamos
tiene que ver con la pregunta de si el final de la guerra, la nuestra por
excelencia, y atender la pandemia, las migraciones y la inflación lo vamos a
hacer con los sacrificios necesarios para acordar soluciones equitativas que
alcancen a todos los pueblos, gentes, consumos y llantos. O sea, que cualquier
toma de posición personal y cívica sobre los cuatro retos sociales que he
elegido conlleva un sacrificio para convivir con menos y de otro modo. Y de
resultas, sólo así, vivir todos y bien.
Es
un problema de equidad y austeridad compartida, de modo que situarnos bajo el
primado absoluto de qué hay de lo mío, nos saca de cualquier solución que los
demás deban aceptar como buena. Se la podrás imponer, si eres fuerte, pero
convencer de tu derecho, no. Y así es imposible decir a dónde vamos juntos y
fácil dramatizar sobre a dónde nos llevan. El drama no sería que nos llevan mal
a todos, sino que nos llevan mal a nosotros. Esto es muy feo.
La
cuestión de a dónde nos llevan, que para mí es prioritaria, explicados sus
autoengaños en lo anterior, conlleva prácticamente las mismas condiciones. Todo
lo que pretendemos es a la medida humana; quiero decir que no es correcto que
se interprete lo que digo como idealista y así descartar compromisos. A la
medida humana de las cosas significa con equidad concreta e histórica, con
proporción de sacrificios según posibilidades, con acogida organizada de las
personas por su condición de personas en estado de necesidad.
A
la medida humana no es relativismo, no es que todo vale de cualquier modo que
se dé o se logre, sino a la medida humana: la guerra hoy es un mal mayor en
todos los casos, incluso cuando se define inevitable; las guerras no vienen
solas ni estallan una mañana por sorpresa; la posición de potencia política y
económica de un país en el mundo da votos a sus dirigentes y es a costa de
otros países más débiles, siempre; las pandemias no surgen porque sí, ni son
ajenas al modo de vida y desarrollo que afirmamos irrenunciable; la Tierra no
se calienta por casualidad o a cuenta de los barrios y gentes más pobres; las
energías y demás materias primas ya no ignoramos de dónde vienen, qué efectos
produce su uso intensivo y qué poder de presión confieren a sus dueños y
gestores; la inflación de precios con estancamiento no es una cosa que se
resuelve tirando de la máquina de hacer billetes, sino maltratando a la mayoría
más y más; la OTAN no resuelve los problemas nacionales y migratorios que cada
uno de sus miembros tiene que abordar con memoria justa; la producción
deslocalizada de bienes punteros o la producción de cereales y abonos está
donde está, y si se necesitan, hay que pagarlos; no puede provocarse un
conflicto para hacerlos propios; la gente que no tiene qué comer y dónde
trabajar tiene que sobrevivir y esto hay que resolverlo con renuncias
proporcionadas de todos con todos.
El
que no lo entienda, ya sabe que tendrá que recurrir a la violencia y esto
mismo, poco durará. A diario lo estamos viendo. A dónde vamos, a donde
acordemos ir con equidad y sacrificios repartidos desde los más precarios; a
dónde nos llevan, a donde se lo permitamos confiando en no ser los más
perjudicados. Una lotería y un engaño.
Publicado
por Religión Digital
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