Reflexión | Miguel A. Munárriz/FA
Las Parábolas
Lc
16, 1-13
«Los
hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».
Es
ésta una parábola desconcertante y controvertida sobre la que los especialistas
no terminan de ponerse de acuerdo. Es posible que Jesús quiera decirnos que nos
irían mejor las cosas si la astucia que mostramos para las cosas del mundo la
aplicásemos a la construcción del Reino… pero no lo sabemos.
Lo
que sí sabemos es que el género parabólico es un género característico de
Jesús, hasta tal punto, que tanto Mateo como Marcos llegan a decir que sólo
hablaba a la gente en parábolas.
Es
frecuente confundir las parábolas con alegorías, lo que puede dificultar su
correcta interpretación. Una parábola tiene un solo mensaje global, y los
detalles son solo elementos narrativos sin significado. Hay parábolas —como la
del hijo pródigo— que presentan dos cumbres, pero esto no cambia el concepto
general de “parábola” que aquí estamos exponiendo. Las alegorías son relatos en
los que cada detalle tiene un carácter simbólico y representa algo. Lo vemos en
la parábola del sembrador, cuyo perfil alegórico es la excepción a la regla
general.
Jesús
se dirige a la gente en parábolas para que todos le entiendan. De hecho, toma
sus parábolas de la vida cotidiana y, en muchos casos, de los sucesos de
actualidad que a la sazón la gente está comentando en la calle. Eso sí, en un
momento dado del relato, le imprime un giro paradójico, sorprendente, al objeto
de captar la atención de quienes le escuchan y grabar mejor el mensaje central
en su mente.
Hay
quien sostiene que hablaba en parábolas para hacer más difícil su comprensión,
y citan a Mateo (13, 10) para afirmarse en su tesis: «A vosotros se os comunica
el secreto del reinado de Dios: a los de fuera se les propone en parábolas, de
modo que por más que miren, no vean». Pero nada más lejos del estilo de Jesús,
lo que revela el riesgo de sacar conclusiones de un texto suelto sin tener en
cuenta las líneas de fuerza que se desprenden de la lectura del conjunto del
evangelio.
Durante
muchos siglos se ha minusvalorado la importancia de las parábolas a la hora de
interpretar el mensaje evangélico, pero hoy en día se admite de forma
generalizada que si prescindimos de las parábolas nos quedamos sin mensaje. Las
parábolas nos dicen lo más profundo que se puede decir de Dios y del ser
humano, y lo hacen a través de imágenes porque su contenido no podría
expresarse a través del lenguaje conceptual propio de nuestra cultura. Algunos
pensamos que Jesús ha hecho la mejor teología de la historia a través de estos relatos
sencillos al alcance de todos.
Pero
quizá lo más importante para nosotros los cristianos sea su capacidad de
interpelar; de hacer que nos sintamos aludidos y comprometidos. Como decía Ruiz
de Galarreta: «Más que dar un mensaje, las parábolas provocan la necesidad de
dar una respuesta».
Publicado
por Feadulta.com
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