Vida Religiosa | Sabine Meraner
Juliana Seelmann, la religiosa que quería
ser enfermera
La religiosa alemana Juliana Seelmann quería ser una enfermera cercana a
los moribundos. Por un giro del destino, acabó en el centro de acogida de
solicitantes de asilo, donde encontró su verdadera vocación. Sin embargo, en
2021, su compromiso con los refugiados y las personas necesitadas la llevó ante
el juez. Acompañamos a la franciscana de Oberzell en un día típico
Un viaje a Asís y los primeros encuentros con la comunidad franciscana
plantaron una pequeña semilla en el corazón de Juliana Seelmann, nacida en 1983
en un pueblo cercano a Würzburg, Baviera. Los contactos con las monjas
franciscanas continuaron, Juliana conoció a las hermanas de la comunidad de
Oberzell, asistió a los días de orientación y luego a los fines de semana en la
comunidad, y la semilla comenzó a germinar.
Sin embargo, el camino para entrar en el convento seguía siendo largo.
Al principio, la enfermera está convencida de que su camino es acompañar a los
enfermos graves y a los moribundos. En 2009, a la edad de 26 años, Juliana
decide ingresar en las Siervas de la Santa Infancia de Jesús de la Tercera
Orden de San Francisco, o “Hermanas Franciscanas de Oberzell”, para abreviar.
La misión con los refugiados
La casualidad quiso que en 2009 la Hna. Juliana fuera llamada a trabajar
en el centro de acogida de Würzburg. Acepta y al cabo de unos meses dice: “Ya
no puedo salir de aquí”. El mero hecho de que esté ahí produce mucho bien. En
su trabajo con los refugiados, Sor Juliana reconoce un gran paralelismo con la
labor de la fundadora de la orden, Antonia Werr, que a mediados del
siglo XIX se dedicó a las mujeres que salían de la cárcel para
ayudarlas a integrarse en la sociedad.
En el centro de acogida para solicitantes de asilo situado en las
afueras de Würzburg viven unas 450 personas, entre mujeres, hombres y niños;
las edades van desde recién nacidos hasta ancianos; son atendidos por un grupo
de personas, como en una consulta médica. En la instalación, cuando se trata de
la vida en común de la gente, el origen o la religión no tienen peso; lo que
cuenta es ayudar a los necesitados. “A menudo —dice Sor Juliana— lo que nos
parece ‘extraño’ se revela luego como ‘familiar’”. Sonriendo, cuenta un
episodio ocurrido con un joven musulmán iraquí. “Las hermanas franciscanas de
Oberzell llevamos una medalla al cuello, en un lado está San Francisco y en el
otro Nuestra Señora. Un joven iraquí me pregunta si esa es María. Sorprendida,
le respondo que sí. Luego me dice que a él también le gustaría tener una
medalla así. Sonreí un poco y luego le dije que no, que no es posible porque
para conseguirlo hay que entrar en la comunidad ‘y tú eres un hombre’. Nos
reímos, pero a partir de ahí se produjo una charla muy profunda en la que me
contó lo importante que es María para él, pero también en el Islam. Fue una
charla conmovedora y muy particular”.
Enfrentando la burocracia
El “sistema de Dublín” vigente en Europa estipula que las personas
refugiadas deben solicitar asilo en el país de primera acogida. Esto significa
que todas las personas -y son la mayoría- que llegan a Italia, Grecia y España
(los países ribereños del Mediterráneo) no pueden continuar su viaje a los
países más al norte donde querrían solicitar asilo, y esto también hace que se
creen situaciones inhumanas de “reclusión” en estos primeros lugares de
acogida. Precisamente por este sistema, la hermana Juliana ha acabado en los
titulares de los medios de comunicación. Su culpa es la de haber concedido el
derecho de asilo en la iglesia a personas que tenían la obligación de dejar el
país después de haber llegado a Italia como país de primera acogida para pasar
luego a Alemania. La hermana Juliana cuenta: “Hace unos años, la comunidad
había decidido conceder el derecho de asilo en la iglesia por una cuestión de
principios”: la comunidad ya lo había hecho en otras ocasiones. “Para obtener
asilo en la Iglesia hay que presentar una solicitud que se examina
cuidadosamente, y el asilo sólo se concede en casos de verdadera necesidad. En
el caso de la causa judicial comentada, se trataba de dos mujeres nigerianas
que se habían convertido en víctimas de la prostitución forzada tras haber
sufrido abusos sexuales en su infancia”. La expatriación a Italia —continúa explicando
la hermana Juliana, dando el ejemplo de otra mujer— habría significado sin duda
el regreso a la prostitución. “Esa mujer estaba gravemente traumatizada y
necesitaba un lugar para descansar por un momento, lejos del miedo a volver a
la prostitución y la violencia”. En 2021 la hermana Juliana fue condenada, en
2022 absuelta en apelación.
La fuerza para seguir adelante y tomar en serio cada día el destino de
personas traumatizadas con historias increíbles, la hermana Juliana la obtiene
de la misión de la orden. “Lo importante en nuestra espiritualidad es el hecho
de que Dios se hizo hombre, se hizo pequeño. Y porque Dios se muestra
vulnerable e impotente, también nos dejamos tocar por la realidad de la vida humana
—añade la franciscana— y éste es el motor que me impulsa. Esto me toca, esto me
involucra”.
El intercambio de experiencias dentro del equipo del centro de acogida
de solicitantes de asilo es lo que permite a la hermana Juliana procesar lo que
escucha y experimenta. Sin dejar de lado, por supuesto, la vida en el convento.
“Me siento apoyada por mis hermanas —concluye—, que siempre llevan en sus
oraciones mis preocupaciones y las del pueblo”.
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