Nuestra Fe | Monseñor Jesús Castro Marte/LD
Desafío pastoral de la iglesia dominicana
La
Iglesia Católica que peregrina en la República Dominicana bajo el espíritu del
Concilio Vaticano II, experimenta lo que el santo Padre Benedicto XVI describía
como “un nuevo Pentecostés: no para una nueva Iglesia, sino para una nueva era
en la Iglesia”. Esta experiencia manifiesta a la Iglesia como un pueblo que
camina unido guiado por el Espíritu Santo.
Se
trata de ese proceso de renovación que implica lo que los obispos caribeños y
latinoamericanos han denominado en la Conferencia de Aparecida como conversión
pastoral, en que las estructuras conectan con la realidad de hoy, manteniéndose
en plena sintonía con la enseñanza del mismo Jesús (cf. Mt 22,21).
Conectados
al legado espiritual de más de dos milenios de fe y tradición de la Iglesia
Universal, nuestras Iglesias locales continúan transmitiendo lo particularmente
genuino y vital de la cosmovisión cristiana. No se trata simplemente de una
continuidad racional o histórica, es mucho más que eso: es una continuidad
espiritual en la que el mismo y único Pueblo de Dios camina unido, dócil a las
indicaciones del Espíritu.
En
la Iglesia Católica hablamos de renovación, antes que de reforma o adaptación. La
relectura de los signos de los tiempos, entendida como el discernimiento de lo
que Dios quiere decirnos con los acontecimientos del mundo y como conciencia de
su actuación en los valores presentes en el mundo secular, nos mueve hoy a
reconsiderar nuestras labores pastorales.
Serios
indicadores nos obligan a seguir pensando y distinguiendo qué cosa quiere decirnos
Dios hoy, qué está demandando esa otra cara de Dios que es la humanidad. El descenso de nuevas conversiones, el auge
de la intolerancia y la discriminación por diferentes motivos, el creciente
número de personas que cada vez más se confiesan como no creyentes o
a-religiosas, el lucro como excusa para el progreso, la crisis ambiental y
climática, las migraciones, la injusticia social, la distribución de las
riquezas, la baja intensidad de los programas educativos y académicos, y, por
encima de todo esto, la vergüenza de la pobreza, una afrenta para la humanidad
y una nueva llamada para la fe.
Como
católicos dominicanos nos apremia la voz de Dios que invita a un nuevo resurgir
de la fe y el compromiso cristiano con la causa de la justicia, que es la causa
de los pobres. El Papa Francisco le ha
puesto un nombre a este apremio del Señor, Iglesia en salida, Iglesia sinodal y
samaritana. Nuestra renovación y actualización pastoral pasa justamente por eso
hacernos compañeros de camino de nuestra gente, por hacernos los encontradizos
con quienes necesitan una palabra de aliento, un oído que escucha o una mano
que se tiende para levantar, sanar, saludar o cuidar.
La
gran estructura que se necesita hoy es volver a los espacios íntimos y
comprometidos de la vida en pequeñas comunidades, sí, como las de Pablo, Pedro
y Juan que desde su fe respondían a tantas interpelaciones de su mundo.
El
gran proyecto pastoral tiene que ser el de la evangelización, hablar de Jesús,
el “recuperar la frescura original del Evangelio y a transmitirlo a todos” como
nos exhorta el papa Francisco; así como la caridad evangélica, amar como Jesús,
especialmente a los pobres y descartados de este mundo.
El
desafío pastoral es continuar esta obra, reconociendo los dones y carismas presentes
en el pueblo de Dios, a la vez, que se entiende la evangelización como la
misión fundamental de la Iglesia, que es un deber de cada cristiano bautizado,
lo cual permite a la Iglesia realizar su objetivo: responder a la llamada
universal a la santidad.
El
autor es obispo de Nuestra Señora de La Altagracia, en Higüey.
Publicado
por Listín Diario
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