Fe y Vida | Miguel Ángel Munárriz/FA
El Reino tiene un precio
Lc
14, 25-33
«Si
alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a
sus hijos … e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío».
Jesús
no se lanza a los caminos de Galilea para conseguir la raquítica salvación de
media docena de perfectos, sino para cambiar el mundo. Aspira a una humanidad
de Hijos que se realice amándose como hermanos, y eso no se alcanza con gente
tibia y poco comprometida, sino con personas que tiren para adelante sin mirar
lo que dejan atrás. No pide otra cosa que lo que él ya ha aceptado en grado
superlativo, y esto da a su propuesta un valor especial.
Y
visto desde esta perspectiva, el texto de Lucas se entiende mucho mejor. En él
se nos dice dos cosas importantes: una, que la búsqueda del Reino es lo primero
—por delante de lo más querido por nosotros, como es la familia—, y la otra,
que quien acepta la misión debe medir bien sus fuerzas porque éste es un camino
que acarrea renuncias y sacrificios.
Tradicionalmente
se ha entendido que esa renuncia debía estar basada en el esfuerzo ascético,
pero una lectura rigurosa del evangelio nos dice que la cosa es justo al revés;
que no se trata de dejarlo todo a base de fuerza de voluntad con la esperanza
de encontrar el tesoro, sino de encontrar el tesoro y renunciar a todo lo demás
porque todo lo demás ha perdido su valor a nuestros ojos. Como decía Ruiz de
Galarreta: «No es primero la renuncia para llegar a la alegría: es primero la
alegría, y de ella se derivan las renuncias».
Pero
el camino que propone Jesús tiene dos obstáculos imponentes. El primero es
encontrar el tesoro, porque el mundo nos propone otros tesoros mucho más
palpables que lo ocultan. El segundo es tener el valor necesario para aceptar
la apuesta. Podemos estar convencidos de que su propuesta es nuestra mejor
opción de felicidad, pero carecer del valor necesario para atrevernos a iniciar
el camino que nos propone.
Hay
un hecho que juega a nuestro favor, y es ver que las personas que sí se han
atrevido, no sienten las renuncias como tales, sino como liberación. Porque el
Reino nos invita a renunciar a lo que no merece la pena; a lo que estropea
nuestra vida. Nos invita a no conformarnos con poco, nos invita a la plenitud,
a saberse querido por Dios, a ser conscientes de nuestra misión, a convertirnos
en protagonistas de la aventura humana, y, en definitiva, a encontrar el
sentido profundo de nuestra vida.
Pedro,
Santiago, Juan, María Magdalena… fueron sus primeros seguidores, y el evangelio
muestra su proceso de conversión: le conocieron, quedaron fascinados por él, y
solo después, lo dejaron todo y le siguieron. Lo primero es conocerle y
fascinarse, no hay otro camino, pero hoy Jesús es un valor a la baja del que es
difícil oír hablar (y mucho menos oír hablar con rigor) ni siquiera en las
eucaristías; y no digamos en otros foros cristianos.
Publicado
por Feadulta.com
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